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miércoles, 28 de marzo de 2012

Ruta El Sombrero La Pascua

Daniel R Scott

"Ven de nuevo a tus pampas" (Lazo Martí)


Una foto obtenida en facebook, gracias a los buenos oficios del perfil de una buena y gran amiga, ha encendido en los santuarios de mi alma la inspiración y la nostalgia. Ella la titula así: "Ruta el Sombrero La Pascua".Es la gran longitud de la carretera nacional flanqueada con la flora y la fauna llanera, bajo el candente cielo preñado de nubes. No pude evitar escribir un breve texto sobre esa foto grafía.
Ruta el Sombrero La Pascua. Llanos de mis recuerdos, de los sueños e ilusiones inalcanzables pero bellos de mis padres y abuelos: engendraron la belleza en mi corazón. Tus grandes masas de nubes, que parecen poder tocarse con solo extender la mano, se alejan por los caminos azules del ígneo cielo, hasta empequeñecerse y perderse apenas perceptibles en un horizonte siempre lejano y visible. Mi alma fue hecha para mirar y respirar la inmensidad de la llanura, y en alguna parte de ese horizonte estará sembrado por siempre mi corazón, cansado ya de ver tan solo tráfico, edificios amontonados y bullicio de muchedumbres que parecen no saber lo que quieren."Bellísimo texto para acompañar esa foto" dijo alguien muy querido, oriundo de Cumaná. "En la más pura tradición Gallegosiana. Llanura venezolana, ancha para la esperanza como ayer lo fue para la hazaña. Te lo cambió un instante por mi golfo de Cariaco". Pero, ¿cómo cambiarte sabana mía, así sea tan solo un segundo?
Y es que por estas geografías de morichales de mi amado país viví con mi familia en los días de mi niñez, en un mítico fundo llamado "Tacatinemo", en una casa de bahareque rodeada de lagunas, caños, vacas, una quesera y un corral de troncos donde se oía el mugir lastimero del ganado y los cantos de los ordeñadores en las frías y húmedas mañanas de julio y agosto. El queso se hacía laboriosamente cerca del mediodía y ya al atardecer de ese mismo día, terminadas las labores de siembra y riego, lo teníamos sobre la mesa para la cena. "Palmasola" era la vaca inofensiva y resignada que le proveía de leche a la familia todos los días, hasta la consumación de los siglos de nuestra estancia en el llano. ¡Mansa y sumisa Palmasola!Finalmente tu osamenta terminó noblemente esparcida y blanqueada por la acción del sol ardiente y las lluvias torrenciales, confundiéndose y desapareciendo en el rojizo polvo de la llanura. Tus cielos, tus nubes, tus palmeras y el cují: templo que invita a la adoración del infinito.
¡Y cuantas anécdotas llanos de mi corazón! Nuestra casa recibía el suministro nocturno de luz de una tosca "planta eléctrica" que en realidad no era otra cosa que el escandaloso motor de un viejo tractor que adquirimos quien sabe como ni donde.Una noche mientras papá encendía la planta se produjo repentinamente un cortocircuito que echó chispas por todos lados, asustando a todos por la cantidad de gasolina depositada en el lugar. Dio la casualidad que uno de los ordeñadores estuvo presente y quedó perplejo y sin habla ante tan inusual fenómeno para él. Lo más que conocía era las tormentas de centellas y relámpagos propias de la zona. A los pocos días bautizó una de las vacas con el nombre de "Cortocircuito" y en las mañanas le podías oír llamar y cantar a la vaca con su nuevo nombre de "Cortocircuito, Cortocircuito".
Ruta el Sombrero La Pascua, no me hagas hablar más.
12 Marzo 2012

martes, 13 de marzo de 2012

La Abuela Carlota

Daniel R. Scott

¡Mi abuela Carlota de visita en casa! A esta querida matrona nacida en 1891 teníamos treinta años sin verla. ¿A qué se debió ausencia tan larga? No lo sabemos, pero hoy está aquí, como venida de un remoto pasado, y eso es lo que importa. Tiene la provecta edad de 123 años pero se le nota la reciedumbre en la complexión, seguridad en el andar y claridad en el hablar, como la última vez que la vi, en diciembre de 1980.Cierto: se vio gravemente enferma a consecuencia de una caída que sufrió una tarde lluviosa y fría de mayo, hasta un punto tal que estuvo varios días en coma, en terapia intensiva, en la ciudad de Caracas, pero hela aquí del todo recuperada. Verdaderamente un milagro genético cortesía de los Power, apellido longevo de origen irlandés.

