Degnis Romero
Fiesta de promoción
de bachilleres del liceo José Gil Fortoul, en 1969
Juan Puya, nació el
51, en Tucupido, Estado Guárico. Era un llanero extraño (no raro). Aunque amaba
el llano y la llaneridad, nunca le gustó ordeñar vacas ni mucho menos beber
leche postrera, bañarse en lagunas, comer pescados de río, beber en totuma, ponerse
alpargatas, jinetear caballos o burros, arrear cachilapos, botalonear toros matreros,
recoger cagajón para abono, empatucarse de bosta, o andar escotero -Sin cobija,
sin remonta, sin bastimento y sin ná-.
Lo de él era la música, la comida y las mujeres.
A estas últimas les llegaba a través de las dos primeras, ya que para ellas representaban
el alimento del espíritu y del estómago; por esa razón cargaba siempre su
chácara llena de churupos. También le fascinaba escuchar el bordoneo del arpa, el
canto del ruiseñor, el tintineo de la lluvia y los susurros del viento; así
como contemplar extasiado bancos de sabana florecidos de mastranto y matorrales
tupidos con cerezas de monte.
A diferencia de muchos llaneros, lo
primero que veía en una mujer eran sus piernas (las puertas del edén, a su
decir) y de inmediato observaba sus tobillos. Afirmaba que la forma de estos era
indicativo de la calidad de la mujer en el amor.
Vivió en Valle de la Pascua a finales de
los años sesenta. Allí consolidó su esencia de melómano empedernido, dejando honda
huella de galán serenatero, de enamorado pertinaz y de anfitrión consumado, ganándose
una gran popularidad. Un tremendo ‘pitcher’, según la nomenclatura botiquinera.
Dicha residencia, aunque corta (de apenas
dos años), lo marcó para el resto de sus días. Se sentía tucupidense por
nacimiento y vallepascuense por derecho adquirido; tanto que su espíritu se quedó
anclado en esa esquina del tiempo formada por los años 69 y 70.
Ahora, medio siglo después, padece recurrentes delirios
nostálgicos-musicales, episodios psicopatológicos tenebrosos que sobrelleva libando
ingentes porciones de licor.
El paroxismo resultante lo utiliza como vehículo
para moverse a través de la dimensión tiempo-música y revivir los días
disfrutados en la Valle de la Pascua de esa época.
El primer aterrizaje forzoso (a causa de la embriaguez)
lo hace en la Feria de la Candelaria del 69, a su juicio la mejor en toda la
historia de las “Ferias de Palma y Sol”.
La gente del pueblo abarrota la plaza Bolívar y las dos cuadras de la calle
Real hasta la Camaleones, donde bailan frenéticamente al ritmo de las orquestas
Billo´s y Melódicos, máximos exponentes de la pachanga fiestera de la época, y
que se ubican en sendas tarimas a menos de 100 metros una de la otra. Una
tercera está instalada en la cuadra de la calle Retumbo entre la calle Real y
la Guásco, donde se presentan grandes cultores de la música llanera como Ángel
Custodio Loyola, con pañuelito y todo, entre otros foráneos y locales como
Claret Rodríguez, quien se luce interpretando un par de temas del amplio
repertorio serenatero: Despierta,
Amor Mío y Te Necesito, acompañado por
el conjunto de Eudes
Álvarez, natural de Guayabal y conocido como “El rey del bordón”.
Antes de bajarse, un enamorado, ‘prendío’ por el
ron, le pide que cante Diminuta, de Mario Suárez, vociferando: ¡Es para dedicársela a mi novia que es
chiquita, pero con todas las comodidades!, ¡como una casita del INAVI!
Por si todo ese espectáculo fuera poco, en la
tarima de la Billo’s, ubicada entre la calle Retumbo y la Camaleones, se
presentan otros grupos que animan la rumba nocturna para deleite de las parejas
danzantes: la orquesta maracucha Los Satélites y el conjunto Poder Latino, de
Ramón Loreto.
Los primeros hacen menear el esqueleto con el tema
Pensando En Ti, y Don Ramón se luce al arpa entonando los temas La Perra y La
Tachuela: Esa mujer es tachuela♫
Juan Puya, rememora con morriña el ambiente cálido
y acogedor del jolgorio pascuense. En la esquina de “Tostadas Tamanaco”, se cruza
con Vidal Díaz Moronta “Vidalito”,
quien anda ‘to alborotao’ y dice que se ha gozado hasta la médula el ritmo de
La Billo’s y de Los Melódicos, agregándole:
¡Esto está buenísimo, negro!, ¡no hallo en qué palo ahorcarme!
