martes, 30 de agosto de 2011

LA VUELTA DEL CACHO

FELIPE HERNÁNDEZ G.
UNESR/Cronista Oficial de Valle de la Pascua
felipehernandez56@yahoo.es

Con el nombre de La Vuelta del Cacho se conoce en la toponimia del municipio Leonardo Infante del estado Guárico, una famosa curva localizada geográficamente al Sur de la ciudad de Valle de la Pascua, casi al final de la calle La Vigía, en la parte donde esta se empalma con la carretera nacional que conduce a los caseríos Corozal, Jácome, La Ramonera, Las Rositas, Las Dos Palmas, Melaito, Las Juajuas, Los Dragos, Corozalito, Apamate, Santa Juana, Carro Viejo, entre otros. La curva tomó el nombre de la Bodega “La Vuelta del Cacho”, que a mediados de los años sesenta del siglo XX estableció en sus inmediaciones, al lado derecho de la carretera, el señor Manuel Toro.

Don Manuel Toro, quien a sus 71 años, habita en la calle La Gallera (calle que conduce a la Urb. El Morichal), como a media cuadra de donde estuvo ubicado el establecimiento comercial, informa que le puso ese nombre, porque “como mi apellido es Toro, considere apropiado que el negocio se llamara La Vuelta del Cacho en alusión a la cornamenta del animal”. Recuerda que la bodega se la compró al señor Ángel España (conocido como el Mucio España), quien la tenía más adelante a la entrada del sector La Luisera, y él la mudó a ese sitio, estableciéndose en una casa que le construyó don Rafael Ochoa. Para ese entonces el sitio era un despoblado, sus clientes eran los transeúntes que desde los caseríos que quedan en la vía se detenían en el lugar a hacer sus compras. La bodega “La Vuelta del Cacho” se mantuvo activa hasta mediados de los años setenta, en el lugar ahora funciona un taller mecánico y al lado queda una gallera.

Ubicada inmediatamente después de pasar la entrada hacia la Urb. El Morichal, en las inmediaciones quedan los sitios de La Carmelina, La Gallera y la Urb. Terrazas de Corozal. Muchos han sido los conductores que han volcado sus vehículos en la citada curva, por no tomar las debidas precauciones al abordarla.

Para los años sesenta, en el sector habitaban apenas cuatro o cinco familias, entre ellas, doña Calixta Jiménez, Hermelinda Hernández y Rosa de Ochoa. Aquello era un campo. Un poco más adelante quedaba la finca Camoruco, que era propiedad de los portugueses Juan Inés y Agustín Sosa.

Como realidad geográfica, la curva de la Vuelta del Cacho forma parte de la toponimia menor de Valle de la Pascua. No era la intención ni pensó don Manuel Toro, que al ponerle tan particular nombre a su negocio, estaba legando a la posteridad un topónimo que se sumaría a la nomenclatura de la ciudad; y él, como autor pasa a la historia como protagonista local de este legado.

Don Manuel Toro es hoy un habitante más del sector de La Vuelta del Cacho, ahí vive con bonhomía, junto a su esposa, doña Dolores Jiménez de Toro, con la satisfacción de haber criado a sus hijos Ramona, Luis, Alicia y Mariela Toro Jiménez, profesionales útiles y de provecho, para su orgullo. El comercio, así como la cría y preparación de gallos de raza son una pasión que ocupa buena parte de su tiempo. Ir a las galleras a ver las riñas de gallo, es su distracción.

Sea propicia esta crónica para recordar la maliciosa copla llanera que el escritor Rómulo Gallegos, en 1928 plasmó en su célebre novela Doña Bárbara, dice así:

Del toro la vuelta el cacho, / del caballo la carrera; / de las mujeres bonitas / la cincha y la gurupera.

En Valle de la Pascua, a los quince días del mes de agosto del año 2011.

LOS CURAS REVOLUCIONARIOS DE LA INDEPENDENCIA

PONENCIA PRESENTADA EN EL VII ENCUENTRO DE HISTORIADORES,

CRONISTAS E INVESTIGADORES

ORTIZ. 20 de Agosto del 2011

Lic. Reinaldo Peña Chacin

Quienes han escrito la Historia relegaron al pueblo del relato histórico y del protagonismo de hombres y mujeres que participaron en la lucha independentista, de las acciones que contribuyeran a la marcha revolucionaria, de la fortaleza para luchar en condiciones adversas, de la separación de ciudadanos en superiores e inferiores, de exclusiones para los estudios universitarios, la carrera militar, el sacerdocio y los cargos de la burocracia local. Sin embargo, surgen muestras de reconocerse capaces, aptos e iguales para desempeñar oficios que le estaban vedado.

Así es el protagonismo que tuvieron sacerdotes católicos en la gesta emancipadora.

Son dignos de mencionar, en el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia, innumerables curas que tuvieron un desempeño en los movimientos insurgentes contra la corona española, su colaboración en la organización de reuniones secretas, conspiraciones, en el púlpito, en las plazas públicas o en los contactos personales.

Así demostraron que los ámbitos eclesiásticos venezolanos no fueron impedimentos para la lucha emancipadora y la acción revolucionaria.

José María Aguilar y Verde, cura revolucionario de los Valles del Tuy a quien se le inicio juicio en su contra el 1º de septiembre de 1814. Puesto preso fue expulsado del territorio venezolano embarcado en el Bergantín Palomo.

Antonio María Briceño Altuve, trujillano, quien fue consejero del poder ejecutivo. Ejerció el cargo de vocal de la Junta Patriótica de Mérida, a partir del 16 de septiembre de 1810, ejerció las funciones propias de su investidura, juramentando la independencia de esa provincia.

Las autoridades españolas iniciaron un proceso judicial en su contra en julio de 1812, acusándolo por el delito de infidencia contra la monarquía española. A fines de ese año, los tribunales lo condenaron a diez años de presidio fuera de los dominios españoles en América e Islas adyacentes, pero luego de una apelación de la sentencia logró quedar en libertad.

José Ignacio Briceño Pacheco, natural de Trujillo, fue designado presidente de Junta Provisional de Trujillo el 09 de octubre de 1810. Para el 16 de julio de 1812 fue encarcelado por las autoridades españolas por insurgente a la corona.

El 12 de agosto de 1812 fue trasladado y recluido en la Hospedería de Padres Capuchinos de Trujillo por motivos de salud. Fue absuelto y dejado en libertad el 09 de abril de 1813.

Juan José Bustillos, prebístero de la región de Aroa en el actual Estado Yaracuy, fue arrestado en el cerro El Tigre el 1º de diciembre de 1811. Se le inició un juicio el 23 de diciembre de ese mismo año.