La visita me trajo algo así como una iluminación. "No puedo dejar pasar la oportunidad de entrevista", me dije. "¿Y si se marcha unos treinta años más o no vuelve?" Sabido es por todos como ella, en las tardes, se sienta en el jardín de la casa de mi tía Antonieta, el mismo lugar donde funciona la academia Dr. "José Gregorio Hernández", y le cuenta a las visitas o a todo aquel que quiera oírle historias verídicas y llenas de nostalgia de los día de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. A veces su tono se eleva tanto que parece estar recitando poemas épicos de su propia invención. Esto es algo que heredó de la idiosincrasia irlandesa: contar viejas y desteñidas historias y eventos de los días ya idos y olvidados por otros. Y mi vieja abuela sabe mucho de la San Juan decimonónica, lo que para nosotros los del siglo XXI es sumamente valioso desde el punto de vista historiográfico y de las fuentes orales.

Revisé pues minuciosamente mi habitación, los escritorios, las gavetas, los rincones, la casa entera y no pude hallar mi vieja grabador de periodista al que le falta una tecla. Mientras sudaba la gota gorda buscando el artefacto mi abuela observaba impávida, traslúcida, sentada en la mesa del comedor, con una mirada extraña que parecía observarme no desde este 2012 sino desde un lejano lugar del siglo XX y de aun mucho más atrás: su mirada parecía observarme desde las postrimerías del siglo XIX. Parecía tener deseos de partir al más allá que le aguardaba Sentí cierto estremecimiento y escalofrío, pero no me preste atención de lo atareado que andaba... ¡Ay abuelita cuantos años y años sin verte! ¡Tres decenios! Hasta le sobreviviste a papá que murió de noventa y dos años! Y el dichoso grabador sin aparecer por ningún lado." Estoy cansado de decirles una y otra vez que no me lo presten!" vociferé perdiendo la compostura, cosa rara en mí. "Lo necesito precisamente para estas ocasiones especiales".

En eso apareció mamá, apacible, conciliadora como siempre, con la solución al problema, como siempre. "No te preocupes hijo" intervino. "Entrevista a tu abuela y yo lo anotaré todo taquigráficamente". Cierto. Ya lo había olvidado. ¡Qué torpe soy! Mi madre fue una excelente profesora de mecanografía y taquigrafía, lo que al caso me calza como anillo al dedo. "Gracias mamá" dije un poco avergonzado. Me dirigí entonces a mi abuela apresurado, sintiendo dentro de mí la rara impresión que ese momento era una visión pronto a desvanecerse. La escena perdía sus colores sus texturas, como si el paso del tiempo, impaciente, cambiara las horas por meses. Pregunté:"¡Qué cosas no habrás visto desde 1891 hasta hoy! Háblame de la sociedad y costumbres de los días de Cipriano Castro y de Juan Vicente Gómez". Mi abuela respondió entre suspiros lejanos, reflexivamente, con la voz quebrada por la antigüedad del siglo y medio recorrido:"¡Hijo, ¡no tienes la más mínima idea de lo que he visto y llevo sellado en mi corazón". Dicho lo cual, mi abuela se levantó de la mesa y salió al campo detrás de nuestra casa a conversar con los campesinos que cortaban la leña para la nueva casa de un hato. Mamá se paralizó cual estatua. No se movía lo más mínimo. Se congeló. Parecía la imagen de una fotografía. Me sobresalté nuevamente. Me acerqué y miré la taquigrafía de sus notas pétreas: garabateadas cual jeroglíficos egipcios en grafito, pude ver el vestigio insignificante de las escuetas palabras que mi abuela pronuncio antes de ponerse en pie e irse...

Entonces, como otras veces, me desperté de ese sueño. No ha sido el primero ni tampoco será el último. Parece ya una tradición escribir relatos e historias familiares basándome en los ardides e informes de mi mundo onírico. Es verdad: vi a mi abuela en diciembre de 1980, y sufrió un coma en junio de 1981, pero murió el 27 de ese mismo mes. Jamás se recuperó. Y mamá, maestra de mecanografía y taquigrafía, ya casi un año que murió. Salí de mi habitación, todavía aturdido por la oleada onírica. En la sala la tv encendida: mi cuñada veía un programa de opinión.