Vidalito, es hermano del ilustre vallepascuense
Manuel Díaz Moronta, Doctor en Ciencias Médicas de la Universidad de Los Andes
y Gobernador del Estado Barinas en 1978-79.
Las calles parecen un gran hormiguero con gente
yendo y viniendo. Todos andan exultantes. No caben en sí de gozo. Muchos cargan
con arrebiates de todos los calibres, pero él anda ‘cazando güire’, tratando de
ver si pesca en río revuelto algún ejemplar de alto vuelo. Al rato se da cuenta
que para eso tiene que irse hasta el hotel San Marco, donde hay otros
espectáculos artísticos y se cuenta con la presencia de las reinas: Perla
Veitía, Isabel Bolívar y Piedad Campagna.
¡Tres bellezas! Nunca estuvo cerca de
“Chabela” ni de Piedad, pero a Perla la recuerda porque se coleó en su fiesta
de 15 años, animada por Los Darts, cuando estaban en pleno apogeo. También evoca
las ganas de llevarle una serenata para cantarle: Yo no sé lo que me pasa/Cuando tú no estás♫, pero nunca se atrevió por temor a que le
contestara: Yo quiero que comprendas/Que
no te puedo amar/Mejor será que intentes/No pensar más en mí/Así es que vete
pronto/No quiero verte aquí♫ Cavilante, absorto en
esa idea, camina por la calle sin cesar, de arriba a abajo, de quiosco en
quiosco, de fría en fría, con el corazón acezante, de latido en latido.
A la mañana siguiente, se va a pasar el ratón frente
al grupo González Udis, en la casa de Herminia Medina, que se engalana con la
visita de "Su Majestad de la Declamación", Ramón Sanabria, el de Rio
Chico, y se disfruta de Reláfica Del Negro Y La Policía, El Caballo De Mis
Coplas, y La Negra Del Maraquero, en vivo y en directo. ¡Qué lavativa tan
buena!
Herminia, es una muchacha hermosa que dejó huella
como aventajada deportista en la época dorada del liceo José Gil Fortoul. Lo
que a él no le gusta mucho es que no le para ni medio milímetro por andar
apersogada con otro negrito de la misma gracia: Cruz María Medina “Picante”,
egresado en el 67, otra destacada figura atlética del liceo.
La imagen se le difumina a causa de la gran
ingesta de “Pecho cuadrao”. Se levanta como puede y va a buscar otro litro con
pasos trastabillantes. ¡Súbito!, un frío angustioso le recorre el espinazo al pensar
que se quedó sin ron, pero se le pasa cuando ve que todavía tiene caja y media.
Mientras abre la botella y se empina un gargarazo,
entra nuevamente en el túnel del tiempo; esta vez las coordenadas rítmicas que
lo guían son las de Las Cuatro Monedas, un grupo de música Pop integrado por
los hermanos O’Brien, que se encuentra en el cenit de la popularidad. Es el mes
de julio y animan la fiesta de promoción del liceo que tiene como escenario las
instalaciones del aeropuerto del pueblo.
Juan Puya, los conocía de su paso por la facultad
de Ingeniería de la UCV, donde estudió uno de ellos, Gary (Voz y Guitarra), en
la escuela de Mecánica. De vez en cuando, se presentaban en ese galpón para
delicia de los ucevistas.
En el jaleo de la ‘promo’ se escuchan
los temas: Mi Bote De Remo, un ‘cover’ de The Boat That I Row, pegado por Lulu
en el 67, y el más sonado de la banda: Ritmo Del Alma, una versión de la
canción Soul Time, popularizada por Byron Lee y The Dragonaires, un grupo
jamaiquino de Ska y Reggae que animaba las noches (y mañanas) musicales en el
Sombrero, un nightclub de fama en Kingston, y que a su vez era copia del tema
Treating Me Bad, de Cecil Bustamente Campbell, mejor conocido como Prince
Buster, cantante, compositor y una de las máximas figuras del Ska, género que
surgió en su país, Jamaica, a finales de la década de los 50s.
El cuarteto lo completan Kenny (guitarra, voz y director.
