Premiación de “Terminemos el Cuento 2009” – Caracas (Venezuela)
18/08/2009
Caracas (Venezuela)
El martes 18 de agosto, en la Casa Nacional de la Letras “Andrés Bello”, se realizó el acto de premiación de la ganadora del concurso Terminemos el Cuento, edición 2009. Este año, como ya es tradición, la Unión Latina contó como aliados de difusión con liceos, casas de cultura y alcaldías, así como con el apoyo, a nivel de todo el país, de la Casa Nacional de las Letras “Andrés Bello”. El veredicto del jurado, integrado por Victoria Ardito (Casa Nacional de las Letras “Andrés Bello”, Programa de Literatura en Espacios no Convencionales), Raquel Molina (Casa Nacional de las Letras “Andrés Bello”, Coordinación de Formación Literaria), y el Representante de Unión Latina en Venezuela, declaró ganadora a la joven Valeria Tibisay Montilla Vargas, de San Juan de los Morros, estado Guárico.
La ganadora de esta edición muestra desde temprana edad gran atracción por la literatura. A los 8 años gana un concurso de narrativa. Participa además en los talleres de narrativa y poesía auspiciados por la Casa Nacional de las Letras “Andrés Bello” entre 2007 y 2009. Poemas suyos son publicados en plaquettes por la editorial Viento del Sur Editores junto a los de otros jóvenes escritores y en el blog y radio argentina “Al Borde de la Palabra” ( http://albordedelapalabra-poesia.blogspot.com/ ). El presente año ganó el Premio Municipal de Ortografía “Andrés Bello”, auspiciado por el Municipio Escolar Nº1 de la ciudad donde reside. Entre sus gustos particulares, además de la lectura y escritura, está el diseño gráfico, los cómics y el idioma japonés, diversas ciencias de la vida como la biología y la química (disciplinas que piensa estudiar a futuro) y la música, principalmente el rock en todas sus variantes.
Tomado de http://www.unilat.org/SG/Organisation/Actualites/detail.es.asp?id=774&archive=False&annee=2009
NOTA BIOGRÁFICA DE VALERIA MONTILLA
Valeria Tibisay Montilla Vargas, nace en San Juan de los Morros, Edo. Guárico, Venezuela, el 9 de marzo de 1993. Tiene 16 años y estudia actualmente bachillerato en la U.E.C. “San Juan Bautista” de San Juan de los Morros; este año fue promovida para 2º Año de Ciencias (5º año).
Desde temprana edad ha mostrado gran atracción por la literatura, siendo hija de escritores cultiva el hábito de la lectura y la escritura. A los 8 años ganó un Concurso de Narrativa realizado en el colegio donde cursaba 2º grado de primaria; participó además en los talleres de narrativa y poesía auspiciados por la Casa Nacional de las Letras “Andrés Bello” entre 2007-2009. Fue seleccionada para publicación de sus poemas en plaquettes de la Editorial Viento del Sur Editores junto a otros jóvenes escritores. Fue publicada también en el Blog y radio argentina “Al Borde de la Palabra” (http://albordedelapalabra-poesia.blogspot.com/). El presente año fue galardonada con el Premio Municipal de Ortografía “Andrés Bello”, auspiciado por el Municipio Escolar Nº1 de la ciudad donde reside. Entre otros talleres y cursos realizados: cursos de pintura al óleo, talleres de formación cinematográfica y curso intensivo de dibujo de cómics.
Entre sus gustos particulares, además de la lectura y escritura, está el Diseño Gráfico, los cómics y el idioma japonés, diversas ciencias de la vida como la Biología y la Química (carreras que piensa estudiar a futuro) y la música, principalmente rock en todas sus variantes. Entre escritores y sus obras preferidas se encuentran Sherrilyn Kenyon (Fantasy Lover); Anne Rice (Interview With The Vampire); J. K. Rowling (la saga de Harry Potter); Julio Verne (Voyage au centre de la Terre); Agatha Christie (Ten Little Niggers); Stephen King (Rose Red); Hajime Kanzaka (Slayers); Nagaru Tanigawa (Suzumiya Haruhi no Yūutsu); Bram Stoker (Drácula); Dan Brown (Deception Point); entre otros.
