Carlos A.
López Garcés
Cronista de
Orituco
1.- Valor histórico
Las riberas del río Orituco, específicamente
en el municipio José Tadeo Monagas del estado Guárico y desde tiempos
coloniales hasta el presente, han sido utilizadas como base territorial para la
operatividad de unidades de producción agropecuaria, entre las cuales estaba la
hacienda La Rubileña cuyo nombre, según una suposición tradicional, deriva
del apellido Rubín, que habría sido el de uno de sus antiguos propietarios;
sin embargo, hasta ahora no ha sido posible encontrar datos confiables que
sirvan para verificar tal conjetura ni otros relacionados con su evolución.
Esa finca estaba
ubicada a nueve kilómetros (9 Km), aproximadamente, al noroeste de Altagracia y
a dos kilómetros (2 Km), en la misma dirección, del vecindario Guanape. Esta
localidad y la hacienda fueron cubiertas por las aguas del embalse Guanapito en
1962. Restos de este centro agrícola quedaron expuestos, como nunca antes,
debido a la intensa sequía causada por el fenómeno natural El Niño, sobre todo
en los cuatro primeros meses del actual año 2016, lo cual estimuló la idea de
reseñarle algunas noticias provechosas, porque La Rubileña integraba la
dinámica socio-económica orituquense, lo que la hace interesante para la
historia local del siglo XX con respecto a tres factores básicos: el modo de
producción predominante, el aprovechamiento de la energía eléctrica y la
introducción del tabaco Virginia.
2.- Tenencia,
superficie y uso
El modo de
producción capitalista imperaba en territorio orituqueño a mediados del siglo
XX; era el mismo que regía en el área rural venezolana; estaba caracterizado
por la tenencia y uso particular de los medios de producción, lo que es decir:
la tierra, edificaciones o inmuebles,
maquinarias y otros mobiliarios e instrumentos de labor eran de propiedad
privada o usufructuadas por un arrendatario o más; el capital era propio o a préstamo; el trabajo era asalariado.
El último
propietario de La Rubileña fue el doctor Aza Sánchez (abogado), a quien se la
arrendó don Miguel Ávila hacia el año 1949, cuando ya había desistido de
continuar con el arrendamiento de la hacienda La Margarita, propiedad
del licenciado Pedro Salazar Vásquez y donde, con aporte crediticio del Banco
Agrícola y Pecuario, cultivaba café cuya producción era de poca rentabilidad.
La
superficie de La Rubileña se extendía por el oeste hasta el sitio de Curucutí
y por el sur colindaba con la hacienda Guanapito; habría sido alrededor de
cuarenta hectáreas (40 has), que incluían el lugar de las edificaciones y el de
los sembradíos; entre las primeras estaban: la casa principal, grande, de
paredes de tapia, techo de tejas sobre caña amarga y piso de ladrillos; la casa
de los isleños; el trapiche y sus anexos;
el cuarto del alambique; los hornos de tabaco; el baño de ganado; la sala de la
planta hidroeléctrica; la vivienda para el celador o responsable de la planta; el
tanque de agua.
3.- Siembra primordial
La caña dulce
era el cultivo principal de la hacienda cuando don Miguel Ávila se encargó de
ella; además, había plantaciones de cacao, tomate y lechosa en menor extensión,
que trasladaban a Caracas con fines comerciales, y de cebolla, cebollín, cilantro,
lechuga, etcétera, para autoabastecimiento, en primer lugar, y mercadeo; la
lechosa también la vendían a la empresa de Ron Pampero, en Aponte, cerca de
Ocumare del Tuy. Por otra parte, hicieron pruebas con tomate tipo manzano en
1950, con semillas importadas de Estados Unidos; pero las siembras, al igual
que en otras haciendas, fueron destruidas por la extraordinaria creciente del
río Orituco ocurrida el 22 de octubre, como lo reseñó el periódico altagraciano
Alborada Nº 17, del día 29 de ese
mismo mes y año, que dirigía el profesor Blas Loreto Loreto (2009, p. 202).