Fue imputado de atacar a las Fuerzas realistas y de haber participado en las acciones de defensa en el poblado de Aroa. El 28 de marzo de 1812, debido al mal estado de salud y la avanzada edad solicitó libertad bajo fianza, la cual obtuvo el 13 de mayo de 1813.

José de Jesús Carvallo, colaboró durante la revolución de 1811. Cumplía funciones de Teniente de Cura en Petare y se le inicio un juicio por infidente el 26 de agosto de 1814, ordenándose su arresto y permanencia en el convento franciscano de Caracas en septiembre de ese mismo año.

Juan José Gamarra, cura de San Mateo, actual Municipio Bolívar, en el Estado Aragua, al cual se le inicio juicio el 1 de septiembre de 1814, por haberse llevado las alhajas del templo e incorporarse al ejercito de Francisco de Miranda. La última fecha de su juicio fue el 13 de abril de 1817.

Fernando José García, nacido y habitante de la Grita, en el actual Estado Táchira. Se desempeño como cura y presbítero del pueblo de Capacho en 1815. Recibía correspondencia de los patriotas y estaba informado de los movimientos insurgentes dentro de su localidad. Fue acusado el 29 de noviembre de 1815 por el delito de infidencia.

Ascensión González, cura en el pueblo de Chacao en el actual Estado Miranda. Salía con armas a reclutar gente para que sirvieran en las tropas insurgentes, seduciendo y persiguiendo a españoles y americanos.

Influyó en la revuelta de los negros del Valle de Caucagua en el año de 1812. Las autoridades españolas iniciaron juicio en su contra en el año de 1814 bajo la acusación de infidencia, prohibiéndosele la entrada a las provincias y territorios bajo el dominio de la corona española.

José de la Cruz González, era cura de Cabruta en 1811, trasladaba y entregaba, a bordo de una piragua, proclamas revolucionarias en otros poblados de la región. Enteradas las autoridades españolas solicitaron su aprehensión y posterior envió a Puerto Rico, logrando fugarse junto a otros prisioneros.

José Joaquín Liendo, clérigo y miembro de la Sociedad Patriótica, desde cuya tribuna expuso los fundamentos de la causa revolucionaria y fundador de la sociedad denominada el “club de los sin camisas”.

Fue uno de los más activos participantes en los sucesos que convulsionaron a Caracas durante 1810 y 1811. Entre sus acciones se cuenta el ahogamiento del retrato de Fernando VII en las aguas del Río Guaire. Fue hecho prisionero en enero de 1813 y recluido en la cárcel del Puerto de la Guaira.

Gabriel José Liendo, sacerdote, rector de la Universidad de Caracas actual Universidad Central de Venezuela. Lo catalogaron como de los principales revolucionarios debido al grado de influencia que ejercía por su carácter de rector y de eclesiástico. Ofreció alhajas de los templos para la causa patriota. El 1º de septiembre de 1814 se le abre juicio en su contra y la última fecha del mismo es el 13 de abril de 1817.

José Tomás Llorente, natural de Caracas. Presbítero de la Orden de la Merced Calzados. Se le acusó de la conducción de una compañía de milicias insurgentes, por el contenido de sus sermones agitando a los feligreses y generando animadversión hacia Fernando VII y haber jurado la independencia.

Logro refutar las acusaciones de las que fue objeto. Dejado en libertad y embargados sus bienes. Terminó sus días en el anonimato.

José Nicolás López, presbítero del pueblo de Moruy, ubicado en la península de Paraguaná en el Estado Falcón.

Cuestionó al Cabildo de Coro por desconocer la Junta de Gobierno de la Capital y favorecer el Consejo de Regencia. Fue llevado a prisión durante tres meses, luego puesto en libertad, el 22 de septiembre de 1810, y obligado a pagar los costos del juicio.

Silvestre López Méndez, nacido en Caracas. Maestro y prefecto de los Neristas. Se le formularon acusaciones de infidencias en septiembre de 1814 y la última fecha del proceso que se registra es la del 13 de abril de 1817.

Juan Bautista Oberto, presbítero de Coro oriundo de Barinas, a quien le fueron atribuidos unos versos satíricos en contra de la expedición del Marqués de Toro. Fue enjuiciado el 16 de junio de 1812 por infidelidad al rey, el cual concluyó el 11 de noviembre de 1812 siendo sentenciado a seis meses de cárcel y a cancelar el pago de los costos.

Juan José Orta, cura de Ocumare del Tuy, participó en varias acciones bélicas, destacándose, en un singular combate contra las fuerzas realistas del jefe militar, Francisco Rosete.

Su juicio se inicia el 1º de septiembre, pero quedó incompleto, puesto que el sacerdote emigró ese mismo año con el ejército patriota hacia el oriente de La Provincia. Se desconoce su paradero posterior.

Esteban Prados, clérigo franciscano. Forma parte de la relación de sacerdotes presos en Caracas y expulsados de Venezuela. Se sabe que su proceso se abrió el 1º de septiembre de 1814 y que cerró el 13 de abril de 1817. Emigró en 1814 y murió el 17 de abril de 1818 en el asalto del Rincón de los Toros cuando el Jefe Realista Tomás Renovales intento asesinar al Libertador.

Francisco José Ribas, capellán de Caracas y hermano de José Félix Ribas. Firmó los oficios del 19 de abril de 1810 como diputado del clero y considerado como un destacado partidario de la causa republicana.

Públicamente manifestaba su rechazo al Rey por los sermones que daba en la iglesia a favor de los patriotas.

En 1817 le dictaron una sentencia según la cual tenia prohibida la entrada a todos los territorios dominados por las corona española.

Nicolás Rosario, natural de Betijoque. Sacerdote sentenciado como infidente en 1815. Acusado de organizar una conspiración para atacar los batallones realistas de veteranos de Mérida, escapando hacia su pueblo natal donde es capturado y enviado al Tribunal de Secuestros de Maracaibo el 21 de abril de 1815.

Miguel Santa, sacerdote de los Teques. Fue enjuiciado el 1º de septiembre de 1814 y su caso seria cerrado el 13 de abril de 1817. Forma parte de la relación de sacerdotes expulsados de Venezuela.

Juan Antonio Subiaga. Sacerdote natural de Mérida. Predicó a favor de la revolución durante los sermones que pronuncio en la iglesia del pueblo de San Jacinto arremetiendo contra las provincias de Maracaibo y Coro leales al Gobierno Español y exhortando a la feligresía a obedecer al gobierno de Caracas y jurar la independencia de la Patria. Por estas razones se le abrió juicio en 1812 y condenado a destierro, sin embargo la Real Audiencia sobreseyó la causa se le devolvieron sus bienes y se le obligó a jurar lealtad a la Constitución del régimen español, ante el Gobernador de Maracaibo.