Su participación en el concurso Terminemos el Cuento 2009, fue motivada por la curiosidad de poder concluir el trabajo iniciado por un escritor, en este caso el cuento inédito “El Botero de Don Claudio” de Jorge Edwards, sintiendo que ello era todo un reto, pues sostener el tono y estilo de otro escritor no es sencillo. También motivó en gran medida la premiación con el viaje a Madrid, pues la experiencia promete todo un disfrute vivencial e intelectual, que los jóvenes agradecen a la Unión Latina en esta promoción de la creación literaria y la participación internacional.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------GANADORES DEL CONCURSO INTERNACIONAL TERMINEMOS EL CUENTO 2009
Los nombre de estos escritores por orden de aparición en el texto son: Juan Ignacio Riveros Silvestro (Bolivia), Casandra Danae Dittus Inostroza (Chile), Juan Pablo Mojica Forero (Colombia), María Fernanda Rodríguez Oreamuno (Costa Rica), Jammerys Arrebola Sánchez (Cuba), Julio Santiago Guerrero Kesselman (Ecuador), Raquel Silva León (España), Bryan Fernando Ramírez Turcios (Honduras), Cristina Raquel Murillo Tibbet (Panamá), Sandra Aline Giesbrecht Bogado (Paraguay), Jelitza Abadía Bailarín (Perú), Melissa Altagracia Sánchez Ramírez (República Dominicana), Mathías Porras Ferré (Uruguay), Valeria Tibisay Montilla Vargas (Venezuela) y Salvador Pelayo (Estados Unidos).
Estos jóvenes disfrutaron de una semana cultural desde el domingo 8 hasta el domingo 15 del mes noviembre del año 2009 en la capital de España, Madrid. El itinerario cultural estuvo conformado por el siguiente programa:
Domingo 8 de noviembre
Llegada y acogida de los ganadores
Traslado al Complejo Educativo “Ciudad Escolar-San Fernando”
Lunes 9 de noviembre
Desayuno y presentación del Programa nota
Visita panorámica de Madrid
Visita guiada al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
Martes 10 de noviembre
Visita guiada del Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Visita del Museo Nacional del Prado
Paseo por el Madrid de los Austrias y tapas
Miércoles 11 de noviembre
Visita a la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB)
Taller literario formativo sobre “La vida y la obra de Jorge Edwards y la cultura de paz”
Encuentro con el Secretario General Iberoamericano, D. Enrique Iglesias
Vino de honor ofrecido por el Secretario General Iberoamericano
Visita guiada del Palacio Real
Jueves 12 de noviembre
Visita guiada del Real Monasterio del Escorial
Tarde de compras
Viernes 13 de noviembre
Paseo por el barrio literario de Madrid
Visita de la Biblioteca Nacional y del Museo del Libro
Sábado 14 de noviembre
Visita a Segovia y al Real Sitio de La Granja de San Ildefonso
O Visita a Alcalá de Henares
Domingo 15 de noviembre
Regreso de los ganadores
Bibliografía:
Unión Latina (2009) Terminemos el cuento 2009. Por una cultura de paz y solidaridad. París: Unión Latina. 118 pags., ilustración de la portada: Editorial Santillana (Pablo Lara y Tito Martínez ,Ecuador)
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JORGE EDWARDS
Jorge Edwards Valdés (Santiago, Chile, 29 de junio de 1931) es un escritor, crítico literario, periodista y diplomático chileno. Hijo de Sergio Edwards Irarrázaval y Carmen Valdés Lira. Jorge Edwards, está casado con Pilar de Castro Vergara, con quien tiene dos hijos.
Jorge Edwards en la Feria del Libro de Madrid, 6 de junio de 2008
Biografía
Nacido en el seno de la familia Edwards y educado por los jesuitas, Jorge Edwards es, junto con José Donoso, uno de los más destacados representantes de la narrativa chilena. Graduado en Derecho por la Universidad de Chile en 1958, comenzó la carrera diplomática y fue enviado por el gobierno chileno en 1959 a la Universidad de Princeton (Estados Unidos) para estudiar ciencias políticas. En 1962 fue nombrado secretario de la Embajada de Chile en París, regresando al país en 1967 donde ostentó el cargo de Jefe del Departamento de Europa Oriental en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Durante este período publicó sus libro de cuentos "El Patio", "Gente de la Ciudad" y "Las Máscaras" y la novela "El Peso de la Noche". Durante su primera misión diplomática en París trabó amistad con Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, entre otros. su nombre está asociado, por lo tanto, con el llamado boom latinoamericano.
