sábado, 21 de diciembre de 2013

Crónicas del Olvido



RUINAS VIVAS

                                                                                     
Alberto Hernández

1.-
De ruinas estamos hechos, de abandonos. Mientras camino por las páginas de El país de las últimas cosas, mi diálogo con Paul Auster me acerca mucho más a Ruinas vivas (Editorial Eclepsidra/ Colección Vitrales de Alejandría, Caracas 2013), el poemario de José Luis Ochoa que emerge de “la corrupta muerte cotidiana”, de las piedras y sus “lugares enfermos”  y me somete a la obligación de salir de ellas ileso aunque  golpeado interiormente. Y es así, cada verso de Ochoa (Valle de la Pascua, 1965) nos empuja (ya en plural) a pisar los restos de un mundo que se convierte en palabras, en voces sueltas, en gritos ocultos, en gestos que metaforizan el estado de ánimo de quien los lee. Este poemario, herencia de tantas experiencias, viene de lejos, de muchas andaduras, de silencios, de imágenes dolorosas, aguantadas en el pecho, expulsadas en estas hojas que hoy deletreamos con calma, con la calma que estas horas de abulia y bruma promueven nuestro ánimo. Nada es fácil en estos tiempos, mucho menos abordar un libro en el que somos parte de esas ruinas que se mueven, que se articulan y vuelven a su estado original, como dice Camus en uno de los epígrafes, “las ruinas se han tornado piedras…han regresado a la naturaleza”.
2.-
Nada es gratuito. El repaso a este libro, vértebra a vértebra, me advierte la cercanía del viejo Quevedo, el que dice: “Miré los muros de la patria mía,/ si un tiempo fuertes, ya desmoronados,/ de la carrera de la edad cansadas,/ por quien caduca ya su valentía”, y así al libro de Ochoa, vertiente de seis instancias por donde circula la sangre de unos versos expatriados por la dura inflexión de su lectura: Palabra entre ruinas, Variaciones sobre un mismo cielo, Bajo la ceniza nocturna, Música antigua, Poemas Hiperamorosos y Días de viajes y renaceres. Instancias y estancias por las que andan estos poemas que, como dice Lázaro Álvarez en la presentación, se trata de una “experiencia hondamente vivida de la gran Ley de la entropía que todo lo domina o lo somete: esa tendencia de todo a desgastarse, a envejecer y erosionarse sin retorno…”.

