lunes, 14 de julio de 2008

JOSÉ RUBÉN Y SU CIUDAD


César Pérez*


Tu boca de roja tierra donde un beso es el fruto.
Niña.


Jeroh Juan Montilla
Humano de Manchas.



No sé cómo logra parecer desinteresada ante la muerte de su más eximio poeta. Pero la ciudad avanza en su dinámica. Y él ya no estará más. Él, quien, digámoslo de una vez, bebió de las entrañas más profundas de esa ciudad.
De familia fundadora, creció en una de las casas del casco central de San Juan de los Morros. Impulsó, junto a un nutrido y grupo de creadores locales, la activación cultural y política de los años setenta, con la fuerza irreverente que entonces encendía la cultura y los púlpitos en el mundo entero. Conocía muy bien los socráticos, el budismo, el esoterismo, los mitos precolombinos. Cultivó y ganó premios en poesía; investigó en teatro, pintura y hasta modelado en arcilla. Allí, se detenía en la conformación de excelentes figurillas y petroglifos precolombinos. Estas figuras eran también tema de su pintura, en un rico diálogo entre géneros.
Bebió de las obligadas fuentes clásicas. Y practicó un catolicismo acérrimo, no exento de agudas imprecaciones. Desentrañó, defendió el derecho civil y leyó el amor en las más supremas fuentes de la delicadeza. Delicadeza de emociones, elegancia en la expresión sincera de las ideas y contundencia de principios. Profundamente afectivo, sabio de los afectos, hizo una escuela de las relaciones y el relacionarse, dominio que llegó a suplantar el terreno de la obra artística.
Ya no está entre nosotros y todos parecieran disimularlo. Lo que no podrán negar sus coterráneos es su enorme peso en la vida de San Juan. Pocos como él acrecentaron una cultura llanera realmente cultivada. José Rubén fue un genio nacional de su generación en estas tierras que pocas veces abandonó y la cual terminaría por ahogar su irreverencia inaudita y finalmente dislocada, al interrumpir su obra creadora e intentar sustituirla por una despiadada guerra maldita y cuerpo-a-cuerpo con los molinos de viento.
Sin embargo, malamente estas líneas podrían ser un reproche o una fría crítica a un ser maravilloso y lleno de sabios acertijos. No. Más bien una constancia de su potentísimo don de gente, su agudeza para enfrentar la mediocridad humana y desbordante amor por la cultura de su terruño, desde una muy inusual mirada universal y tal vez nada folk. Un orgullo de nuestra tierra y nuestra cultura, quien además sabía tender una buena mano amiga en el momento necesario, para poder seguir.
Lleno de aristas, sí, complejo y lejano como todo bueno, pero quien nunca me engañó con su disfraz de sarcasmo e ironía. José: te vencieron unos molinos imaginarios, pero lo que quizás no sepan muchos de tus ganados adversarios es que pervivirás en la galería de grandes para siempre, más allá de sus inmediatas mezquindades. Nuestra tierra todavía no se reconoce y no encuentra un espacio digno para sus poetas.
José Rubén Mota tenía su versión de un mito fundacional de la ciudad muy especial e inédito, según el cual, cuando los españoles hacían ciudad al pié del imponente cementerio de sagrado monumento de piedra (Los Morros), los aborígenes de la zona socavaron, como maldición eterna, la concreción de la ciudad, su desarrollo. Decía, también Rubén esquivo de pronunciamientos ya finalmente, que San Juan Bautista, su Santo Patrono, era portador de una ley atrasada, anterior a la de Jesucristo. Denso discurrir con un erudito del arte venezolano del siglo XX, irreverente y como recortado de la deprimida realidad local, quien desarrolló un personaje de amplio espectro. Para él San Juan de los Morros era el filme -construido continuamente- de su hermosa y entera entrega a la ciudad. Con un idioma que encontraba igual a legos como a iniciados.
Valga la muestra de esta exposición para iniciar una investigación sobre el trabajo, sobre su obra.

*Licenciado en Artes

El Motor de aire desafía la segunda Ley de la Termodinámica. Invento de un guariqueño.