Su consagración vendría sin embargo más tarde.
En 1971, el gobierno de Salvador Allende le envió como embajador a la Cuba de Fidel Castro, puesto en el que estuvo apenas tres meses, debido a sus discrepancias con el gobierno revolucionario cubano y sus críticas a las facetas dictatoriales de ese gobierno. Fruto de sus experiencias en Cuba (Edwards fue declarado persona non grata y exigida su salida de la isla) sería su obra Persona non grata (1973), por la que ganó notoriedad, y en la que realiza una crítica sobria y a la vez corrosiva contra el estalinismo y el régimen socialista cubano. La obra, que conseguiría el raro mérito de estar prohibida simultáneamente por el gobierno chileno y el gobierno cubano, le granjeó la enemistad de las fuerzas políticas de izquierda y creó una gran polémica entre los escritores latinoamericanos.
A su regreso de Cuba, Edwards fue enviado de nuevo como secretario de la embajada a París, donde estaría a las órdenes de Pablo Neruda. Tras el golpe de estado con Augusto Pinochet a la cabeza, Edwards se vio forzado a abandonar la carrera diplomática, exiliándose en Barcelona (España), donde trabajaría en la editorial Seix Barral y dedicándose a la literatura y el periodismo. Edwards no regresaría a Chile hasta 1978, donde fue uno de los fundadores y posteriormente presidente del Comité de Defensa de la Libertad de Expresión. Restablecida la democracia en Chile, el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle lo nombró embajador de Chile ante la Unesco (1994 - 1996). En 1994 recibió en Chile el premio Nacional de Literatura. En 1999 obtuvo el principal galardón literario en lengua española, el premio Cervantes.
Obra
La obra de Jorge Edwards consiste fundamentalmente en novelas y relatos cortos. La temática de Edwards supuso un distanciamiento de la habitual en la literatura chilena, ya que en lugar de abordar la vida rural, se centró en los ambientes urbanos y la clase media-alta de su país.
Novelas
El peso de la noche (1965), sobre la decadencia de una familia de clase media
Persona non grata (1973), sobre sus experiencias como embajador chileno en Cuba.
Los convidados de piedra (1978), ambientada en el golpe de estado de 1973.
El museo de cera (1981), una alegoría política.
La mujer imaginaria (1985), sobre la liberación de una artista de clase alta en la mediana edad.
El anfitrión (1988), una recreación moderna del mito de Fausto.
El origen del mundo (1996), una reflexión sobre los celos, ambientada en París.
El sueño de la historia (2000).
El inútil de la familia (2004).
La casa de Dostoievsky (2008).
Cuentos
El patio (1952).
Gente de la ciudad (1961).
Las máscaras (1967).
Temas y variaciones (1969).
Fantasmas de carne y hueso (1993).
Obra periodística
Jorge Edwards es colaborador asiduo de diversos diarios, ya sea en su Chile natal, en el resto de Latinoamérica (La Nación de Buenos Aires) o en Europa (Le Monde, El País o Il Corriere de la Sera). Actualmente escribe una columna de opinión los días viernes en el diario La Segunda. Gran parte de su obra periodística se ha publicado en diversos libros:
El whisky de los poetas (1997)
Diálogos en un tejado (2003).
Otros
También ha escrito ensayos y biografías:
Desde la cola del dragón (1973), por la que obtuvo el Premio de Ensayo Mundo en 1977.
Adiós poeta (1990), una biografía muy personal de Pablo Neruda.
Machado de Assis (2002), sobre el escritor brasileño Joaquim Maria Machado de Assis.
Premios
Edwards ingresó en 1979 en la Academia Chilena de la Lengua. Entre los múltiples premios y distinciones que ha recibido destacan la condecoración como Caballero de la Orden de las Artes y Letras de Francia, el Premio Nacional de Literatura (1994), el Premio Cervantes, la distinción más importante de la lengua castellana, y la Orden al mérito de Gabriela Mistral, ambas en el año 2000.
Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Jorge_Edwards
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El relato salió de una nota en una historia de nuestra guerra civil de 1891. Los políticos derrotados escaparon desde Valparaíso en un barco de guerra alemán que hizo escala en El Callao, Perú y siguió a Europa. El botero que llevó al barco al jefe balmacedista Claudio Vicuña no pudo regresar porque la multitud amenazaba con lincharlo. También se embarcó.