"Cuñada: soñé con mi abuela Carlota y mamá"
22 Febrero 2012

domingo, 25 de mayo de 2008

LUNES CÍVICO CON PORFIRIO MELO



Daniel R Scott*







No está nada bien que un pueblo olvide a sus hijos más ilustres o ignore a ese ciudadano anónimo y productivo cuyas labores diarias contribuyen al engrandecimiento de esa tierra que le infundió el ser. Por desgracia esa parece ser la mayor debilidad y desventaja de nuestra idiosincrasia: olvidar a los benefactores de nuestra sociedad. Un Pueblo que incurra en esa falta carece de vida, personalidad y memoria. Es lo mismo que andar por las calles o entre el hormiguero humano sin un rostro que nos distinga y sin portar documentos de identidad. No existimos, nada somos, nadie nos reconoce. Y he allí una de las razones del subdesarrollo de muchos países, por no hablar del nuestro. A los pueblos jóvenes o en vías de desarrollo les resulta más sencillo criticar a los Imperios que dominan al mundo que convertirse ellos mismos en un Imperio. Y para convertirnos en el Imperio que soñamos ser, debemos echar fuera la xenofobia, andar por los caminos de la Ilustración y comenzar por justipreciar a los héroes que ha engendrado nuestra patria. En nuestro caso es necesario recordar que el petróleo nos trae riqueza pero no imparte virtud. La virtud se busca por otros lados. Hoy quisiera honrar y recordar a Don Porfirio Melo, y le recordaré no precisamente en uno de sus mejores momentos, porque él, como todo aquel que se atreve escalar las elevadas cumbres del ideal y del amor a una causa noble, padeció la soledad y la incomprensión.Sucedió una mañana de mayo de 1992 en un conocido liceo de la ciudad cuyo nombre no daré. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: lo anoté en uno de esos diarios míos que se salvaron de la hoguera o del basurero. Se celebraba "la semana de la conservación", motivo por el cual se invitó al conocido ecologista a un "Lunes Cívico" para disertar sobre el tema a los estudiantes de la institución educativa. El patio era un hervidero de estudiantes bulliciosos y fastidiados formados en filas maltrechas. Se entonaron "las gloriosas notas del Himno Nacional" y finalmente, luego de una fría presentación por parte de las autoridades del plantel, tomó la palabra Don Porfirio Melo, con la gallarda actitud de un Quijote que cabalga sobre un Rocinante. No encontré mejor y más exacta definición para él ese día. Micrófono en mano y con un manojo de notas bajo el brazo, dió inicio a una charla magistral sobre el conservacionismo y habló también de sus amores con el cerro Platillón. Era un perito en lo suyo, pero eso no pareció bastar: los adolescentes no prestaban atención al más mínimo verbo o predicado del discurso. Apenas comenzó a hablar, el "Lunes Cívico" dejó escapar por alguna rendija lo de "Cívico". Los muchachos reían, se empujaban, bostezaban y hasta se burlaban de los ademanes del conferencista. Y los que intentaba oír (una minoría aplicada y silenciosa) no podían hacerlo a causa del barullo. Nadie pudo enterarse de si, efectivamente, el cerro Platillón estaba o no ubicado al norte del Guárico o al oeste de San Juan de los Morros. Fue un momento muy desagradable porque nadie hizo nada por remediar esta situación. A un hombre de este calibre había que oírsele o, al menos, respetársele. Porfirio Melo, notando que su auditorio hacía cualquier cosa menos prestarle atención, montó en cólera y comenzó a reconvenir a los rebeldes de azul. "¡Esos que no oyen son vuestros enemigos!", exclamó a voz en cuello esa húmeda mañana de mayo. "¡Enemigos del ambiente y de la Patria!". Yo sentía indignación y pena ajena. Recuerdo que a mis espaldas varios profesionales de la docencia, sin darse por enterados de la situación, parloteaban animadamente acerca de cosméticos y de la asonada militar encabezada tres meses antes por el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, actual presidente de la República. "Si a estos docentes no les interesa el tema, ¿qué se puede esperar del alumnado?", razonaba yo, invadido por una mezcla de malestar y fastidio. Finalmente, tras agitarse, gritar, gesticular y señalar a todos con dedo indignado, Porfirio Melo dió por concluida su intervención con una expresión en el rostro de "he arado en el mar". Y es que si Bolivar es el "Padre de la Patria", también es el Padre de todos los que en este país Aran en la Mar, y esto es algo que se les olvida a nuestros actuales ideólogos. Quizá exagero pero ese día me pareció oír algo así como el crujir de un quiebre moral. Pero no de la moral puritana de una Inglaterra Victoriana sino aquella moral que hace posible la convivencia ciudadana y que es la savia y la raíz de una nación. Algo andaba mal en la familia, en la sociedad, en las instituciones o en nuestro propio corazón. Y mas temprano que tarde cosecharíamos los frutos de tal quiebre moral.Han transcurrido quince años desde aquel día. Porfirio Melo ya no está en medio nuestro. ¿Qué habrá sido de aquellos revoltosos adolescentes y qué de sus maestros? ¿Donde fue a parar el manojo de notas del discurso de Porfirio Melo? Cuando observamos como el medio ambiente se va degradando a la condición de un orate vestido de harapos malolientes, la imagen y el verbo de un Porfirio Melo se hacen infinitos en las mentes y en los corazones de quienes le conocieron.
¿O no?

*Bibliotecario de Biblioteca Pública Central Rómulo Gallegos de San Juan de los Morros.

El Motor de aire desafía la segunda Ley de la Termodinámica. Invento de un guariqueño.