José Manuel Vargas, natural de Caracas. El 8 de junio de 1815 fue acusado por el delito de infidencia por haber realizado un sermón en el cerro de El Calvario. Recluido en la Cárcel de la Corona el 1º de abril de 1816. Al no encontrarse pruebas fue restablecido en su vicariato.

Presbítero Juan José Gamarra nacido en Santa Catalina de Siena de Parapara en 1765. Estuvo de Teniente Cura del Párroco de Turmero y en Parapara hasta 1792 cuando se le designo párroco de San Miguel de Acarigua. Luego regresa a Parapara en 1798 para ser trasladado a San Mateo en 1807.

Al caer la segunda República en 1814, huye hacia oriente con las tropas de Bolívar. Se le siguió juicio en ausencia, por infidencia. Se desconoce cual fue su destino.

Hoy, a doscientos años de nuestra Independencia, es necesario divulgar en las nuevas generaciones el legado histórico que nos permita que el pueblo se empodere de su pasado y de su presente para que se pueda construir una sociedad de igualdad, justa, de reconocimiento y respeto a la diversidad, con libertad, en democracia, participativa y protagónica.

La fé y la búsqueda de Dios no están reñidas con la lucha de los pueblos por su libertad.

Referencias Bibibliograficas

Centro Nacional de la Historia y Archivo General de la Nación

Memorias de la Insurgencia – Talleres de la Fundación imprenta

de la Cultura – Caracas 2010.

Botello Olman – Parapara Avuelapluma orígenes y Evolución Histórica – Publicaciones de la Universidad Rómulo Gallegos – Centro de Estudios Sociales (CENSA) San Juan de los Morros 2007.

jueves, 25 de agosto de 2011

RECUERDOS DE NUESTROS LOCOS

PONENCIA PRESENTADA EN EL VII ENCUENTRO DE HISTORIADORES,

CRONISTAS E INVESTIGADORES

ORTIZ. 20 de Agosto del 2011


FERNANDO AULAR DURANT


MARÍA DE LA PAZ

En el año 1972 cuando por motivo de trabajo me fui a vivir con mi familia a Valle de la Pascua, le pregunté a una persona del lugar que quién era María de la Paz y me respondió que era una loca que se la pasaba deambulando por la plaza Bolívar.

¿Quién era María de la Paz? El 24 de junio de 1831 se reunieron en Valle de la Pascua los generales José Antonio Páez, jefe del Poder Ejecutivo y José Tadeo Monagas, quien se había levantado en defensa de la memoria del Libertador y de la Gran Colombia y allí acordaron la reconciliación con la que se evitó una guerra civil.

Ambos generales acordaron en honor al memorable suceso de pacificación, darle a Valle de la Pascua el nombre de “Villa de la Paz” y para que el tratado quedara grabado en la memoria de la historia, el Gobierno Nacional decretó la erección de una estatua en la Plaza del Pueblo, la cual se llamaría “Nuestra Señora de la Paz”. La estatua fue realizada por un escultor italiano en una piedra traída del río Tamanaco. Era de tamaño natural, un poco regordeta y vestida a la moda parisién. Llevaba en la mano izquierda una palma y con la derecha señalaba el sitio donde se había sellado aquel pacto histórico. El pueblo la bautizó como “María de la Paz” y así la llamaba. Años después fue demolida, quién sabe por qué ignorante. El decreto del cambio del nombre nunca fue cumplido.

En Valle de la Pascua hay un lugar que recuerda este suceso: la casa del obispo en la Urbanización Magisterio, llamada “Villa de la Paz”.

UN TIRO Y A LA PATA DE UN PALO

El general Emilio Arévalo Cedeño nació en Valle de la Pascua en 1882 y allí murió el 1965 a los 83 años. De profesión telegrafista y comerciante fue el primer y último caudillo que se levantó en contra de la tiranía gomecista. Fue presidente del Estado Guárico y durante su administración creó escuelas, instituciones culturales, construyó hospitales, instaló molinos de vientos e inició el transporte motorizado del ganado y escribió su obra “El Libro de mis Luchas”. En sus últimos días, pobre, abandonado se paseaba por las calle y en su demencia senil, tal vez recordando sus viejas hazañas guerrilleras, exclamaba: -¡Un tiro y a la pata de un palo!

DOS CIENTÍFICOS LOCOS

Cuando Juan Chávez y Luís Solórzano estudiaban bachillerato se la pasaban haciendo extraños experimentos de química. Cierto día improvisaron un pequeño laboratorio en un cuartito en la casa de doña Manuela Reggio de Durant, “Mamá Vieja”, lugar que quedaba al lado de la habitación donde desde hacía varios años estaba postrado en un chinchorro el tío Manuel, hijo de doña Manuela, quien había quedado tullido por extraña enfermedad, según decían porque había cogido un pasmo por bañarse después de haber estado candeleándose cerca de los hornos donde se cocían los ladrillos y tejas. Como quiera que la viejecita criara pollos y gallinas, solía haber allí una plaga de piojillos que molestaban al enfermo.

Cierto día los químicos bisoños o locos, mezclaron unas sustancias que al calentarlas hicieron explosión, lanzando partículas de fuego entre vapores malolientes y espesa humareda, salpicando piso, paredes y techo. Estuvieron a punto de quemar la casa.

Doña Manuela y el pobre Manuel se iban muriendo del susto y cuando fui a visitar a mi abuela para enterarme de lo sucedido, me dijo: -Mijo, dígale a esos muchachos locos que no sigan haciendo esas cosas en mi casa, que me iban quemando a Manuel.

Los dos culpables recogieron sus matraces, morteros, tubos de ensayo y otros trastes y no volvieron más. Al poco tiempo la abuela me dijo:

-Mijo, dígale a esos muchachos que vuelvan, que desde que explotaron esa cosa los piojillos se fueron y no han vuelto más.

Luís Solórzano, el loco egregio, se graduó de ingeniero, es un famoso concertista de cuatro y guitarra, inventó un marcapaso cardíaco y hoy nuevamente está en la palestra internacional por la invención del motor de aire.