Toda la tarde había escuchado explosiones y ruidos confusos, y al anochecer había tenido la impresión de que el cielo, detrás de los cerros del puerto, era un solo incendio enorme, un infierno en la tierra, encima de los acantilados.
¡Mira!, le había dicho al Tuerto, otro de los boteros de la poza número uno, un zambo medio enrevesado, de pelo crespo, y el otro le había contestado que andaban diciendo por ahí, por ai, que el mundo se iba a acabar. Después llegaron dos personas, dos empleados de la Intendencia, pálidos como papeles, y les dijeron, ¡eh, les dijeron, vos ahí, y vos también!, que estuvieran preparados. Los dos. El Tuerto tendría que partir con la carga, las maletas, los bultos, las cajitas de té, adelante. Y él, tú, el Huiro, con los caballeros y toda la familia, al final.
Embarcar la carga costó mucho, más de dos horas. El bote del Tuerto quedó hundido hasta cerca del reborde, pintado de un color más oscuro, pero el Tuerto dijo que no tuvieran cuidado. El, dijo, yo, respondo, patrón. Y empezó a remar con la ayuda de Dioguito, el hijo de su hermana. En la mitad de la poza, entre gaviotas y pelícanos, el Tuerto seguía remando de pie, sin hundirse, con cara de iluminado. Después lo vieron cuando empezaba a descargar junto a la escalerilla del acorazado, con ayuda de los marineros alemanes, que tenían caras coloradas, boinas negras, y usaban camisas con los cuellos bien abiertos, con los pelos del pecho al aire.
Las explosiones siguieron y como que se acercaron, y de repente se escuchaba una balacera, y había gritos y aullidos, y gente de todas las edades que corría por la plaza y que empezaba a apiñarse en el muelle, cerca de la orilla. La gente se reía de los boteros, les tiraba cáscaras de sandías, y algunos vociferaban toda clase de insultos al gobierno. Por las ventanas de la Intendencia, al fondo de la plaza, se notaba que adentro había mucho movimiento. Se apagaban luces y se volvían a prender, y las sombras asustadas corrían de un lado para otro. A veces se asomaba un soldado con un fusil y miraba a la gente en la calle, pero de inmediato se escondía.
En eso, los dos empleados de la Intendencia le hicieron toda clase de señas, más pálidos y más asustados que antes, y uno de ellos hasta mostró una pistola e hizo ademán de disparar al aire. La gente, alrededor suyo, le abrió camino y dejó de gritar por un rato.
¡Abran paso!, chillaba el hombre, con cara de furia, y agitaba su pistola.
El grupo, encabezado por don Claudio, de levita gris y bigotes enroscados hacia arriba, en forma de tirabuzón, avanzó por el centro, con caras muy serias, desencajadas. Don Claudio no abría la boca. Se ayudaba con un bastón grueso y habían contado que adentro del bastón llevaba un estoque filudo. Para matar al primer roto que se le atravesara. Las señoras, en cambio, de mantilla, rezaban, y las chinas lloriqueaban, y los niños andaban a tropezones, mirando para todas partes, pálidos de susto. Todo iba a arder dentro de poco rato, seguro, y la única salvación era el acorazado chato, de color de acero tirando a amarillo, con sus marineros de cuellos grandes y caras de jaiva, con sus águilas imperiales negras, con las bocas gruesas de sus cañones.
Ya vuelvo, le dijo el Huiro al Turnio, agarrando los remos. Espérame.
Te espero, y salimos a celebrar, contestó el Turnio.
¿A celebrar qué?, preguntó el Huiro, sorprendido.
Triunfó la Revolución. Mataron a miles de gobiernistas. ¿Te parece poco?
Él se quedó boquiabierto.
Reme con cuidado, le ordenó don Claudio, con los dientes apretados. Mire que mi señora se marea.
Entonces vio, don Claudio, que algunos jinetes de la caballería de los congresistas habían aparecido frente a la Intendencia, recién llegados de la Placilla, que sólo quedaba en la parte de atrás de uno de los cerros, y le rogó que remara más rápido. No es fácil entender a este caballero, se dijo él, pero, de todos modos, remó con más fuerza. Dos de los jinetes se acercaron a la orilla. Sus lanzas estaban ensangrentadas. Los caballos sudaban, echaban por entre la armazón del freno espuma sucia, y daba la impresión de que los jinetes, después de la batalla, se habían emborrachado con aguardiente.
