martes, 2 de junio de 2009

Los 97 palos de Don Fernando “El Vate” Aular

Degnis Romero


Nos acercamos a Tucupido para la periódica dosis de necesaria catarsis que produce percibir el agradable calor pueblerino y que, adicionalmente, ayuda a contrarrestar la nostalgia y la depre producida por varios meses de lejanía.

Sin embargo, existe el claro objetivo de conversar con Fernando “El Vate” Aular, aprovechando la circunstancia de su cumpleaños número 97. El contacto se logra gracias a la gentil intervención de Alexis Gerdel y su esposa Nubia Zamora (nieta del músico-poeta), vecinos (por la calle Libertad) de la casa San Celestino, que perteneció a la familia Romero Rodríguez, ubicada en la calle Guaicaipuro Nº 40.

El amable Alexis hace un alto en sus actividades y nos acompaña al bullicioso sector El Tranquero, en una de cuyas seis esquinas reside Don Fernando.

Vamos armados con las notas acerca de músicos de la época, garrapateadas con la ayuda de Doña Alida de Romero y con el artículo Recuerdos musicales de Tucupido Parte Nº 1 (foto) de Gladys Vásquez de Aular esposa del Dr. Fernando Aular Durant (médico radiólogo e hijo de El Vate).

Con gesto amable nos invita a sentarnos e increpa: -¿Para qué soy bueno? Le explicamos las intenciones de conversar acerca de su experiencia con la música y la poesía a lo largo de su fructífera existencia.

Pide que se le hable alto ya que sus oídos sufren la merma de los años; lo hace con un hablar pausado y fino que recuerda a Alberto Arvelo con aquello de: En un verso largo y hondo/se le estira el tono fiel, y comienza diciendo:

-Un treinta de mayo de 1912 salí a este mundo. A los ocho años de edad (1920) me metí a monaguillo con el cura párroco Brígido González, porque era la manera de acercarme al armonio que había en la iglesia y que tocaba Ángel Rangel; al poco tiempo heredaría esas funciones.

-Estudié música con el maestro Teófilo Ruiz y el violín con Antonio Miguel Martínez, después me uní al conjunto de Moisés Morean (clarinetista excepcional) que pasó a llamarse Conjunto Morean-Aular y tocábamos en pueblos y caseríos circunvecinos. Muchos tocaban ad orecchio (por oído).

Hace una pausa y se queja de que ya no puede digitar su violín. Le recordamos que en su caso no había razones para sentirse mal ya que aprovechó a lo largo de su vida productiva, exprimiendo al máximo sus facultades y que el transcurrir del tiempo nos va limitando funciones, pero que

esas son cosas naturales de Dios. De inmediato preguntó con énfasis: -¿Ud. mencionó a Dios? Me alegra mucho que lo haya hecho. Tuve el privilegio de ser invitado a la masonería por Moisés Morean y, aunque mucha gente piense lo contrario, somos fieles creyentes de Dios y de Jesús El Cristo.

No perdemos la oportunidad para preguntar si recuerda a Simón Romero quien tocaba el saxofón en la agrupación dirigida por el maestro vallepascuense Rufo Pérez Salomón y dice: -A Simón lo recuerdo vagamente pero a Rufo lo veo aquí, y hace un gesto alargando sus brazos y formando con sus manos una especie de pantalla donde se refleja la imagen del personaje en cuestión. Se extiende en elogios para la calidad musical de Don Rufo y parece deleitarse con la memoria de aquellos tiempos. Por otra parte, se queja de la disminución de su capacidad visual para la lectura (aunque no usa lentes) y de que la memoria lo traiciona en algunas oportunidades (no consiguió recordar el nombre de otro admirado músico de Valle de La Pascua). Le decimos, como consuelo, que nos ocurre igual teniendo 40 años menos.