A posteriori ganador del Grammy en cinco oportunidades), Marlene (voz y bajo),
y Brenda en la batería. Juan Puya, se ve en amena charla con un grupo de
compañeros donde están, entre otros: Juan Olivo, Antonio González e Iván Flores.
Este último había sido el baterista del grupo The Killer’s Surf, y se le
escucha decir: ¡Brenda toca diez veces
más que yo!
No es casualidad su presencia en ese bonche, ya
que su novia es integrante de la promoción y conforma, con otras, uno de los
más hermosos ramilletes de egresadas en toda la historia del liceo. También
forma parte de esa ‘promo’ Arturo Soto, el guitarrista líder de los Killer’s.
Tal hecho pudiera explicar la contratación de Las Cuatro Monedas, quienes dos
meses más tarde ganan en España el Festival Internacional de la Canción de
Barcelona, con el tema Yo Creo En Dios, del maestro Hugo Blanco, quien fue
arreglista y compositor de la mayoría de sus temas.
Entre trago y trago, con el cerebro
nadando en alcohol, se transporta hacia las mesas que están casi en plena pista
del aeropuerto. Se detiene en una de ellas donde comparten risas, conversa y
bebida el Sr. Aguirre, un visitador médico que heredó la casa que habitaron los
profesores del liceo en la calle Camaleones y su esposa, Simón Romero Sr.,
Caridad Camero, León Párraga, Douglas Rodríguez, y Antonia Leal. León es, a la
sazón, Presidente de la OSCUV (Organización Socio Cultural de Universitarios
Vallepascuenses).
Ese detalle le hace cambiar el tercio ambiental y
se ve montado en un autobús de la UCV o de la UC, saliendo desde Caracas o
Valencia hacia Valle de la Pascua a la celebración de cualquier acontecimiento
que estuviera relacionado con la ‘cultura beoda’ de los integrantes de la
OSCUV, incluyendo ferias, bailes, graduaciones o fiestas en general con
bebedera, comedera, y competencias para ver quién es el sortario que se levanta
a la reina de turno. También hay enfrascamientos intensos para dilucidar quién
es el campeón jugando dominó, truco o bolas criollas, que es coronado siempre
en los predios de Dionisio (el dios Baco).
Para saber quién alza el trofeo de “El más
borracho”, no hay disputas. Esas se consiguen en los predios de Mery.
A tales escenas se agrega la de un regreso a
Valencia, en la que observa el bus accidentado entre Chaguaramas y El Sombrero,
y al popular “Boca ‘e Camión” metido debajo del motor fungiendo de mecánico. Es
pleno mediodía y, como dijo después Vargas Llosa, en su novela “La fiesta del
Chivo”: El sol enciende las palmeras
canas de enhiestas copas.
A estas alturas, sus neuronas dopaminérgicas están
en pleno proceso degenerativo, como enfermo de Parkinson, con pérdida de
control de los movimientos voluntarios a causa de la profusa irrigación de ron
en la barrera hematoencefálica.
Con manos temblorosas, apura copa tras copa,
botella tras botella, cual Pedro Infante, rogando que se le cumpla la letra: Conforme tomo me voy reconfortando♫, pero
qué va.
El siguiente trance, con convulsiones, lo
catapulta a la discoteca La Paraulata, del hotel Lido, donde la gente baila
Yester Me, Yester You, Yesterday, de Stevie Wonder, con luz estroboscópica y
bola de espejos, que están de moda como la Experiencia Psicotomimética, con Capi
Donzella. Es agosto y la mayoría de las parejas son universitarios de
vacaciones, que danzan a la usanza de esos días: con la mano estirada hacia
atrás, como templando a las chicas.
En eso se sobresalta, se da cuenta que vive en un
país radicalmente distinto al de esa época y vomita, entre dientes: God damit!... What happened to/the world we
knew♫
En esos días todo era alegría y camaradería. La
gente no pasaba la ‘roncha’ de hoy para conseguir comida, medicinas o servicios
públicos. La moda de ahora es abrir el grifo y que no salga agua, pasar el
swiche y que no haya luz y levantar el teléfono y que no haya línea; pero peor que
buscar comida y no conseguir es morir de mengua por falta de medicamentos.
La población escuchaba temas como: Ding Dong Estas
Cosas Del Amor, de Leonardo Favio o Rosa Rosa, de Sandro. Ahora oyen canciones
originales de la peste que los corroe como: La Robolución Bonita y El
Sucialismo Del Siglo XXI.