 El poeta José Luis Ochoa

Muchos son los temas que maneja Ochoa en su libro, pero me aferro al primero de ellos: al de  la ruina, toda vez que, como afirma Antonio Colinas, “las ruinas están en nuestra memoria, en el origen de nuestra memoria”, lo que nos conduce a pronunciar con el autor: “Con el aleteo en las almas/ de aquel tiempo/ todo era un andar sin pausa ni sosiego/ tras las rocas renegridas del paisaje/ tantas veces recordado/ en los relatos  míticos/ de nuestra novela familiar”. Es decir, de la memoria de quien tantas veces habla de las piedras, toca las piedras, las siente polvo, retorno al origen. El mismo Colinas desliza que las ruinas son “espacios de vida”, “un espacio de ruinas arqueológicas es un espacio vivo”. Creo entonces que José Luis Ochoa anduvo por esos lugares con las palabras y el silencio, por los límites entre lo olvidado y lo que aún es lugar para crear, para no borrar la poética del tiempo tan dada a decir por el poeta José María Heredia en su tradición por la pirámide de Cholula y que bien destaca Antonella Cancellier en Estética Romántica de la Arqueología: La poética de las ruinas de José María Heredia: “El Teocalli ha mantenido la esencia de algo que ya no existe pero que la memoria puede reavivar. Hacia sus ruinas, Heredia dirige una meditación especulativa y evocativa al pueblo que lo elevó y crea un Spatium memoriae en que la ausencia puede convertirse en visible”.
3.-
Y así como una ruina vive y respira en nuestro imaginario, porque no es más que eso: el pasado nos designa, nos habita y nos resucita a diario, igual van las palabras aparejadas a este designio. ¿Cuánta ruina verbal, cuánto silencio luego de alguna voz que en el desierto gritara su agonía?
Palabras perdidas/ en la desmemoria de nuestras voces/ tan pesadas por su carga/ de años olvidados/ de cháchara inútil.// Vocablos huecos/ cortados en su tronco virgen/ ofrezcan una oración amorosa/ sencilla entre esta confusión/ de escombros
Palabras que luego se convierten en la densidad del afecto, en lo amoroso estricto desde quien pronuncia y deja caer el sabor de unos sonidos “en el seno de los labios más dulces”.
Los tantos sentidos que mueven este libro develan la altura en un cielo con nombre propio, el de Barquisimeto, despejado. Cielo que se desdice y alisa sus significados con las horas. Y bajar a tierra significa saber del desamparo en medio de la casa, de una memoria que perdura, que también es parte de aquella ruina hecha vida presente.
4.-
La voz que habita en estos poemas es una voz desterrada, moradora de un exilio que ubica una ciudad y la confronta. “Esta ciudad de seres exiliados”, pero sobre ella, pueden ser Barquisimeto, San Felipe, Valle de la Pascua, Tenerife, hay un cielo, un valle, un volcán que, precipitado por las ruinas aún ofrece la posibilidad de asirse de las manos y orar, volver a la infancia perdida, trasladarse al firmamento a veces vacío, a veces tormentoso.
La voz que habla en estos poemas emerge de una casa donde el “miedo está tras las puertas” y se pasea por “los cuartos del pasado”. Y así el desamparo. Imaginamos al niño en aquella tierra casi baldía del Llano, empujado por las sombras, por el silencio y la terquedad del clima. Los miedos infantiles, esa ruina perversa que formó parte de nuestras angustias cotidianas.
Ese mismo ser que luego se refleja en el cielo, en el cielo de la infancia extraviada, ida, es el que le canta al amor, al amor férreo, al amor atado a través de dos perros callejeros, metáfora que derrumba la sensatez de la unidad y la convierte en revelación.
Y como Ave Fénix, la ceniza que ha pasado por estas páginas, abruma con su presencia la voz que cierra “cuando reiniciamos el viaje hacia/ el sitio de los orígenes/ hacia el hogar fiel”.
Si bien José Luis Ochoa viaja y se detiene sobre las ruinas, las vivas y las que presiente que lo están, queda, como afirma –una vez más- Lázaro Álvarez “…la posibilidad de la posibilidad: la constante y permanente esperanza humana”.

Imágenes tomadas de  http://yaracultura.blogspot.com/2013/11/jose-luis-ochoa-leera-sus-ruinas-vivas.html y http://yaracultura.blogspot.com/2013/12/jose-luis-ochoa-en-ruinas-vivas-ando.html

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA PARTICIPACIÓN DE UN EJÉRCITO DE ORITUCO EN LA BATALLA DE CHAGUARAMAS DE 1892



Carlos A. López Garcés
Cronista de Altagracia de Orituco


“…Era necesario pelear y se peleó  […]  toca a los testigos
presenciales de los hechos, hacerlos conocer con precisión…”
Dr. Luis Pérez Bustamante
(El Radical. Caracas, 22-11-1892)

Nota previa
            Este trabajo corresponde a la ponencia presentada en el IV Encuentro de Cronistas, Historiadores e Investigadores en Chaguaramas 2013, celebrado el viernes 18 de de octubre de 2013, en la Escuela San Lorenzo Mártir, con la coordinación de don Pedro Ramón Castillo García, Cronista Municipal.
1.- Precedentes
            El propósito del doctor Raimundo Andueza Palacio de continuar como Presidente de la República por un nuevo e inmediato período, reformando y violando la Constitución de 1891 que  preveía la permanencia durante dos años en ese cargo, a lo cual se aunaba  la represión gubernamental contra sus opositores, mediante el atropello a la libertad de expresión, el encarcelamiento y destierro de periodistas, el apresamiento arbitrario de congresistas y de otros adversarios, etcétera, fueron factores que sobresaturaron la tolerancia política popular y complicaron tanto el ambiente nacional en el comienzo de la última década del siglo XIX, que incrementaban la opinión colectiva favorable al crespismo(1), cuyos partidarios más comprometidos denunciaron públicamente aquella intentona continuista, solicitaron que se defendiera la constitucionalidad(2) y se agruparon alrededor del general Joaquín Crespo, quien, según el historiador y académico Ramón J. Velásquez, consideró, desde su hato El Totumo en las cercanías de San José de Tiznados, estado Guárico, que la reforma debía entrar en vigencia en el año 1894, porque hacerlo de manera inmediata para favorecer la reelección de Andueza Palacio era una decisión que atentaba contra las instituciones republicanas(3).