La molienda
de caña dulce la hacían en un trapiche activado con fuerza hidráulica. El jugo
o guarapo pasaba, a través de un canal y previamente filtrado para eliminarle
las impurezas, a una serie de cuatro o cinco pailas donde era hervido, con el
fuego de la leña, hasta un punto óptimo de densidad para fabricar papelón, con los
moldes de madera respectivos, y alfondoque y alfeñique, dos tipos de golosinas
muy apreciados por la colectividad orituqueña. Asimismo, lo utilizaban para la
elaboración de aguardiente, lo que requería de un cuarto oscuro, una batería de
cubas para fermentar el jugo o guarapo y un alambique para destilar el derivado
alcohólico, cuya graduación debía ser de 40 oGL, aunque algunas veces
sobrepasaba tal medida; esta actividad era supervisada por un funcionario de
las rentas de licores municipales, la que tenía dos inspectores encargados de
esa labor, uno de los cuales era el señor John Méndez en los años cincuenta de la
centuria XX.
El papelón
lo vendían, hacia 1950, con peso de un kilogramo por unidad y a razón de
setenta bolívares la carga, equivalente a ochenta papelones cada una, que envolvían
con el bagazo de caña; su mercado elemental era Altagracia y otros pueblos de
Orituco, mientras que el aguardiente lo comercializaban en Caracas,
principalmente, y en bodegas y botiquines de Altagracia, envasado en bidones o “carboyas”, con la fama de ser el mejor
de la región, donde había otras haciendas que elaboraban ambos productos, entre
las cuales estaban Santa Rosa, Garabán y Tocoragua. El precio de
esos artículos disminuyó significativamente, al extremo que bajó el rendimiento
de las haciendas de caña orituquenses e hizo pensar a los productores en
soluciones urgentes para esa situación perjudicial.
4.- Prueba victoriosa
Coincidiendo
con aquellas circunstancias desfavorables, don Miguel Ávila tuvo la oportunidad
de conocer en Caracas al presidente de la Compañía Anónima Venezolana de Tabaco
(CAVET), empresa productora de cigarrillos Capitolio, quien lo motivó para
hacer una prueba con tabaco Virginia en La Rubileña, la cual fue ejecutada favorablemente
con crédito aportado por la misma fabrica cigarrera. Los primeros trabajos
fueron hechos hacia 1951; incluyeron la aradura con dos bueyes llamados Tumbaga
y Ojo Negro, que los manejaba un portugués de nombre Blas Balagao, quien ya trabajaba
en esa hacienda, donde los utilizaba preparando la tierra para sembrar y aporcando
los frutos menores; estos animales fueron de gran utilidad para el isleño Juan
Gómez, un español-canario de Gomera conocedor de las exigencias del tabaco,
quien fue empleado por don Miguel Ávila para coordinar actividades atinentes a ese
cultivo. La casa principal sirvió de horno para la primera cosecha obtenida,
que fue de excelente calidad, según lo indicó el altísimo porcentaje de hojas
amarillas.
El resultado
de aquella prueba fue tan exitoso que ocasionó la sustitución de la caña dulce
por el tabaco, dada su mayor rentabilidad, lo que significaba la aplicación de
nuevos criterios económicos y tecnológicos mediante: un aumento de la
superficie a cultivar; la incorporación de varios isleños expertos en ese
vegetal; la edificación de hornos tabacaleros a cargo del canario Manolo
Hernández como constructor, los cuales se activaban con querosén; la
adquisición de un tractor Massey-Harris con su respectiva rastra para reemplazar
a los dos bueyes, etcétera. Con este tractor sumaban dos en Orituco; el otro
estaba en la hacienda Campo Alegre, de acuerdo con información publicada en el quincenario
altagraciano Correo del Orituco, de
la segunda quincena de abril de 1968, dirigido por Víctor Pérez Pérez; después
hubo un tractor más, de marca Oliver, en la hacienda Tocoragua.