Después de expulsar ese tarugo de la garganta, lanza
un escupitajo, se encoje de hombros y erra de nuevo por las calles
vallepascuenses de antaño, las de ambiente apacible y candoroso donde se oye la
expresión de moda: “Me saca la piedra”, pero en sentido inverso de molestia o
enojo. Sacar la piedra, es entendido como algo que gusta o agrada, como el
aroma a tierra mojada que flota en el aire, o como Sandro y sus canciones.
Algunos la usan con acepción exagerada y dan a entender que algo les gusta en
demasía, diciendo: “Me saca la guaratara”. Otros, como uno que la vocifera
mientras ve la película Quiero llenarme de ti, en el cine Manapire, la usa en
forma abreviada causando gran hilaridad en el resto del público que atiborra la
sala: ¡Sandro, me sacas la guara!
Sandro visita a Venezuela ese año; sus apariciones
en los escenarios hoteleros y de radio y televisión son un éxito arrollador que
causa histeria colectiva. Gana premios como el artista
extranjero del año: El Guaicaipuro y el Mara de oro, el Espectáculo
Internacional, el Rafael Guinand y el Venus de la prensa. La industria del disco
le otorga uno como el artista extranjero de mayor venta en el país, y CBS de
Venezuela otro como el artista más vendedor de discos.
Uno de sus fanáticos más entusiastas es el lugareño
Luís Eduardo Perdomo, pero no se sabe si fue el del grito en el cine.
Ya son las
doce y no llega♫ No. Es medianoche y
Juan Puya, continúa en su laberinto etílico-musical-intertemporal. Hilillos de
baba le cuelgan por las comisuras de los labios. No puede con su alma, pero las
reminiscencias lo reaniman.
Se cuela por un vórtice del tejido espacio-tiempo
de la tela tetra dimensional einsteniana y aparece en el Country Club, donde
hay una fiesta con el Supercombo Imperial, que es la segunda fase del Combo El
Roble, nacido en las aulas del liceo y llevado a esa instancia de la mano del
profesor Aníbal Ezequiel Matute Brizuela, un músico de categoría superior
formado por su mentor: el presbítero Rafael Ángel Chacín Soto, tutor musical de
variados personajes entre los que también destaca Manuel Maluenga.
La refriega dura casi hasta el amanecer y a más de
uno se le nota ‘emparamao’ de sudor, como pollo ‘remojao’, por el esfuerzo guarachero. Pero él se regocija encantado oyendo el
tema Río Crecido, interpretado, a dúo, en las voces de Juan “Culeco” Ortega
Piñero y Próspero González Méndez. No le cabe la menor duda que Cheo y Memo
hubieran palidecido de la envidia al escuchar cantar a ese par de pájaros.
De repente, siente un
estremecimiento vibratorio que le recorre el hipotálamo causándole un sudor
frío. No le hace mucho caso hasta darse cuenta que se hace aguas sin poder
controlarse. Se levanta, a duras penas, para intentar llegar al baño, pero es
demasiado tarde. ¿Ya ‘pa qué?
Su urólogo le había
advertido que no se descuidara con la hiperplasia prostática y el síndrome de
urgencia miccional que padecía, que podían derivar en incontinencia urinaria,
el mismo mal de Trujillo, que se hacía frecuentemente en los calzones. Por eso,
lo ponía iracundo el mote de El Chivo... que
más mea. (Lo más grave de ese y otros dictadores no es lo bruto, que es
inocuo, sino lo asesino, que es insalubre).
Trata de despabilarse, pero siente que algo le
duele; entonces apura la prueba del dolor
cobarde♫, como un mero macho -o como Wladimir Lozano, con
la Dimensión Latina-, para seguir soñando
con la tarde♫ vallepascuense.
Entiende que le duele el almanaque, pero eso no
tiene remedio. Adormilado y con náuseas, atraviesa un agujero de gusano y cae
por los lados de la calle Leonardo Infante, en un ensayo del conjunto Miguel y
su Combo. Se siente como en familia, ya que su compañero de prácticas con la
guitarra, todas las tardes, es hermano de Miguel Martínez, Freddy, que toca la
uña, un instrumento de percusión que consiste en una caja de madera con trozos
de metal que se mueven con los dedos y suena: Ponponponpon♫, como el tema El
Pompo de Los Melódicos. Nota al margen: La guitarra es ‘acústica’ y no ‘de
palo’ como le dice Freddy Villarroel, guitarrista de los Killer’s, para
diferenciarla de la ‘eléctrica’.