MARÍA, LA BABA

Cuenta Jesús Chucho Villarroel en artículo publicado en el periódico El Reportero, que en Valle de La Pascua, por los lados del caño de La Vigía vivió una señora de nombre María, a la que por mal nombre la llamaban La Baba. Cuando le decían este sobrenombre se tornaba agresiva. Se ignora el origen del mote o qué relación o semejanza tendría la mujer con ese crocodilino llamado baba (Caiman sclerops) o caimán de anteojos.

Según la narración, Emilio García, a quien le decían Pataruco o también “El Mangoré Criollo”, este último mote lo usaba en programas radiales como cantante y guitarrista de la Publicidad Guárico, era un hombre muy chusco, bohemio y serenatero.

Una madrugada de misa de aguinaldo, venía en compañía de un compadre cuando por los lados del Caño de la Vigía vieron a la señora que le decían la Baba, entonces García le propuso una apuesta al compadre de que él le diría el sobrenombre, cosa que era peligrosa porque la susodicha se disgustaba y lanzaba maldiciones y pedradas. Hecha la apuesta, Emilio agarró la guitarra y comenzó a cantar en son de aguinaldo:

“La Virgen María

lavaba, lavaba,

y el buen San José

planchaba, planchaba”

Al principio la señora no caía en cuenta por lo que no se daba por aludida. Emilio insistió con el aguinaldo y haciendo énfasis en el mote:

La virgen María

La Baba. La baba…

Pero esta vez María paró el oído, se dio cuenta que era con ella y enseguida respondió:

Y el c…. de tu may

planchaba, planchaba.

Y arremetió a insultos y pedradas contra los burlones.

UNCIO

A Carmelo García le dicen Uncio porque según se cuenta su locura comenzó cuando lo reclutaron y se lo llevaron a pagar el servicio militar y para evadirlo se hizo pasar por loco, adoptando conductas desquiciadas como llamar a los oficiales con el sufijo que derivó en su apodo: -¡A su orden mi coroneluncio!, -Si, mi capitanuncio. Al principio esto era interpretado como faltas de respeto a los superiores y le valió varios castigos, pero al final dijeron: -¡Suelten a ese pobre loco antes de que lo maten a palos! Y ya afuera continuó con la maña de llamar a todos uncio y se quedó con la tecla floja.

En cierta oportunidad pasaba Uncio por la calle Bolívar entre González Padrón y Mascota y se detuvo en un pequeño negocio llamado Asunglo, perteneciente a las hermanas Herrera, dos señoritas muy bondadosas, trabajadoras y extraordinarias costureras. Gloria, la mayor, era maestra de corte y costura en la Escuela de Artes y Oficios San José; de aparente carácter fuerte pero en el fondo muy sereno y dadivoso y Asunción la menor, de carácter apacible y dulce. Uncio, dirigiéndose a Asunción le dijo:

-¿Madrinita, me puede dar una agüita?

-¡Como no, Uncio! –le respondió Asunción y fue y le trajo un vaso de agua. Uncio se bebió el agua y le dijo: -¿Madrinita, me puede dar un cafecito?

-¡Como no, Uncio! –y le trajo una tacita de café que éste se tomó y de nuevo insistió:

-¿Madrinita, si me dio agüita y cafecito, no me podrás dar cuquita?

-¡Como no Uncio! –le respondió Asunción y fue y le trajo una catalina que al verla Uncio le dijo: -¡De esa no, madrinita!

Gloria que estaba oyendo el diálogo y vio el gesto lascivo del loco avispado, agarró una escoba y la emprendió a escobazos contra el falta de respeto que se dio a la fuga perseguido por la furibunda costurera.

Asunción muy candorosa, al regresar Gloria de darle los escobazos a Uncio, le dijo: -¡Pobrecito! ¿No ves que es loco?

Y le respondió Gloria: -¡Loco y pidiendo cuchara!

CARMELO GARCÍA “UNCIO”

EL PÁJARO PICHÓN

En Valle de la Pascua hay un hombre al que llaman “El loco Paraco”, uno más de esos pobres seres que una vez que pierden la razón los propios familiares los lanzan a la calle a deambular y a padecer. Pero Paraco es un loco tranquilo, no es agresivo y más bien se las da por barrer las calles, adornar los ventanales con flores, por colocarse en los brazos y piernas ramos de flores atados con cinchos y pintarse la cara y el cuerpo con colorantes vegetales. Moreno, de cuerpo enjuto y cara aindiada.

Un día se montó en la azotea de un edificio situado en la avenida Libertador entre Bolívar y Flores, casi al frente de la prefectura y desde allí gritaba que quería volar, que él era un pájaro, al tiempo que agitaba los brazos como alas.

La gente que por allí pasaba, creyendo se trataba de un suicida, se detenía a mirarlo y desde abajo le gritaban que no se tirara. Él insistía gritando que era un ave y que quería volar. Mucha gente se fue aglomerando en el sitio para esperar el desenlace, cuando atinaron a pasar por allí varios estudiantes que venían del liceo José Gil Fortoul, situado unas tres cuadras al sur de allí, muchachos alegres y traviesos que cuando oyeron al presunto suicida gritar: -¡Yo soy un pájaro y quiero volar! A su vez le gritaron: -¡Anda, tírate y vuela! ¡Te queremos ver volar!

El orate les respondió: -¡No puedo!

-¿Por qué no puedes? ¡Anda, vuela! ¿Acaso no eres un pájaro?

-Si soy un pájaro. Pero no puedo porque no sé volar. ¡Es que soy un pájaro pichón!

EL LOCO PELÓN

Eduardo Rengifo, en su tranquila demencia vivía con su madre doña Eustaquia, en una casa situada en una esquina adyacente a la plaza Bolívar entre las calles Ribas y Gabante, donde se la pasaba cantado rancheras o de donde salía a trabajar con una carretilla. Pero unos muchachos burlones desde la esquina le gritaban: -¡Guaro pelón! ¡Loco pelón! Lo que lo enfurecía y entonces salía corriendo en su persecución y a veces hasta les lanzaba pedradas.

Doña Eustaquia cansada de tan molestosa conducta de los zagaletones que enardecía y alteraba a su hijo, se quejó ante la prefectura, la cual le quedaba a media cuadra de allí en la calle Ribas frente a la plaza Bolívar. El prefecto destacó a un policía para que desde la esquina del mamón de la plaza vigilara para que los mocetones no molestaran a Eduardo, lo cual surtió efecto por lo que éstos desistieron de sus burlas.

Eduardo, sin las chanzas de los muchachos cayó en un estado de depresión y de tristeza: no quería comer, no cantaba sus rancheras ni salía a trabajar con la carretilla, por lo que doña Eustaquia fue de nuevo a hablar con el prefecto.