            Agregó el historiador Velásquez que Crespo se declaró representante legalista y, con la finalidad de incitar la revuelta popular, se autotituló “…‘Diputado del Congreso de la República y soldado de la ley, designado por el favor de sus colegas y el espontáneo consentimiento de sus compatriotas y jefes militares más connotados de Venezuela, para dirigir en jefe el Ejército Nacional, en esta lucha del pueblo contra los usurpadores de su soberanía’...”(4)

2.- Un ejército en Orituco
            El llamado de Crespo repercutió a su favor en Orituco, donde un grupo numeroso de renombrados ciudadanos se alistó en las filas crespistas; entre ellos destacaban: Ovidio Pérez Bustamante, Eduardo Heraclio Machado, general Venancio Antonio Morín, doctor Luis Pérez Bustamante, Tobías Pérez B., Carlos Girón, doctor Luis María Sierra P., José Santiago Sierra, Lorenzo Velásquez Guzmán, Salvador Agustín Sierra P., Francisco Briceño, Leonardo Vargas, Adolfo Chataing, Manuel Pescador, Juan Pescador, Luis Felipe Pérez Vargas, Nicanor Velásquez, Antonio María Ramírez, Eustaquio Hernández, Juan Hernández, Benito Hernández, Jesús María Requena R., Dalio Hernández, Luis D’Suze, Ramón Hurtado Sánchez, Fernando Piñango, Eliseo Díaz, Emilio Pérez, Luis Latouche, Reyes Ascanio, Wenceslao Azuaje, Mendoza Moreno, Pedro J. Ledezma, Francisco Sosa, Eliseo Berroterán, José Gregorio Díaz, Ramón Bravo, Juan de la R. Velásquez, Manuel Prieto, Pablo Figueredo, Benigno Riobueno, José Pantoja, Gabriel Infante, Patricio Figueredo, Vicente Pachano y otros, quienes eligieron al general Tomás de Aquino Carvallo como su principal comandante en el oriente guariqueño(5), lo que después fue confirmado por el general Joaquín Crespo, máximo conductor de la Revolución Legalista(6). 
            No están claras las razones que influyeron para la designación de Tomás de Aquino Carvallo como comandante de las tropas orituqueñas del ejército crespista, con las cuales debía enfrentar a las fuerzas gubernamentales en el oriente del Guárico, que estaban dirigidas  por el general José Ángel Hernández Ron(7). Sin embargo, debe decirse que algunos elementos favorables habría tenido Carvallo, además de sus posesiones agropecuarias consolidadas y su buena reputación social, para que sobre él, un hombre de 57 años de edad, recayera aquel compromiso fundamental, porque no era político ni militar ni jamás había vivido del erario público, pero era amigo personal de Crespo, a quien optó por apoyar como Jefe Supremo de la Revolución Legalista y decidió convertirse en “su subalterno más adicto y desinteresado”, según lo hizo saber públicamente(8).
3.- Marcha sobre Chaguaramas
            Carvallo, de seguidas a su designación como comandante de aquellas fuerzas,  procedió  a organizarle los mandos e hizo los siguientes nombramientos: jefes de ellas a los generales Adolfo Chataing y Ovidio Pérez Bustamante; Jefe de Cuerpo a José Antonio Sierra, Leonardo Vargas, Venancio Antonio Morín, Ramón Hurtado Sánchez, Francisco Briceño, Fernando Piñango y Juan Pescador; Jefe de la Caballería al coronel Carlos Girón; Jefe del Estado Mayor al doctor Luis Pérez Bustamante y Sub-jefe del Estado Mayor al doctor Luis María Sierra. Inmediatamente ordenó la salida  de comisiones a San Casimiro, Chaguaramas y otros lugares del Llano para convenir lo apropiado con los partidarios de la rebelión legalista(9).
            El cronista gracitano Adolfo Antonio Machado escribió que Carvallo pudo reunir en Altagracia de Orituco una gran cantidad de voluntarios que se unieron a la insurrección contra el continuismo anduecista, con los cuales formó un ejército tan heterogéneo como mal equipado, mal organizado y peor disciplinado, cuya mayoría de integrantes no era de procedencia castrense sino hombres dedicados a la ciencia, a las letras, a la agricultura, al comercio, a la artesanía y otras actividades diferentes a las milicianas(10).