El tabaco de La Rubileña lo llevaban a
la factoría de CAVET, ubicada en San Martín, Caracas. El éxito tabacalero de
esa hacienda sirvió para estimular la proliferación de ese cultivo en otras
fincas orituquenses, lo que se acrecentó con tanta determinación que fue el sustituto
de la caña dulce; esto denotaba un mejoramiento económico sustancioso y
sustentable para los hacendados. Valga un paréntesis para recordar que La
Carmenatera era la única unidad de producción valleorituqueña donde no
sembraban caña; allí predominaban las naranjas.
5.- Personal
Las labores
relacionadas con la producción tabacalera, cuando esta realidad se había
consolidado en La Rubileña, incluían, entre otros, los elementos siguientes: de
ocho a diez isleños canarios encargados del cultivo de la planta; veinte peones
cosechadores; un tractorista y dos obreros cargadores para trasladar las hojas
hasta los hornos; quince a veinte mujeres para el encuje; la cura en los hornos
a cargo de los isleños expertos; un grupo de mujeres clasificadoras. Esto
revela que había una división social del trabajo con respecto al sexo. La clasificación la hacían según el color y la
integridad de la hoja: amarillo indicaba mejor calidad; marrón oscuro era
inferior al amarillo y superior al bajero. Este último era de baja categoría
por estar muy maltratado y no tener el color conveniente; tenía tres niveles:
bajero uno, bajero dos y bajero tres.
Es oportuno
resaltar que una práctica hecha común fue el uso de guano (importado de Chile)
para abonar y de orina por su contenido de urea, ante la dificultad de
adquirirla en el mercado, como sucedía igualmente con los plaguicidas; por esto
combatían a los gusanos quitándoselos uno a uno a cada mata y echándolos en un
sombrero; los peones ganaban un bolívar por cada sombrero lleno de esa plaga. Conviene
decir que don Miguel Ávila se residenció con su esposa e hijos en La
Rubileña, donde también laboraban algunos familiares suyos muy
cercanos: Jesús y Juan Ramón Ávila, caporales; Rafael y Alberto Ávila,
tractoristas; Arturo y Napoleón Ávila, choferes (sobrino el sexto y hermanos
los demás).
6.- Dos recursos importantes
En la
hacienda había un sistema hidráulico que se surtía con agua del río
Orituco, la cual, desde la finca El Onoto sita al norte, descendía por gravedad
y a través de un canal construido en los cerros aledaños hasta La
Rubileña, donde era utilizada para activar el trapiche y la planta
eléctrica. Es justo recordar que el señor Nicasio Benavente era el encargado de
la distribución del agua que se hacía desde este sistema, durante varios años
hasta que terminaron las actividades.
El trapiche constaba de una rueda metálica
giratoria, quizás de cinco a seis metros de diámetro, que se activaba con la
fuerza del agua que le caía sobre las paletas de madera desde un canal elevado;
esa rueda estaba conectada mediante un engranaje a unos gruesos rodillos de
metal, que, al girar, servían para la molienda de la caña dulce y así extraerle
el jugo o guarapo que, por medio de un canal, iba a las pailas para la
elaboración del papelón antes comentada. El agua regresaba al río Orituco por
una acequia hecha con esa finalidad. Toda esta instalación, excepto la rueda,
estaba techada con zinc al igual que otras.
La planta era
encendida al activarse el movimiento del generador de electricidad (dínamo),
mediante una correa conectada a una turbina que giraba impulsada por la fuerza
del agua, la cual le llegaba, por gravedad y con abundancia, descendiendo a
alta velocidad por un tubo de quince a dieciséis pulgadas de diámetro
aproximado y una inclinación quizás de 40º, desde un tanque ubicado acaso a
veinte metros de altura. El agua también regresaba al río Orituco por medio de
una acequia como en el caso del trapiche.