-Doña Eustaquia, pero si yo puse un agente a su servicio y del de su hijo para que esos vagabundos no lo molesten.

-No, señor prefecto, es que vengo a pedirle que quite al policía y mande a buscar a los muchachos para que le echen vaina a Eduardo, porque si no se me va a morir de tristeza.

LA MASCOTA DE LA SUERTE

En Valle de la Pascua vivió un personaje muy popular a quien llamaban Jopo, cuyo verdadero nombre era Rodolfo Antonio Bolívar Méndez, de quien se decía que traía la buena suerte, muy distinto de esas personas u objetos que dicen ser pavosas. Jopo sufría de retardo mental secuela de alguna afección cerebral posible meningitis o fiebre tifoidea. Tenía por manía morderse las mangas de la franela de mangas largas como las solía usar además de pantalones de kaki enrollados hasta las rodillas y sostenidos por tirantes, alpargatas y sombrero de cogollo.

Por eso de que traía buenos augurios, los chóferes solían montarlo en sus autos y muchas personas se le acercaban en procura de obtener este beneficio . También existía la creencia de que si jopo se enamoraba de una muchacha, ésta a los pocos días encontraba novio y se casaba bien, por lo que las muchachas casaderas lo buscaban y le hacían carantoñas con el fin de que jopo se fijara en ellas, se enamora y con ellos obtener buenas nupcias. Se cuenta que fueron muchas las núbiles vallepascuenses que corrieron con la buena suerte.

Jopo era muy querido por todos en el pueblo y para la posteridad quedó su imagen retratada en el lienzo de la pintora y cantante doña Mireya Infante de Salazar.

CALDITO CON PRESAS

Pura es una mujer campesina con cierta deficiencia mental pero con mucha picardía. En cierta oportunidad llegó de visita a la casa de una vecina, en un caserío rural de la zona. Como venía caminado bajo un solazo y tenía mucha sed pidió que le dieran una agüita y le dieron una totuma llena de agua la que se tomó a grandes y sonoros tragos y al terminar expresó enfática: -Tenía sé. ¿Verdá?

Entonces la dueña de la casa muy servicial y humanitaria le ofreció de comer por lo que le dijo a una de sus hijas: -¡Mira muchacha, monta a calentá la sopa pá que le des un caldito a Pura!

A lo que le aclaró la visitante:

-¡Y presa tambien!

LA CASA DE PICASSO

En agosto del 2005, en compañía de nuestra amiga Egleé Barrios, abogada venezolana que casada con Miguel un español andaluz, vive en Torremolinos, fuimos a la ciudad de Málaga en la costa del sol. Allí visitamos la Alcazaba, la catedral, el Museo de Bellas Artes en el antiguo palacio de los condes de Buenavista, el Museo Picasso y la casa donde nació este famoso pintor, ahora convertida en museo, en ésta fuimos pasando por varias salas donde exhibían cuadros pertenecientes a la época azul llamada así por el predominio de este color, por lo estilizado del dibujo y porque en ellos se abordan temas como la soledad y la muerte. Todo esto nos lo iba explicando Egleé.

Seguimos observando cuadros, ahora de la época rosa, de la fase oscura y así proseguimos viendo máscaras, dibujos, curiosas esculturas y llegamos hasta las pinturas del estilo cubista: caras deformadas, con doble nariz, ojos y bocas distorsionados. Egleé al llegar allí se paró frente a uno de los cuadros y nos dijo: -Picasso hasta aquí pintaba bien. De aquí en adelante se volvió loco.

CUENTOS DE AMOR Y DESAMOR

PONENCIA PRESENTADA EN EL VII ENCUENTRO DE HISTORIADORES,

CRONISTAS E INVESTIGADORES

ORTIZ. 20 de Agosto del 2011

Gladys Vázquez Pinto



PUNDONOR

Gracias a la superación personal de la mujer de los actuales días, logro obtenido a través del estudio, del trabajo y de la constante capacitación para un eficaz desenvolvimiento en la vida social, el machismo, ese fenómeno predominante en nuestros pueblos hasta tiempos recientemente pasados, ha ido paulatinamente desapareciendo. En aquellos tiempos, por causas triviales el hombre podía maltratar a la mujer. Bastaba que una mujer casada no mencionara el apellido del marido precedido de la preposición “de”, señal de pertenencia, como si fuera un simple objeto, como era tratada la mujer en los tiempos más antiguos; o también que dejara de usar el anillo de matrimonio en el dedo anular de la mano derecha, señal de que tenía dueño o como se suele aún decir, de que era una mujer ajena, o que no le planchara bien los pantalones o no tuviera la comida a tiempo, para que el marido le armara una sampablera.

Algo más grave aún y causa de repudio, era la ausencia del signo anatómico de la virginidad. Si el marido la primera noche después de la boda, al consumar el matrimonio en el tálamo nupcial no rompía la telita sagrada o membrana himeneal, si la recién casada no exhalaba un gemido de dolor y no había sangre en la sábana, el esposo podía armar un escándalo que podía derivar hasta en tragedia.

La siguiente historia nos habla de una heroína pionera de las luchas feministas ya en aquellos tiempos.

A los pocos días de casada, intempestivamente la esposa abandonó su nuevo hogar y se marchó a la casa paterna, de donde había salido de velo y corona y donde ahora se encerró en su antigua habitación, de donde no quería salir ni a comer a pesar de los ruegos de los padres, familiares y personas amigas, quienes desconocían la causa de tan extraño comportamiento.

La recién casada se mantenía recluida y aislada del mundo, por lo que muchas personas comenzaron a elucubrar fatídicas razones. Algunos pensaban si acaso fue repudiada por el marido por haberse presentado a la luna de miel sin el adminículo virginal de la honradez. Otras personas sospechaban si sería que ella había encontrado poco armamento donde debía haber un cañón de gran calibre o si en vez de gallo fino le había salido un palmípedo. Tantas cosas se rumoreaban en aquel misterio.

Al día siguiente se presentó el marido en busca de su mujer. Largo rato tocó a la puerta, lamentándose, llorando a moco tendido y pidiendo mil perdones. Las personas que lo escuchaban se preguntaban qué le habría hecho este hombre a su mujer. El esposo lloroso le prometió no volverlo hacer nunca más. ¡Ya está, seguro que se trata de otra! Pensaron los curiosos.

Después de mucho llanto, tantos ruegos y promesas, al fin la puerta se abrió y apareció seria, erguida, inconmovible, blanca y hermosa, la recién casada. El marido se apresuró a abrazarla, la besó y poniéndose de rodillas ante ella, le expresó: -¡Mi amor, mi vida, te juro que no lo volveré hacer nunca más! ¡Nunca más me volveré a tirar un peo así delante de ti!