             Apenas seis días fueron suficientes para que Carvallo organizara completamente el ejército, con el cual salió para Libertad de Orituco, donde se le incorporaron las fuerzas de Francisco Briceño y Fernando Piñango, con las cuales formó un cuerpo de 1.300 hombres, plaza de infantería y caballería, equipado lo mejor posible, aunque sin elementos de guerra necesarios para emprender una campaña definitiva, según su propia confesión(11); no obstante estas condiciones deficientes, en aquel ejército habría predominado el entusiasmo frenético el 15 de abril, cuando se decidió marchar sobre Chaguaramas contando con el contingente del general José Camejo, quien había notificado, oficialmente y por escrito, su pronunciamiento a favor de la Revolución(12).
4.- Informaciones de los gobiernistas
            La movilización del ejército de Carvallo era conocida por las fuerzas del gobierno anduecista, según puede deducirse de dos telegramas relacionados con el caso:
             Uno, con carácter “urgentísimo”, fechado en Chaguaramas el 14 de abril de 1892 y dirigido al Jefe Civil por H. Marrero, para notificarle que acababa de recibir información segura de la movilización hecha la tarde del día anterior por la facción de Orituco desde Lezama hacia Libertad, donde se incorporaron Fernando Piñango, Francisco (Pancho) Briceño y José Cabeza, con rumbo a Chaguaramas y una fuerza compuesta, aproximadamente, por no menos de mil y pico de hombres de infantería, 400 armas y alguna caballería(13).
            El otro, datado en La Pascua en abril de 1892, quizás el día quince, dirigido por el general José Ángel Hernández Ron, jefe de operaciones gobiernistas, al señor doctor Raimundo Andueza Palacio, Presidente de la República, y en el cual le informa acerca de su situación de entonces en los siguientes términos: que había salido de Tucupido en la mañana de ese día, con 100 infantes y un piquete de caballería; que en La Pascua había recibido su telegrama de esa misma fecha, con la instrucción de combinarse con los generales Pacheco y Rangel para atacar y destruir totalmente a la facción dirigida por Guerra en Camatagua y San Sebastián; que él, según las indicaciones recibidas, habría podido concurrir a Altagracia de Orituco con 400 hombres de infantería y 300 de caballería, con la advertencia del muy mal estado de los caballos; que, como le había participado desde Tucupido, tenía en frente de Chaguaramas a la facción de Orituco, formada por mil y pico de hombres dirigidos por Tomás de Aquino Carvallo, de acuerdo con el espionaje realizado y la fidelidad de los informes presentados, motivo por el cual no podía dejar atrás a ese enemigo para concurrir a la combinación de Altagracia; que acababa de recibir un telegrama de los jefes gobiernistas de Chaguaramas, en el cual le decían que esperaban ser atacados por la facción de Carvallo al día siguiente; que esa misma tarde se enrumbó hacia Chaguaramas con el refuerzo que llevaba para reconcentrar las tropas en esta población, desde donde avanzaría con ellas pretendiendo derrotar a la facción de Carvallo en Libertad de Orituco, a fin de despejar el camino y ocupar la plaza de Altagracia de Orituco el día miércoles;  pero no tenía la seguridad de lograr este objetivo porque no podía prever el resultado de ese enfrentamiento, por lo que consideraba la conveniencia de alertar a los generales Pacheco y Rangel para que actuaran contra la facción de Guerra, aun con aquella inseguridad(14).