¡Más rápido!, masculló don Claudio, y ahora sí que tenía miedo por primera vez, verdadero miedo. Se escuchaban gritos más cercanos, y galopes, y una que otra clarinada, y de repente un golpe seco. En el segundo piso de la Intendencia, dos o tres personas agarraban un armatoste pesado, un ropero, o una mesa de mármol negro, y lo tiraban por una ventana. El observó que el Tuerto había amarrado su bote y había desaparecido entre la gente, sin esperarlo. ¿Cómo voy a volver?, pensó. Su mujer, la Quintilia, con sus dos hijos, se había ido a vivir con un zapatero remendón hacía más de tres años, pero él tenía una negra gorda que le hacía de comer y que de vez en cuando, sobre todo si se había tomado unos vinos, se metía adentro de su cama.
¡Avísale a mi negra!, pensó pedirle al Tuerto, pero ya no había manera de comunicarse con él. Había partido a celebrar, el Tuerto sinvergüenza. Quizás a dónde. Mientras otros entraban en las casas de los que se habían escapado y robaban todo lo que podían.
La parte roja del cielo aumentaba, como si le hubieran echado más leña al infierno. Había erupciones, estallidos, alaridos, piedras que salían disparadas por los aires. Los cerros parecían dominados por una alegría salvaje, incendiaria, como si los pobladores quisieran acabar con todo y empezar de nuevo, desde la ceniza. ¿Cuánto falta?, preguntó don Claudio, que se había arrancado a tirones, de puro nervioso, uno de los botones del chaleco, y que se había puesto, en cambio, una escarapela en la solapa, como para que lo reconocieran y supieran. El notó que dos soldados bajaban por el muelle, con bayonetas caladas, y que se iban a subir a un bote, pero después les daban contraorden.
Cuando el bote llegó hasta la escalerilla de metal del buque, don Claudio se puso de pie, gordito, con las piernas tembleques, y quiso subir a toda carrera. Después se contuvo, y el pecho se le infló, como si fuera una gran ave de corral, y se le volvió a desinflar, y se hizo a un lado para que subieran primero las señoras y los niños. El capitán del barco, desde la cubierta, miraba para abajo y daba órdenes en alemán. Don Claudio respondía con palabras alemanas sueltas, que no significaban nada, mientras los marineros, que ayudaban a los niños y a las señoras, se hacían señas entre ellos y miraban al caballero gordito, el de la levita y la escarapela, el de los bigotes en punta, el del bastón, de reojo.
Él, el Huiro, recibió su paga, una moneda más o menos gruesa, y remó de vuelta durante un buen rato, pensando en las cosas que le había tocado ver y escuchar ese día. Al acercarse al muelle divisó las lanchas de los revolucionarios, que lo miraban con mala cara. Uno de los infantes de marina levantó su fusil y le apuntó, y él hizo ademán de agacharse.
¡Mueran los balmacedistas conchas-de-su-maire!, gritaron los tripulantes de las lanchas. ¡Muera el Champudo! Y lo miraban a él como si ya lo hubieran sentenciado.
El siguió remando a todo lo que daba, sin mirar para los lados, y vio que había soldados y caballos de la caballería congresista que ahora bloqueaban la subida al muelle, y creyó divisar una cabeza humana ensartada en una de las lanzas, pero no estuvo seguro. Desde abajo del muelle, un botero viejo, el Taita, amigo suyo y del Turnio, le hacía gestos disimulados, pero enérgicos, para que se alejara. ¡No te acerques, Huirito, porque te van a matar!, pareció que le decía con los labios.
“con la amable autorización del autor aquí comienza el ejercicio de Terminemos el cuento”
Final del cuento escrito por Valeria Montilla:
…El Huiro, al ver que apuntaban de nuevo hacia él con sus fusiles y lanzas, cambió la dirección y remó más rápido, aprovechando la falta de peso extra sobre el bote. Dos disparos impactaron en el agua, muy cerca de la barca como para su gusto; al agacharse escuchó como las municiones pasaban volando sobre su cabeza, para después oírse varios gritos de enfado desde el muelle cuando volvió a incorporarse ileso.
El infierno seguía extendiéndose por el cerro, tiñendo el cielo nocturno de tonos rojizos. En la Intendencia quedaban pocas ventanas intactas, el resto eran solo agujeros incandescentes, llenos de vidrios rotos y manchas de sangre. Ya no se veían personas en la plaza, solo algunos cuerpos humanos y de caballo en el suelo, atravesados por lanzas o agonizantes, esperando a ser alcanzados por el fuego hambriento que iba devorando una a una las casas en pie.