Luego de este incidente vivieron felices gracias a que desde un principio esta heroica mujer sentó el precedente de que para poder vivir en armonía era necesario el amor y el respeto mutuo.

EL SOPLO

Se cuenta en Valle de la Pascua el caso de un amor hasta la muerte. Un señor llamado Régulo se casó con una bella joven vallepascuense llamada Esther, de reconocida familia pero quien padecía de un soplo cardíaco por lo cual, dado el nuevo estado de la dama y pensando en el peligro de un posible embarazo consultaron a un conocido médico de la localidad, quien les advirtió del peligro y la gravedad que representaba una preñez para el corazón de la recién casada. Los esposos se fueron a vivir a una casa en la Calle Real y bajo la vigilancia de la madre del marido, quien por las noches al sentir el más leve murmullo o suspiro proveniente de la habitación de los desposados, rápidamente tocaba a la puerta y le decía al hijo: -¡Régulo, acuérdate. Ten cuidado. Esther es una mujer enferma! Para evitar la preocupación y el desvelo de la tenaz guardiana, decidieron dormir en alcobas separadas. Pero cuando la señora oía pasos o roces de seda en el pasillo, se asomaba y exclamaba: -¡Cuidado Régulo, acuérdate!

Pero una noche en que la madre se quedó dormida por el cansancio de la continua vigilancia, Régulo, que ya no aguantaba se fue para el cuarto de su esposa. Mientras la esposa que ya tampoco aguantaba la abstinencia salió para la alcoba del marido. En el camino se encontraron y este le dijo: -¡Mi amor, no aguanto más por lo que he decidido matarte! –y la esposa a su vez le dijo: -¡Mi vida, yo tampoco resisto más y he decidido suicidarme!

De aquel intento de oxuricidio y de aquel conato de suicidio nació sin novedad el primer hijo y luego vinieron tres más. El amor pudo más que el diagnóstico, el pronóstico y la muerte.

GUAYABO

Escuchando la canción titulada “Guayabo de mes y pico” que interpreta Jorge Guerrero, famoso cantante de música criolla natural de Elorza, Estado Apure y a quien llaman “El Guerrero del Folclore”, nos viene a la memoria el caso de un enamorado que enguayabado por el amor de su adorada la amenazó con suicidarse.

Jorge Guerrero, quien antes de ser cantante famoso fuera becerrero y peón de hato, oficios en los cuales comenzó cantando coplas de ordeño y de arreo del ganado, en su bien pegada canción dice:

“Esta mañana angustiado

fui y me planté en la avenida,

se puso un carro a pitarme,

yo creo que una sifrina,

yo como andaba ostinao

voltié y le grité enseguida:

afínquele la chancleta

y páseme por encima

que ahorita en estos momentos

me está estorbando la vida.

En el llano un guayabo es un despecho por un amor ingrato y no correspondido. Se cuenta que en Valle de la Pascua, un conocido caballero estaba enamorado de una dama del lugar, amor que no era correspondido, por lo que la amenazó con suicidarse si esta no le daba su amor y para consumar su amenaza se acostó en medio de la calle frente a la casa de la causante de su despecho y desde allí le gritaba que por su desamor se iba a dejar matar con el primer carro que pasara por allí, pero era una vía muy poco transitada y casi nunca pasaba automóvil alguno por ella, ni siquiera una carreta, por lo que el infeliz enamorado estuvo largo rato tendido en el suelo y llamando a su adorado tormento, al cabo del cual, sin novedad alguna, se paró y gritó para que la joven amada lo escuchara: -¡Te salvaste de perder a tu amado porque no pasó carro, pero la próxima vez me ahorco!

Se cuenta que la muchacha le respondió: -Si, te ahorcas de una mata de auyama.

POR AMOR CRUZÓ EL OCÉANO

Mario Casamassima es un conocido empresario, contador, locutor e incansable luchador social, italiano que echó raíces en Valle de la Pascua. Allá en Italia su patria natal cuando joven se enamoró de una bella ragazza de nombre Justina, de una buena familia cuyo padre, Michele Panunzio, había emigrado a Venezuela en 1945, habiéndose instalado en Valle de la Pascua donde montó una de las primeras carpinterías del pueblo, mientras su esposa y su hija, la bella Tina continuaron en La Bota hasta 1956 cuando decidieron venirse a juntar con el cabeza de familia.

Antes de partir, Justina le propuso a Mario que continuarían sus relaciones amorosas por correspondencia, pero el galán enamorado no quiso aceptar por ningún motivo esos amores a distancia y le juró que por ella cruzaría el mundo, por lo que también él hizo las maletas y en el mismo barco se vino acompañando a las dos damas. Llegaron a Venezuela el 22 de junio de 1956. En Valle de la Pascua se casaron Mario y Tina, fundaron su hogar y desde entonces han vivido felices. Mario como un tenaz Quijote de la radio vive peleando con políticos, gobernadores, concejales y alcaldes por los miles de problemas que acogotan a la ciudad.

LA RAGAZZA IMPOSIBILE

Por el 1955 llegaron a Tucupido un grupo de italianos contratados por don Alejandro Rodríguez Guzmán, para la construcción de un lote de casas para la urbanización Talom, empresa norteamericana que realizaba trabajos de explotación petrolera en la región. Entre ellos vino un joven que al poco tiempo se prendó de una hermosa joven de una reconocida familia vallepascuense. Como esos europeos no se andaban con rodeos, el joven ni corto ni perezoso se fue a la casa de la muchacha y habló directamente con el padre para solicitarle la mano de la hija.

-Il mio respetabile signore, io veno a parlare con te per demandare la mano della sua figlia per me.

El padre de la joven le respondió que su hija era muy joven, que era una muchacha de buena familia, muy bien educada y de gustos exigentes. Que le gustaba tener una buena casa con sala, cocina, comedor, buenas habitaciones, baños, jardines y gente de servicio. Además le gustaba comer bien, vestir bien y a la moda. Y al final le preguntó cuánto ganaba.

-Il mio caro respetabilísimo signore, io guddagnare sexchento bolivare mensuale. Seiscientos bolívares para la época era una buena suma.

-¡Pero mi amigo, -le refutó el padre de la muchacha- eso no le alcanzará a mi hija ni para el papel tualé.

El galán italiano salió de la casa decepcionado y apesadumbrado y al pasar vio a la muchacha que estaba asomada en la ventana y por toda despedida le dijo: ¡Addio, cagonna!