5.- Batalla de Chaguaramas
            El 16 de abril en la mañana estaba el ejército comandado por Carvallo enfrente de Chaguaramas, cuya plaza había sido reforzada con las fuerzas del general Hernández Ron, compuestas por más de 700 hombres armados de rémington, lo que no neutralizó en los rebeldes la definitiva decisión de combatir. Aunque parezca paradójico, aquella superioridad del enemigo incrementaba el entusiasmo general crespista, tanto que no hubo soldado sin deseos de atacar la población ni con razones para no hacerlo, por lo que fue ordenada  la ejecución del plan de ataque(15), según el cual José Santiago Sierra comandaba la vanguardia que entró a la población para atacar al enemigo por la retaguardia, mientras que el general Ovidio Pérez Bustamante defendía la posición del general Tomás de Aquino Carvallo, quien dirigía la ejecución de lo planeado, junto con el general Adolfo Chataing y el doctor Luis Pérez Bustamante, Jefe del Estado Mayor(16).
            La batalla comenzó a las nueve de la mañana y se mantuvo durante dos horas y media(17). Tanto los jefes y oficiales como los soldados del ejército orituqueño crespista iban impregnados del valor que les daba la convicción de defender una causa justa, según palabras del general Carvallo, quien agregó que las cargas fueron tan repetidas que forzaron a los anduecistas a replegarse hacia el centro de la población, donde, amparados en las casas y bocacalles, se defendieron con valor, lo que motivó que el combate fuese muy reñido, que durara más tiempo del previsto, que a los hombres de Carvallo se les agotara el poco pertrecho que tenían y que muchos de ellos fallecieran en combate; estas circunstancias los obligaron a retirarse con seguridad, contando con una defensiva bien organizada para resistir un nuevo enfrentamiento, en caso de que así lo intentara el enemigo; sin embargo, esto no sucedió, pues el adversario no salió de la población, quizás por temor a ser atacado por la caballería del general José Camejo, quien, en el sitio de La Loma, al sur de la población, estaba preparado para actuar en caso de ser necesario(18).
6.- Resultados de la batalla
            Es oportuno reseñar que los oficios eclesiásticos en Chaguaramas correspondientes a la Semana Santa de 1892, que estaba prevista del 10 al 17 de abril según el calendario, habrían sido desarrollados muy irregularmente, de manera muy inquietante, muy preocupante, muy incómoda, en un ambiente hostil, motivado por la tensa situación política nacional, vinculada con el grito de guerra dado por Crespo para enfrentar decididamente la pretensión continuista de Andueza Palacio. La situación debió de ser demasiado grave para los chaguarameros aquel 16 de abril, que era Sábado Santo, cuando los oficios religiosos habrían sido suspendidos debido al combate que comenzó ese mismo día a las 9 de la mañana, ocurrido en pleno centro del pueblo, con la plaza como principal sitio de la contienda, en cuyo lado este estaba la iglesia (aún lo está), y donde, por razones obvias, era imposible realizar alguna actividad religiosa; pero sí hubo factores circunstanciales coincidentes y determinantes para que sucediera  un hecho bélico en la población citada, cuya resultancia puede ser evaluada considerando los tres elementos básicos mencionados a continuación:
            6-1.- Bajas de los bandos enfrentados
            6-2.- Causas de la derrota orituqueña
            6-3.- Consecuencias políticas
                       
