Jeroh Juan Montilla
Cada cabeza es un mundo, de Felipe Rodríguez. Editado por el
Sistema Nacional de Imprentas Guárico. San Juan de los Morros, 2012.
En la historia de la literatura
norteamericana existió un poeta singular, Edgar Lee Masters (1868-1950). En
vida publicó muchos libros de poesía, teatro, biografías y ensayos (cerca de 90
publicaciones), prolífico escritor del medio oeste, sin embargo realmente Masters
solo es conocido por uno de sus libros, el poemario llamado Antología
de Spoon River, publicado en 1915. Se dice que su tenaz tendencia hacia el
fracaso literario lo hizo un hombre amargado de por vida. Este poemario es tan
magistral que es imprescindible en cualquier antología de poesía norteamericana
que se precie de seria o justa. El poemario está constituido por 244 poemas que
son, dentro del juego ficcional del poeta, 244 epitafios particulares de 244
difuntos imaginarios del mítico pueblo Spoon River. Cada poema epitafio habla,
breve pero certeramente, de un aspecto decisivo de lo que fue la vida del
carnicero, el sastre, el juez, el maestro, el suicida, la campesina, el pescador,
el amante, el solitario, etc., etc. Es la crónica obituaria más espectacular
que se haya escrito. Como siempre la realidad y la literatura tienden a imitarse,
a confundir sus fronteras y personajes. Felipe Rodríguez es un poeta
emblemático, un personaje real e imaginario de este pueblo San Juan de los
Morros. Felipe es particular, siempre lo he considerado nuestro Edgar Lee Masters sanjuanero ya que tiene
cierto parecido con este poeta. Felipe es fiel a una costumbre, cada vez que
alguien muere, sea humilde o potentado, nuestro poeta sigue el féretro hasta el
cementerio y al momento de la sepultura pide un permiso para leer un poema,
inspirado o escrito en la caminata, canto fúnebre que cubre de ternura y poesía
lo triste del momento. Estos no son fallecidos imaginarios, son reales y en
este rincón del país un hombre solitario sabe hacer del poema un oficio de
consuelo. Siempre le he dicho a Felipe que tiene que publicar esos poemas, él
me mira con su mansedumbre de siempre y sonriendo me habla de gente que le ha
comentado jocosamente su fiel costumbre de homenajear a los difuntos.
Hago todo el preámbulo anterior
para hablar de una de las últimas publicaciones de Felipe Rodríguez, el
poemario Cada cabeza es un mundo. El refrán
o el lugar común son el pan de nuestras vidas, la herramienta filosófica para
enfrentar con sencillez lo complejo de la vida. Si cada cabeza es un mundo
entonces actualmente hay más de 7.000 millones de mundos sobre la Tierra,
porque una cosa es un mundo y otra el planeta. Esto explica indudablemente
nuestro insobornable desacuerdo colectivo. Felipe es un declamador nato y como
todo oficiante de este recitado popular le encanta la melosidad de la rima
conveniente o inconveniente, es capaz de arrimar desde temas a imágenes que se
desconocen unas a las otras pero que en texto de Felipe alcanzan, según la
poeta Tibisay Vargas Rojas, el logro de las enigmáticas cuartetas de
Nostradamus. Tal vez un desconocido y alucinado Dios escogió la boca de Felipe para
hablarnos a ratos a los distantes y distraídos sanjuaneros. Felipe Rodríguez
sabe como nadie que el desacuerdo parece ser el verdadero motor de la vida de
los pueblos y sus historias. Si la memoria no me falla creo que el libro
inicial de Felipe fue Pueblo chiquito,
infierno grande, la discordia y el lugar común como ejes de la
escritura. En este poemario Felipe Rodríguez le canta a todo, a cada cabeza
viviente o fallecida, al pueblo de Las Mercedes del Llano, a Rómulo Gallegos,
Andrés Eloy Blanco, a la malograda esposa del Libertador, al Gobernador William
Lara, a Simón Díaz, al poeta Próspero Infante, al boquerón de El Castrero, a la
Virgen de La Caridad, etc., etc. Finalizo esta breve nota con una de sus misteriosas
cuartetas y el reto de que alguien la descifre: Cada cabeza lo es un mundo/
suden piénsenlo donde sea/ planeta tierra en rumbo/ lean para que vean.
Cada cabeza es un mundo, de
Felipe Rodríguez. Editado por el Sistema Nacional de Imprentas Guárico. San
Juan de los Morros, 2012. Prólogo del licenciado Ramón Figueroa. 61 páginas.