lunes, 30 de marzo de 2009

Fachadas de San José de Tiznados

Yeili Colmenares*


San José de Tiznados, lo agreste del barro y la luz furiosa del trópico se combinan bajo la amalgama azul. Luminoso resplandor que comba sin piedad los techos. El acechante ojo de artista con paciente y persistente pulso, reescribe iconográficamente la íntima geografía de un cielo y unas cuantas paredes donde el tiempo se asoma colmado de historias silenciosas, sencillas en la espesura de las horas, pero complejas en la urdimbre familiar de los pueblos llaneros guariqueños.

Con estas breves palabras queremos presentar hoy este precioso trabajo fotográfico de Yeili Colmenares. Fotográfo profesional, reportero gráfico de la Dirección de Prensa de la Universidad Rómulo Gallegos. Hermosa venezolana, nacida en la ciudad de Coro en el año 1972. Felizmente recien graduada con altos honores de comunicadora social en la Universidad Cecilio Acosta. Felicitaciones.


Jeroh Montilla



La mirada de Ortiz: DON NICANOR

Alberto Hernández*


** La calina de Ortiz recogía la sombra de una maldición aposentada en el cuerpo de las casas. Fantasmas que dejaron huellas en las polvorientas calles de la villa guariqueña.

** Don Nicanor Rodríguez supo de estos martirios, trabajó al lado de Dios para apartar los ojos ocultos de un demonio terrible para aquellos tiempos de atraso: la malaria.


En su bodega de Ortiz don Nicanor Rodríguez nos mira con la calma de unos ojos que han pasado por un largo tiempo de espera. Y lo dejamos decir, lo dejamos contar de nuevo la historia. La voz está casi retirada en el olor a sombras de la casa. Y lo vemos acomodar los brazos sobre el mostrador, hablar pausadamente. Encontrar la mirada que la nostalgia no perdona.

De eso fue hace varios años. Casi veinte. La voz estaba allí, a la espera para comenzar aquel palabreo, aquel responso con la sombra.

Fue acólito del Padre Pernía, cuando las campanas pobres de la iglesia doblaban por alguien, por algún duende que dejaba la tierra para seguir muriendo sus penas en la otra muerte.

Nicanor Rodríguez fue encarnación en las páginas de Miguel Otero Silva. La paz despeja la maldición malárica. A la espera de que alguien contara con sus difuntos y llantos.

El Padre Pernía llegaba, seguido del monaguillo Nicanor. Casas Muertas rivalizaba con la realidad. Don Nicanor Rodríguez en su vida verdadera fue hombre de juzgado y parlamento local. Pero fue tanta la pasión y las angustias, que entra y sale de la novela cuando quiere.

De seguro allá en “La Rodriguera”, de los Rodríguez de Ortiz”, se queja alguien de un dolor de muelas, como también un hombre solitario cuenta el silencio como gotas de muerte.

Don Nicanor, un día, se despidió de la realidad para quedar fijado en las hojas polvorientas del libro de Miguel Otero Silva.

Fronterizo, entre la lectura y su palabra animada por la historia, perpara la voz para otros paisajes, el que tiene allá adentro, en su otra dimensión.


*Poeta, periodista y escritor venezolano.

-Foto: Aníbal Camejo-

El Motor de aire desafía la segunda Ley de la Termodinámica. Invento de un guariqueño.