6-1.- Bajas de los bandos enfrentados
            La  batalla de Chaguaramas ocasionó numerosas pérdidas humanas en las fuerzas crespistas orituqueñas, entre las cuales fueron contadas las de importantes jefes y las de varios jóvenes comerciantes, artesanos, agricultores y otros voluntarios; hubo más de cien víctimas de su valerosidad y de su atrevimiento a batallar sin armas apropiadas y solo con machetes, lanzas y otros palos(19). Muy sentidas fueron las muertes de tan arrojados combatientes; entre ellas resaltaron las de los generales José Santiago Sierra y Antonio María Ramírez, el comandante Pedro Paredes, los capitanes Justo Sosa y Manuel Sierra Escalante y los soldados voluntarios Andrés Sierra, Gerónimo Avilés, Romualdo Flores y otros más(20).
            El general macaireño José Santiago Sierra fue un ejemplo de intrepidez; él tuvo la responsabilidad de comandar la vanguardia para entrar a la población y enfrentar al enemigo por la retaguardia; en cumplimiento de aquella orden, había logrado arrollar a los adversarios que encontraba a su paso, obligándolos a retroceder hasta la plaza, a la cual intentaba tomar yendo por detrás de la iglesia y avanzando por el callejón de los Manuitt para enfrentar al general José Ángel Hernández Ron, quien ofrecía intensa resistencia en el perímetro de la plaza y le ocasionó varias bajas a Sierra; éste se vio impelido a retroceder, pero con el mismo frenesí, quizás estimulado por algunos tragos de aguardiente ingeridos antes del combate, pasaba por el frente de la casa del padre Juan Antonio Del Corral, párroco de la localidad, con la intención de tomar la plaza por otro ángulo, cuando cayó de la mula al recibir un disparo mortal en la cabeza, hecho por el enemigo desde la esquina de la cárcel. Con este fenecimiento había comenzado la derrota, pues se desarticuló la posibilidad de lograr el objetivo de dominar la plaza(21).
            El comandante Pedro Paredes, armado con un machete, fue víctima de una distracción suya en un duelo personal con Narciso Camero (Narcisote), quien lo atravesó de un lanzazo después de hacerle creer que lo atacarían por la espalda, en una suerte trágica de mayor habilidad(22).
            El general Antonio María Ramírez, junto con los generales Tomás de Aquino Carvallo y Adolfo Chataing, estaba en las afueras de Chaguaramas observando las tácticas del combate, cuando supo de las muertes del general José Santiago Sierra y del comandante Pedro Paredes; trataba de ingresar a la población para cerciorarse de aquellos hechos, cuando recibió casualmente un balazo en un ojo sin dañarle el cráneo, que fue disparado a larga distancia, lo derribó de la mula y le ocasionó la muerte dos días después(23).
            Por otra parte, muchos de aquellos combatientes del ejército crespista orituqueño resultaron lesionados; entre ellos estaban: el general Lorenzo Velásquez Guzmán y los capitanes José Salustiano Ramírez, Cándido Orozco Echezuría y Enrique Machado; además, Andrés Moreno (alias Campo Alegre), Marcos Ochoa y un hermano suyo, Narciso Flores, José de la Cruz López (alias Cable), Juan Castrillo y otros más.  Los tres primeros citados en la lista anterior quedaron apresados por el enemigo;  mientras que el general Adolfo Chataing logró sacar al capitán Machado hasta la orilla de la población(24).
            Debe decirse asimismo que: aún cuando no hay noticias confiables y conocidas públicamente que sirvan para enterarse de las bajas sufridas por el bando anduecista, es factible suponer la pérdida de 15 hombres como mínimo, entre muertos y heridos, en cuya posesión habrían estado las “15 bocas de fuego” que los crespistas le habrían quitado al enemigo, de acuerdo con informaciones  aportadas por el propio general Tomás de Aquino Carvallo(25).
6-2.- Causas de la derrota orituqueña
            La responsabilidad de los resultados adversos para las fuerzas orituqueñas en la batalla de Chaguaramas recayó sobre su principal comandante, el general Tomás de Aquino Carvallo, a quien se le atribuyó su incompetencia militar como causa primaria de aquel fracaso, por varias razones elementales, entre las que resaltan las cuatro siguientes:
1ª.- Desventajas. Consumadas en el hecho de haber permitido la participación de sus fuerzas en condiciones desventajosamente inferiores con respecto a la superioridad de las tropas enemigas, porque apenas contaba con 84 hombres bien armados y 159 escopetas medianamente útiles, mientras que el resto de los 1.300 hombres que comandaba no combatieron por la falta de armamento, a diferencia de los adversarios que contaban con 700 hombres bien armados con rémington, gran cantidad de otros pertrechos, protegidos por trincheras de acapro y por casas aspilleradas(26).