Las canciones que se escuchan son: Tema Del
Papelón, popularizada por Nelson y sus Estrellas: Hay que gozar el son el son/el son el son del papelón/y hay que tomar
el rico ron/el ron que ron con papelón♫ ¡Qué letra tan buena!; y Lo Atare La Arache, tema del LP Jala Jala y
Boogaloo, de Ricardo Ray. Se escucha en lengua caló: El niche que facha rufa♫
Juan no se da por
aludido, haciendo caso omiso de su negritud. Tampoco se enoja cuando su amigo
Joseff Aguilera “Pata ‘e Tuqueque”, le grita: ¡Pareces una peonía!, cuando lo ve al volante del carro de su papá,
un Ford Galaxie 500, rojo.
Ambos personajes, un
día paran a toda chica que pasa y le preguntan cuál de los dos es más buenmozo.
¡Qué vagos!
Son las cuatro de la
mañana y parece un estropajo. Ya no es ni la sombra del habilidoso bailarín de
aquellos días en que todas las niñas querían bailar con el morenito simpático.
Llevaba el ritmo en el alma y era diestro con las canillas. Los demás ‘no le
veían luz’. Ahora, su osamenta cuasi setentona cruje al moverse en el sillón.
Eso sin contar la comezón y el ardor que le produce una culebrilla que tiene
desde tiempos inmemoriales. Se tantea: ¿Quién
carrizo me pegó esta bicha?
Aprovecha que un fotón
le ofrece la cola. Se monta para cruzar raudo y veloz -a la velocidad de la luz-
la esquina del tiempo. Se sumerge en el éter de los años y emerge en el 70.
El pueblo está de feria
nuevamente, pero ahora no es espectador. Esta vez, gracias a su popularidad, es
requerido como Director de Campaña, por una candidata a reina. Se mete en la
candela de la competencia. Instala altoparlantes en el camión de su papá y
perifonea, a toda hora, por todos los rincones del pueblo -como José Ramón Ruíz,
quien invita hasta para los velorios- las ventajas de votar por su pupila.
La reina se escoge a través de la venta de ‘Bonos’
que valen un bolívar cada uno. No hay ventajismo alguno; tanto es así que una de
las competidoras, de padre millonario, no figura en la foto finish porque su
papá le prohíbe, a todos sus relacionados, votar por su hija a riesgo de cortar
relaciones de negocios si se atreven. Después se escucha el estribillo de Billo:
No te vistas, que no vas/que no vas, que
no vas♫
La audacia la demuestra
armando un escándalo por el peligroso barrio Las Garcitas, donde lanzan las navajas
con liguita, un día domingo a las seis de la mañana. ¡’Na guará!
En otra oportunidad, a
las siete de la noche, estaciona el camión frente al Manapire; se forma una
tremenda cola de carros que estallan en estruendoso corneteo y aprovecha el
alboroto voceando: ¡Pueblo de Valle de la
Pascua, esta es la Gran Caravana de
sonidos multicolores de la Gran Favorita!
Dicho esto, emprende ágil
retirada antes que comiencen a llover las piedras en la calle Atarraya.
Los artistas invitados
son Manuel Alfredo Sánchez Luna “Sadel”, "El tenor de Venezuela",
quien se manda con dos de sus consentidas: Di y Canta Arpa; “El Señor de la
Canción”, Héctor Murga, quien sale al ruedo con Júrame y Granada; y Salvador González
“El Magistral”, acompañado por Guillermo Hernández, con sus favoritas: Trigueña
y Paraíso Del Amor. Además, se luce componiéndole una canción a la soberana Marisol
Alayón Camero. Al cuadro de honor se agregan Perla Rodríguez Méndez y Josefina
López Camero.
También se sube a la
tarima uno que no aparece en el programa, sin despertar suspicacia alguna de
‘coleao’: Héctor Ortega, entonando Conticinio, con voz de tenor de otoño.
El hotel San Marco luce emperifollado, esta vez
con las presentaciones de dos portentos del Rock & Roll venezolano: Pablo
Augusto Díaz Barroso “Ivo” y Trino Mora, quien ganó el Primer Festival de La
Voz Juvenil de Venezuela, en el 69, en Maracay, Estado Aragua. Canta: Mi Tristeza
y Soy Tremendo, ‘cover’ de Sono Tremendo, de Rocky Roberts, también del 69. Ivo,
quien había emigrado de Los Supersónicos, se luce con: No Camina, Imagíname (su
balada bandera), y No, ‘cover’ del tema Hush, popularizado por la banda Deep
Purple.