¡Y LE AHORCÓ LA COCHINA

Se cuenta en Valle de la Pascua que un mozo se enamoró de una bella joven, a quien, aunque poco romántico y como cosa de locura de enamorado le regaló una cochina. Mientras duraba el idilio el animal apacible engordaba en el chiquero.

Pero a pesar de los flechazos de Cupido, un día se interpuso entre ambos Eris, la diosa de la Discordia, el amor se enfrió y hasta allí llegó el romance. Una noche, el joven se introdujo en el patio de la casa de la exnovia y para completar la ruptura, así como si dijera: devuélveme mis cartas o la sortija, le ahorcó la cochina.

LA MIL AMORES

“El mil amores” es el título de una película mejicana con Pedro Infante. Pero esta historia es la de una muchacha de Tucupido, según me contó un amigo, que una tarde estaba platicando con un viejo conocido, maestro de escuela jubilado, poeta y declamador y la conversación derivó a los tiempos de sus mocedades. El maestro le contó que cuando trabajaba en Tucupido tuvo una linda noviecita, morenita de abundoso pelo negro que le ondeaba en cascada por la espalda, ojos vivos cual negros azabaches, labios carnosos de una sonrisa encantadora… y se emocionaba en el recuerdo y se le salía lo poeta en la narración. ¿Y cómo se llamaba? ¿Y dónde vivía? Le preguntó el amigo. Cuando le dijo el nombre y la dirección, el amigo le dijo al maestro que esa muchacha también había sido su noviecita.

Le siguió contando el maestro que en una oportunidad lo invitaron a una fiestecita bailable de esas que llamaban picoteo, no por los pasapalos sino porque la música era de picó o sea un tocadiscos de plato y aguja o pick-up. Cuando llegó a la fiesta lo primero que vio fue a su noviecita bailando un mosaico de Billo, casi derretida en los brazos de otro que pulía la hebilla.

El poeta seguía narrando ya no con tristeza sino como cosa chistosa, la vez que se encontraba en la universidad y le presentaron a un compañero de estudio, que al enterarse de su pueblo de procedencia -¿Tú eres de Tucupido?- le preguntó por varias personas de ese lugar, le contó que justamente allí él había tenido un romance juvenil y le preguntó por una joven que al decirle el nombre –lo que es el mundo- era su misma noviecita.

En un diciembre se arregló para ir a la casa de su noviecita y cuando llegó, bella, bonita, sonriente estaba en la sala sentada en un sofá platicando con otro y que un amigo, pero que la veía con cara de enamorado.

Y concluyó el maestro sus recuerdos diciéndole al amigo: -Es que mi noviecita era una mil amores.

INUNDACIÓN

Durante el año 2009 el país vivió una época de gran sequía que asoló rebaños y siembras, la cual fue atribuida al fenómeno del niño. Durante el año 2010, por el contrario fue una época de grandes lluvias e inundaciones desastrosas en todo el país. El invierno se prolongó desde mayo hasta febrero del 2011. Una noche en Valle de la Pascua cayó un pertinaz aguacero que causó inundaciones en muchas barriadas y en Los Bálsamos, en el Cementerio Municipal la inundación socavó las tumbas y muchas urnas flotaron y se esparcieron por las calles.

Cuenta Lino, pero a él no hay que creerle mucho, que esa noche él estaba acostado en su cama al lado de su esposa, la casa se había anegado y no se había dado cuenta. En la madrugada comenzó a tentar a su consorte buscando calor humano y la tocó muy fría; la sacudió para que despertara pero ella no se movió. Entonces la llamó: -¡Kalide! Pero ella no respondió. Seguía dormida, tiesa y fría. Nada, no respondía. Entonces chapaleando en el cuarto fue y prendió la luz. Kalide estaba profundamente dormida al otro lado de la cama y en el lado suyo, a quien él estaba abrazando para buscar amor, era… un cadáver.

LA SORPRESA

En Valle de la Pascua se cuenta el fiasco que le pasó a un conocido personaje, hombre serio, culto y respetable. El supradicho personaje se encontraba en una fiesta donde conoció a una fémina, una verdadera diva, o como se dice en el argot popular: un hembrón. Ceñido el breve traje, amplio escote que exhibía los pechos grandes y turgentes, redondas pomas voluptuosas. Blancos los muslos firmes y tersos. Dorado el pelo que le caía en suave cascada sobre los hombros de suave rosa. Las cejas finas, bien dibujadas; lindas pestañas estilizadas; párpados de suave oscuro sombreado. Los ojos vivos como azabaches. Finas ajorcas. Grandes pendientes. Carmíneos labios concupiscentes. Audaz escote que por detrás exhibía tenue, rosada espalda y descendiendo un poco más mostraba displicente la uve del pliegue glúteo.

Nuestro galán miró a la diva y sentóse al lado de aquel encanto, sintiendo el roce del cuerpo ardiente y se pusieron a platicar. Al poco rato su mano ansiosa acariciábale un muslo terso, se deslizaba por la cadera buscando artera senda sensual. Como embriagado por el perfume de aquella piel, quiso besarle la roja boca y de aquel panal libar la miel. Le exacerbaba la risa extraña y le hechizaba la voz melosa. Fuerte abrazando aquel cuerpo cálido sensual bolero lento bailaba gozando el roce de aquellos pechos y de aquel vientre lidivinoso, acariciando aquellos glúteos tan portentosos, sentía un fuego que lo inflamaba y algo en él que se alborotaba.

Él le pedía a su Afrodita con insistencia que le brindara mayor placer entre las sábanas de ardiente lecho: -¡Vente conmigo! –audaz le dijo y cuando asida por la cintura se la llevaba, pasó un amigo y le susurró: -¿Adónde lo llevas tan apurado? No te emociones, no tengas prisa, que esa es la Susy. Esa es un hombre.

EL NOVIO QUE NO HACÍA CASO

Cuando Fernando Aular Durant, estudiante del segundo año de Medicina de la Universidad de Carabobo, fue a hablar con los padres de Gladys Vázquez para pedir formalmente su mano, se vistió de paletó y corbata y se presentó ante don Santiago Vázquez y sin mucho pataleo le dijo que venía a pedirle la mano de su hija. El viejo llamó a la hija y ésta dijo que si. Entonces don Santiago lo precisó: visitas dos veces a la semana, de siete a ocho de la noche. Al principio Aular cumplió pero al poco tiempo iba todos los días desde las siete hasta las nueve y más luego iba a cada rato. Don Santiago lo llamó al botón y le puso los puntos sobre las íes, haciéndose el duro le dijo que él no hablaba ni chino ni inglés y que había dicho bien claro, dos veces a la semana y de siete a ocho. Entonces Aular le dio la razón, le manifestó que haría un esfuerzo, que trataría de venir sólo dos veces a la semana, pero era que no podía estar sin verla un solo instante. Entonces don Santiago conciliador le dijo: -Bueno, está bien, entonces que sean tres días de siete a nueve. Al principio de esta nueva pauta respetó el tratado, pero luego visitaba a la novia todos los días en la mañana, al mediodía, en la tarde y en la noche y don Santiago que ya era su íntimo amigo ya no le puso más reparos y Aular era como uno más de la familia.