Por esa razón narró esto: -El policía Vergara (José Isabel), El Coriano, era un viejo analfabeta a quien le habían enseñado a firmar con su nombre los recibos de pago de su sueldo; en una oportunidad al ir a firmar se quedó mirando al techo para después preguntar: ¿Cómo es que me llamo yo?

Le preguntamos por la música que tocaba y refiere: -Los ritmos más populares eran Vals, Pasodoble y Pasillo. Me gustaba mucho el Tango; una vez en una fiesta alguien, con la intención de apabullar, solicitó un tango y quedó boquiabierto.

En cuanto a la música de su preferencia respondió: -Casi toda la de antes, con su variedad de ritmos, tonalidades, compases, cadencias y matices; porque mucha de la de ahora tiene un retumbar con claras características de ruido.

Recordó con especial cariño el bambuco larense Endrina de Napoleón Lucena, lo que nos hizo relacionar al sonido de la Orquesta Mavare. También hizo referencia a las marchas fúnebres, trayendo a la memoria la música de algún video alusivo a la muerte del general Gómez en 1935.

Se regocijaba cuando le mencionaba los nombres de Ramón Díaz, acotó que: -Tocaba el cuatro y la guitarra grande, Rafael Vidal (arpa), Juan Charaima (arpa y otros), José Ramón Sotillo (aguinaldos), Emilio Baltodano (y su hijo Lalo), El negro Vito (violinísta que no se sabía los nombres de las canciones que tocaba, p.ej. Ausencia), entre otros, donde se incluía a Santiago El Taro (arpa). Citó, además, al maestro de escuela Luís Giulieta. Un capítulo de grata recordación fue cuando le aludimos al tío Fortunato Lima (violín), de quien se expresó en términos elogiosos, comentando que en una oportunidad lo invitó a tocar en una ceremonia de la Logia.

Relató, con mucho sentimiento, dos episodios que no termina de lamentar: El primero con respecto a un baúl de madera donde guardaba las partituras de sus composiciones y que en una oportunidad al abrirlo, con suma dificultad, se percató de que habían sido destruidas por el comejen; y el segundo relacionado con la abundante fe de erratas, de las cuales no era responsable, que apareció en su libro de versos de reciente publicación. -¿Por qué eso?, se quejó.

Aprovechando una recomendación que le hicimos a Misael Flores (abrir un foro virtual poético), le consultamos a El Vate acerca de cómo resolvía exitosamente sus incursiones en la enigmática ciencia del verso, explicándolo de esta forma: -Hay que contar con un amplio diccionario de palabras bonitas, debe existir un motivo de inspiración, y el desarrollo del poema debe seguir una estructura apropiada. Se alegró muchísimo cuando le hicimos el símil correspondiente al proceso de un pintor para desarrollar su obra y plasmarla en un lienzo: Hay que comenzar con una idea, a partir de la cual se construye un boceto que sirve de base para la pintura final. –Eso lo escribí en algún lado, comentó riéndose.

Finalmente, al despedirnos y agradecer la atención nos manifiesta su alegría por compartir recuerdos en grata tertulia, lo cual le sirve de distracción. Agrega, con cierta zalamería, que éramos unos de los pocos a quien podía entender sin mucho esfuerzo; a lo cual le respondemos, saliéndonos de la suerte, que la facilidad la acomoda él con su inteligencia y su capacidad para leer los labios: -¡Risas!

Le deseamos un feliz cumplesiglo en unión de su agradable y numerosa familia y de sus amistades. Además, le dijimos que ya quisiera mucha gente echar el cuento que él está echando, de llegar a los 97 palos con esa salud y lucidez.

Hacemos votos porque a este valioso personaje de Tucupido le sean reconocidos sus logros y se le otorguen los merecidos homenajes; en especial, la difusión de su biografía y de sus obras, para que le sirvan de guía e inspiración a las nuevas generaciones de nuestro querido pueblo.

El Motor de aire desafía la segunda Ley de la Termodinámica. Invento de un guariqueño.