Juan Puya, avanzada la noche, se dirige hacia su
casa, pasa por la plaza Bolívar y, por chiripa, ve a Ivo y a Trino que están
sentados en la acera frente a la heladería Eureka. Para el carro y los invita.
Trino no acepta, pero Ivo dice que sí y se monta. La sorpresa de la familia es
grande cuando llegan. Atienden fino a la visita y Juan busca la guitarra
eléctrica. Ivo campanea un escocés y se arranca con La Casa Del Sol Naciente,
para éxtasis de todo el clan. Infortunadamente, se rompe una cuerda de la
guitarra y no puede tocar más. Al rato le pide a Juan que lo lleve donde la
familia Polo, en el extremo oeste de la avenida Táchira, diciendo que tiene una
invitación y que quiere quedar bien. Se llevan la botella y la guitarra
acústica y en un dos por tres están disfrutando de esa otra velada. Para
animarla, Juan Puya, coplero que canta y toca, interpreta su versión de La Casa
Del Sol Naciente. Al finalizar, Ivo se le acerca y le recomienda que no siga en
eso porque no quiere más competencia, lo que Juan toma como el mejor cumplido
jamás recibido.
En la madrugada, no sabe cómo, se ve con
otros panas en el carro de Rafael Santaella, quien los invita al fundo de su
papá. En la casetera suena Sorry Suzanne, de The Hollies.
Ese ambiente se le volatiliza y se ve de nuevo en
su silla voladora, con el litro de ron en la mano. Algo le duele y no es
precisamente el almanaque. Se toca el entrepierna y recuerda lo que le dijo el
urólogo: ¡Tienes que cuidarte porque
padeces de orquitis crónica! Aquello le parece gracioso y piensa: ¡Qué riñones tienen los médicos! ¿Para qué
tanta parafernalia? ¡Lo que tengo es una inflamación en las taparas! ¡Hablen
claro c.!
Juan Puya, no le teme a
morir setentón, igual que un beodo del pueblo. Su mamá le dio la noticia
advirtiéndole: ¡A fulano los médicos no
pudieron sacarle la caña que se bebió!
Pero él no se para en
trámites. No le importa un cipote. Está listo para guindar el
colgadero cuando le toque. Afirma que la vida sin aguardiente no vale la pena y, parafraseando a un amigo,
dice: ¡A fin de cuentas…, para lo que hay
que ver!
Lo único ‘fú’ es que
más de una le cantaría El Adiós: No te
vayas todavía/no te vayas por favor/no te vayas todavía/ que hasta la guitarra
mía/llora cuando dice adiós♫
Viene clareando, igual que en la
Aconquija de Atahualpa Yupanqui. Seminconsciente, le da rienda suelta a su alma
golondrina para que haga el último planeo rasante por las calles
vallepascuenses del 70: Oye al Conjunto Ingeniería, derrapando en lo que parece
una fiesta gourmet, en el San Marco, con Mambo Sancocho y Chachachá Mondongo; en
otra hay un grupo que no identifica tocando, repetidas veces y a ritmo de
salsa, un reconocido tema. El cantante se queja: ¡De nuevo y fastidiando… Los Ejes De Mi Carreta!; en la Casa de la
Cultura, hay una gala del magisterio con José Miranda (violín) y su hermana
(piano), con presencia de Doña Paula Aguilera; en una casa cercana a la esquina
Liverpool, tres parejas bailan, en una sala a media luz, la balada rock Down By
The River, de Neil Young; y ya no ve más nada.
En alas de la gratificante añoranza pascuense, el llanero
chuchumeco, becerrero, pero de palabras, se aleja cantando: Zamba sí, pena no/Eso quiere mi corazón/Pero
hasta la zamba/Se vuelve triste, vidita/Cuando se dice adiós♫
2 comentarios:
Hola amigo Degni,excelente. Muy grato. Te apreciamos y admiramos. Pendiente otro Reencuentro.Recibe un fuerte abrazo.
Que bueno Simon, me transportaste y a veces pensé que era Juan Puya. Tiempo que se va no vuelve. Un fuerte abrazo
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