Vio que en el muelle varios de los infantes habían tomado los botes. Al no ver rastro del Taita el Huiro tuvo miedo; por su negra, por el Tuerto, por su propia vida. Los infantes apuntaban de nuevo a su bote mientras se gritaban órdenes. Aunque sentía los párpados pesados por la falta de sueño y los brazos cansados, siguió remando. Poco a poco dejó atrás los disparos, los gritos aterrorizados de las mujeres, los relinchos furiosos de los caballos y las risas etílicas de sus jinetes mientras alzaban sus lanzas entonando cánticos de victoria, algunas, como llegó a ver al fin, coronadas con cabezas humanas.
Después de unos minutos de disparos infructuosos los infantes parecieron desistir de la persecución; tal vez solo se les habían acabado las municiones, el Huiro no lo sabía, solo siguió remando aún cuando vio como estos regresaban con sus compañeros y se alejaban para unirse al caos que se desataba detrás. El muelle quedó en calma, olvidado por el fuego, los boteros, los pobladores y los grupos revolucionarios. Después de unos minutos en los que solo vio las barcas flotando, sin rastros de sus dueños, ocupadas únicamente por algunos pelícanos que las vieron como buenas posaderas para descansar de sus vuelos de caza nocturnos, dejó de remar.
Al contrario del pueblo el mar estaba en calma, ajeno al desastre de su contraparte flamígero, únicamente alterado por el peso del bote y algunas aves marinas que entraban para luego salir con un pez gordo entre sus picos. A lo lejos, el barco de Don Claudio desaparecía en el horizonte, huyendo hacia tierras seguras, alejándose de todo lo que habían provocado las ansias de poder.
El Huiro se sintió entre dos mundos, entre el pueblo agonizante y el barco que se alejaba silencioso, casi fantasmagórico, hacia el norte. Dos mundos en los cuales ya no era aceptado. Con un suspiro se sentó en su bote a ver el desarrollo de todo, sabiendo que el mar era el único sitio donde estaba a salvo… Pasaron las horas, la luna estaba ahora en su cenit, anunciando la medianoche. El pueblo había quedado en calma. El fuego, hasta hace poco enorme y ávido de vida y madera, se hallaba ahora reducido a pocas fogatas en los techos que quedaban aún en pie y los troncos carbonizados de los árboles de la plaza, dejando su mancha negra sobre todas las cosas que alcanzaba en su agonía. De vez en cuando pasaba un jinete sobre su caballo, gritando cantos de victoria mientras espoleaba al animal para que fuese más rápido. Los demás boteros no habían regresado, el muelle se veía ahora en posesión de las aves y unos pocos animales que, con sus pelajes ennegrecidos y heridas abiertas, iban a buscar algo de reposo y alivio en las frías aguas.
Sentía sueño, cabeceaba de vez en cuando, alejando su mente de la guerra, de los problemas políticos, de los revolucionarios y de Don Claudio; entrando en un estado de paz y tranquilidad que sólo podía sentir cuando dormía. El pueblo y posiblemente todos sus conocidos habían muerto esa noche; ya solo le quedaba su bote y la moneda que le había dado Don Claudio por sus servicios. Al acordarse de ella la sacó de su bolsillo y la examinó, era dorada y posiblemente valiese más el metal del que estaba hecha que la moneda misma. Por ella ahora se hallaba en ese mundo de peces y aves, flotando a la deriva mientras veía los restos de su vida pasada convertirse en cenizas y ser arrastrados por el viento.
El Huiro, dándole un último vistazo a la moneda, la lanzó lo más lejos que pudo en dirección al pueblo, viendo cómo se hundía en el mar con la escasa luz que le llegaba desde los restos del incendio. Luego, después de un suspiro, se echó en el bote y cerró los ojos para al fin dormir.
Valeria Montilla
VIDEO INFORMATIVO CON LOS GANADORES DE "TERMINEMOS EL CUENTO 2009" PRESENTADO POR NCI (NOTICIAS CULTURALES IBEROAMERICANAS)
Tomado de http://video.atei.es/development/index.php?option=com_videos&task=detail&id=3661
1 comentario:
felicitaciones a esa sanjuanerita, y a tí Jeroh...También
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