2ª.- Impuntualidad. Los generales Tomás de Aquino Carvallo y José Camejo habían acordado ubicarse estratégicamente enfrente de Chaguaramas el día 16 de abril de 1892, a las cinco de la mañana, para iniciar la batalla a esa hora; el primero estaría al norte de la población y el segundo al sur, en el sitio La Loma de Paja Brava, a tres o cuatro cuadras de distancia; sin embargo, la puntualidad del general Camejo contrastó con el excesivo retardo del general Carvallo, quien llegó al lugar convenido a las nueve de la mañana, cuando ya el general Hernández Ron había avanzado hasta Chaguaramas con un refuerzo de 200 hombres(27).
3ª.- Desinformación. La presencia de Hernández Ron y sus hombres en Chaguaramas no había sido prevista ni conocida oportunamente por el general Tomás de Aquino Carvallo ni por la oficialidad del ejército crespista orituqueño; pero cuando comenzó el combate ya estaban enterados de aquella novedad(28).
4ª.- Subestimación. El general Tomás de Aquino Carvallo optó por ordenar la ejecución del plan de combate, inducido por el gran entusiasmo imperante en sus hombres para combatir, quizás estimulados por el consumo de algunos tragos de aguardiente, lo cual habría decidido ante una posible subestimación generalizada del enemigo. Ese entusiasmo predominó ante el raciocinio y el discernimiento, que ordenaban la discreción con respecto a una evidente realidad en el seno de sus fuerzas, como lo era la falta de armamentos, municiones y demás pertrechos indispensables para una acción bélica de aquella magnitud(29). 
6-3.- Consecuencias políticas
            Algunos autores, entre ellos el gracitano Adolfo Antonio Machado y el sanjuanero Víctor Manuel Ovalles, consideraron que la batalla de Chaguaramas fue un fracaso para las fuerzas orituqueñas(30); sin embargo, su principal comandante, general Tomás de Aquino Carvallo, en una relación suya con respecto a aquel combate y publicada en El Radical N° 611, de fecha 3 de diciembre de 1892, refiriéndose a una afirmación del jefe anduecista  del oriente del Guárico, comentó que el general Hernández Ron le mintió a Andueza Palacio al informarle que la facción de Orituco había sido derrotada en Chaguaramas. Carvallo no acepó esta afirmación, por lo que, mediante una pregunta, dijo públicamente que no podía calificarse de derrota a una retirada en orden, sin abandonar a sus heridos en el campo de batalla, con 15 bocas de fuego quitadas al enemigo y sin ser perseguidos por las fuerzas gobiernistas(31). No obstante, agregó que tuvieron que lamentar, por una parte, la muerte de jefes muy importantes, como lo fueron los intrépidos Santiago Sierra, Pedro Paredes, Justo Sosa y la de Antonio María Ramírez, quien, posteriormente y en compañía de familiares, falleció como consecuencia de las graves lesiones recibidas y, por la otra, las heridas ocasionadas al valiente general Lorenzo Velásquez Guzmán, quien quedó prisionero junto con algunos soldados heridos también(32). Además, hizo publicar un telegrama con fecha del 16 de abril, enviado desde La Pascua  por Benito Arias al Presidente de la República y en el cual le notificó lo siguiente: “En estos momentos acaba de llegar el General Juan Z. Gil, de Chaguaramas, en donde las fuerzas del General en Jefe de Operaciones fueron completamente derrotadas”(33). Al parecer y según el telegrama precedente, las tropas derrotadas fueron las del general José Ángel Hernández Ron.
            Aún cuando las fuerzas crespistas orituqueñas no lograron el objetivo de tomar a Chaguaramas y a pesar de sus numerosas y lamentables bajas ocurridas en ese combate, es factible inferir que esa acción bélica fue un triunfo militar para las tropas gobiernistas, pero tuvo un efecto político favorable para los partidarios del crespismo insurrecto por varios motivos básicos, entre los cuales resaltan los mencionados por el doctor  Luis Pérez Bustamante, uno de los jefes orituquenses protagonista de tales hechos, quien, en una Carta enviada a don Tomás Michelena a propósito de corregir errores sobre la batalla de Chaguaramas, publicada en el diario caraqueño El Radical del  22 de noviembre de 1892, afirmo lo siguiente:
                        “…es una verdad indiscutible que esa acción sirvió para hundir, para        siempre, el elemento usurpador en el Oriente del Guárico; sirvió para que        recuperaran su libertad los presos que allí tenía Hernández Ron, el valeroso     General José A. Pacheco, el bueno y prestigioso General Rufino Rengifo, el    intrépido y sufrido General Regino Vázquez, el modesto General Mongua, el      incansable y meritorio General Gil Fernández, el consecuente General    Valentín Centeno, el audaz y simpático General José Miguel Machuca, y             muchos más que no recuerdo ahora, quienes al tercer día, conmovieron las      inmensas montañas de Valle de la Pascua, Tucupido y Tamanaco hasta            cerca de Zaraza, al mágico grito de ‘¡VIVA LA LIBERTAD!’, ‘¡MUERA EL            USURPADOR!’, ‘¡VIVA LA REVOLUCIÓN!’.
                        Sirvió, pese a muchos, para dar vida a los alzamientos del Guárico           Oriental y Occidental, Barlovento, Distrito Bermúdez y otros. Y sirvió para      conocer a los desleales que aún hoy día se amparan a la sombra de    nuestras banderas.” (34)