El señor Carlos
Maurel era el encargado de encender la planta a las seis de la tarde y apagarla
a las nueve de la noche. Esta planta estaba en La Rubileña cuando don
Miguel Ávila asumió el arrendamiento de esa hacienda. Una versión, narrada por
el médico-escritor Rodrigo Infante Marrero en su libro La prole de Evaristo (1989, pp. 7 a 10), revela que habría sido
instalada hacia 1926 por el dueño de esa finca en esos días, el italiano don
Arturo De Gregorio, con la ayuda de sus hijos y del señor Ángel Constant, quien
era muy inventivo para estos quehaceres. Don Arturo la importó de Estados
Unidos, vía La Guaira, y logró que fuese trasladada a La Rubileña después de
superar muchas dificultades por caminos fragosos recorridos en el transcurso de
varios meses. Don Arturo vendió la hacienda, con la planta incluida, en 1929;
luego compró la finca Tocoragua donde falleció como
consecuencia de la hematuria en 1930.
7.- Novedad tecnológica
Al principio, aquella planta
proporcionaba únicamente electricidad para la finca; después sirvió además para
el alumbrado público de Altagracia de Orituco, donde significó un módico e
importante cambio cualitativo, a pesar de la baja intensidad de la luz, porque fue
la introducción de un adelanto tecnológico en el pueblo para sustituir un servicio
muy limitado, que había sido hecho con faroles de querosén, encendidos por un
farolero, desde el 5 de julio de 1874, al decir de Adolfo Antonio Machado en
sus Apuntaciones para la historia de
Altagracia de Orituco (1961, p. 90; 2008, p. 204).
Aquel reducido
avance, dado por la primera planta eléctrica de Orituco, fue posible gracias a
un contrato del dueño de la hacienda con el Concejo del otrora distrito Monagas
del estado Guárico, de acuerdo con el cual este cuerpo edilicio debía pagar una
determinada cantidad de dinero, que, inicialmente, habría sido de trescientos
bolívares por quinientos bombillos y durante el mismo horario que regía para la
finca. Este convenio permitió tender las líneas de cables desde La Rubileña, por el camino de Guanapito
a La
Carmenatera con rumbo hacia Altagracia de Orituco, donde era
aprovechada su utilidad aún en el año 1943, aproximadamente, cuando fue
instalada en la población una planta eléctrica que funcionaba con gasoil,
aportada por el ejecutivo regional guariqueño, según lo aseveró el gracitano
Agustín Fernández, quien fue uno de sus operadores; pero la de La
Rubileña siguió al servicio de la hacienda hasta que en esta cesaron
las labores hacia 1958, como consecuencia de la decisión ejecutiva nacional de
construir el embalse Guanapito por medio del otrora Ministerio de Obras
Públicas (MOP); esta obra fue iniciada en 1959 e inaugurada en abril de 1963
por el Presidente Rómulo Betancourt.
Altagracia de Orituco, mayo de 2016.
FUENTES
1.- Bibliográficas
INFANTE, Rodrigo. La prole de
Evaristo. Altagracia de Orituco. Edición de la Casa de la Cultura Jesús Bandres. 1989.
LORETO LORETO, Blas. Alborada, pie de luz para medio siglo. Altagracia de Orituco.
Edición de la Alcaldía del Municipio José Tadeo Monagas del estado Guárico. 2009.
MACHADO,
Adolfo A. Apuntaciones para la historia (obra escrita
entre 1875 y 1899). Madrid.
Publicaciones Amexco. 1961.
MACHADO,
Adolfo A. Recopilación de apuntaciones
para la historia de Altagracia de Orituco hasta el siglo XIX. Altagracia
de Orituco. Edición de la Alcaldía de municipio
José Tadeo Monagas del estado Guárico. 2008.
2.- Hemerográfica
“El tabaco Rubio: Base económica de Orituco”. Correo del Orituco. Director: Víctor
Pérez Pérez. Año I - Nº 1. Altagracia de Orituco, segunda quincena de abril de 1968, pp. 4, 5.
3.- Informaciones
orales
ÁVILA
ARROYO, Carlos. Altagracia de Orituco, lunes 18 de abril de 2016.
ÁVILA
ARROYO, Miguel. Altagracia de Orituco, jueves 28 de abril de 2016.
ÁVILA TIRADO,
Napoleón. Taguay, martes 3 de mayo de 2016.
FERNÁNDEZ, Agustín. Altagracia de Orituco, viernes 2 de marzo de 2012.
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