LA BODA DE ARMANDITO

Como seis años tendrían María Elena Vázquez y Armandito Núñez cuando el 22 de octubre de 1970 fueron portadores de las arras y anillos en la boda de Fernando Aular Durant y Gladys Vázquez Pinto, en la iglesia de la parroquia Michelena de Valencia. Delante iban los dos pajecitos: Armandito parecía un caballerito con su traje de smokin y corbata de lacito. María Elena parecía una noviecita con su vestidito de raso y de tul y una diadema en la frente. Inmediatamente detrás iba la novia con el padrino Antonio Gonálvez da Silva el padrino Antonio Gonálvez da Silva. Más atrás iban los padres del novio, la madre de la novia, la tía Sofía y demás familiares y amigos. El novio y la madrina Josefina Coss de Goncálvez esperaban en la puerta de la iglesia

Poco después de la boda, Armandito se quedó pensativo y le dijo a su mamá Belén:

-Mamá, yo no sé, pero yo creo que a mí me casaron con María Elena. Tienes que informarte bien.

-¿Y por qué crees eso, Armandito?

-Por que yo estaba al lado de ella, vestido de novio, y el padre dijo, yo los uno en matrimonio.

EL HECHIZO

Por aquí se cuenta de uno que vivía con su pareja desde hacía muchos años, con la cual tenía hogar e hijos, pero que un día se prendó de una jovencita, por la cual se olvido de que su antigua compañera le había dedicado gran parte de su vida, su juventud, su esfuerzo y sus hijos. Nada, él quería probar carne nueva y por ello dejó a su vieja por la núbil, pero he aquí que según se dijo, la repudiada le reclamó al enamorado su mal comportamiento, su mal agradecimiento y su traición y por último, como un negro anatema le lanzó aquella maldición: -Lo único que te deseo es que cuando estés con ella no te funcione la naturaleza. Tendrás que venir de rodillas a pedirme perdón para que lo que esté muerto vuelva a la vida.

El hombre se casó con la noviecita y se fueron de luna de miel. Ya en la habitación del hotel con deleite contempló como aquella hembra se desnudaba mostrándole sus ternos encantos. La acarició. La besó. Pero advirtió que algo fallaba. Algo que no entraba en calor, algo que permanecía como un muerto en el frío sudario. Allá abajo no había movimiento. El miembro viril que debería estar enhiesto como un alfanje, firme como una torre, estaba flojo, colgante como un badajo, triste como un pájaro enfermo. -¿Pero qué me pasa? –exclamó angustiado. –Estás nervioso, cariño. –Le dijo la recién casada mimosa.

Pero nada, ni el perfume que exhalaba aquel cuerpo virginal, ni la visión de aquellos pechos firmes y de aquel sexo túrgido y promisorio de placeres. Nada. Entonces se acordó de la maldición.

EL BARDO FRUSTRADO

En la población de Tucupido había un mocetón muy travieso, poco dado al humanismo de Lope, de Góngora o Quevedo y mucho menos al modernismo rubendariano, pero que intempestivamente se la dio por ser poeta y escribir poemas impregnados de una gran carga romántica y sentimental, donde hablaba de un amor puro, de una noviecita ideal; escritos en un estilo harto desusado, cuasi eclesiástico, que semejaban unos salmos davídicos, tal el que decía:

“En verdad en verdad os digo que jamás de los jamases mis ojos han mirado otra criatura tan angélica y celestial y mi alma se conmueve con el soplo divino de tu aliento ambarino, con el brillo celeste de tus ojos, con la ternura de tu rostro y con tu risa de avecilla canora

Cierto día el zagal enamorado invitó a un amigo para que fueran a conocer a su Dulcinea, a su noviecita que vivía en un caserío cercano llamado El Caro de la Negra. En el trayecto del viaje iba narrándole los encantos de su adorada y le leía algunos de sus poemas dedicados a su gran amor:

“¡Oh, mi virgencita amada! Mi tierno angelito.

Mi muchachita adorada. Mi capullito de rosa.

Tus pechitos de piquitos de alondras.

Tu boquita de rojo cundeamor.

Tus manitas de cristal.

Y es su ternura tanta y tanta

que la comparo con una santa.

Todos los pasajeros que allí iban se admiraban del vuelo romántico del novel bardo apasionado y sentían curiosidad por conocer a la Dulcinea de aquel joven Quijote, destinataria de aquel torrente de poemas. Al llegar al lugar, el poeta enamorado vio a una joven mujer que venía por la calle, morena, de negra cabellera, algo regordeta y de facciones algo toscas y exclamó con frenesí: -¡Esa es mi noviecita! ¡Es ella! Ella es la dueña de mi amor.

Entonces uno de los pasajeros que era del lugar le dijo: -¡No jose! ¿Esa es la noviecita angelical? ¡Qué va! ¡Esa vive con un guardia nacional y tiene dos hijos!

Ese mismo día el mozo dejó de ser poeta.

CAMBIO BIEN PENSADO

Un rico hacendado de Valle de la Pascua, dueño de grandes cantidades de tierras y ganados, quien tenía unas hijas muy hermosas: blancas, rubias, de ojos azules, cierto día le propuso a uno de sus peones que tenía una hija campesinita, morenita de buena presencia, que él se la cambiaba por un lote de tierra de una de sus fincas.

-Hija no se cambia por tierra, don. –le contestó el peón campesino.

Entonces el patrón le aumentó la propuesta a unas leguas de tierra y varias cabezas de ganado.

-Hija no se cambia por tierra y ganao, don.

-Bueno piénsalo bien y luego me respondes. –concluyó el terrateniente.

-Yo lo viá pensá. Le respondió el peón.

Al poco tiempo el ricachón le preguntó al siervo que si ya lo había pensado y éste le respondió:

-Si, ya lo pensé don. Yo le doy mi muchacha y usted me da una de las catiritas suyas.

El Motor de aire desafía la segunda Ley de la Termodinámica. Invento de un guariqueño.