            Por otra parte, es pertinente añadir que la batalla de Chaguaramas fue provechosa para obstaculizarle la posibilidad al general José Hernández Ron de actuar contra la retaguardia del máximo jefe de la Revolución Legalista, de acuerdo con la opinión del orituqueño don Rodulfo Pérez Vargas, quien, mediante un escrito hecho público en El Radical N° 585 de fecha 18 de noviembre de 1892, dijo que:
                        “…los revolucionarios no necesitaban del tiempo de Chaguaramas,          para que aquel hecho dejara de ser glorioso para ellos, puesto que con el   [sic] opusimos un obstáculo poderoso a Hernández Ron, para que de       acuerdo con las órdenes que éste tenía de Andueza, no pudiese obrar             sobre la retaguardia del General Crespo…”(35)

            Tomás de Aquino Carvallo afirmó, en la misma relación mencionada supra, que después de la batalla de Chaguaramas no volvieron a encontrar al ejército de Hernández Ron, el cual se internó en el distrito Bravo, donde fue acosado en varias ocasiones por los generales Rengifo y Pacheco, quienes luego se integraron con sus tropas al ejército de Carvallo y se formó un cuerpo de 800 hombres, que se puso a la disposición del general Wenceslao Casado, por orden del general Crespo, para invadir nuevamente a los Valles del Tuy(36). Agregó aquel informante  “…que toda la población de Altagracia de Orituco demostró gran entusiasmo en esta cruzada y que comerciantes, agricultores y todos los demás gremios, ofrecieron voluntariamente toda clase de contingente a favor de la Revolución…”(37)
            El fracaso militar de los crespitas orituqueños en aquella batalla de Chaguaramas del 16 de abril de 1892 no les redujo el espíritu de combatividad, pues decidieron reorganizarse al mando de Adolfo Chataing, Leonardo Vargas y Francisco Briceño con la formación de dos batallones que fueron incorporados a los generales Wenceslao Casado y Leoncio Quintana, para  marchar hacia Ocumare del Tuy con el objeto de tomar esta población, lo que lograron exitosamente, a pesar de la valiente defensa hecha por el general Antonio Orihuela; pero luego fracasaron en Boquerón frente a fuerzas enemigas. Sin embargo, combatieron en Valencia, Puerto Cabello y otros lugares para reforzar el triunfo de Joaquín Crespo hasta entrar victoriosos a Caracas. Regresaron al Orituco cuando finalizaba octubre de 1892 y se reincorporaron a sus actividades de rutina(38). Por su parte, el general Joaquín Crespo, Jefe Supremo de la Revolución Legalista y ya en ejerció de la Presidencia de la República, designó al general Venancio Antonio Morín como Jefe Civil del otrora distrito Monagas del estado Guárico(39)            .
Conclusión
            De acuerdo con las fuentes consultadas, es factible decir que las públicas ambiciones de Raimundo Andueza Palacio de continuar ejerciendo la Presidencia de los Estados Unidos de Venezuela, unidas a la política de represión contra sus adversarios, incrementó el descontento popular, al extremo de originar el alzamiento del general Joaquín Crespo, cuya finalidad de derrotar el continuismo  motivó la formación de un ejército en Orituco, que, comandado por el general Tomás de Aquino Carvallo, tuvo como primera responsabilidad la de tomar la plaza de Chaguaramas, cuyo intento, ocurrido el 16 de abril de 1892, fue un fracaso militar muy lamentable, debido a la pérdida de más de cien hombres en un enfrentamiento desigual, muy desproporcionado, con las fuerzas dirigidas por el general José Ángel Hernández Ron, jefe de operaciones gubernamentales del oriente del estado Guárico, quien había reforzado aquella plaza con suficiente antelación. Sin embargo y aunque parezca contradictorio, esa derrota de las tropas orituqueñas crespistas se tradujo en una victoria política, porque sirvió para neutralizar operaciones anduecistas contra la insurrección crespista en el Guárico y sur de Aragua; amén de no amilanar la participación del ejército orituqueño en la lucha por la restauración de la constitucionalidad de aquellos días, en cuyo afán acompañaron a las fuerzas del general Crespo hasta su victoria definitiva.


BIBLIOGRAFÍA
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El Motor de aire desafía la segunda Ley de la Termodinámica. Invento de un guariqueño.