Daniel R Scott*
A José Carrero Mejías
"El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo" (Gabriel García Márquez)
Sucedió en el año escolar 1982/1983, en el siempre recordado y querido liceo "Juan Germán Roscio". La nueva década prometía al de alma desprevenida ser blanca e inmaculada, libre de conflictos, preocupaciones y dolor. Nadie sospechaba la cercanía de cosas tales como "el viernes negro" o "el caracazo". En el horizonte o en el porvenir del país casi nadie veía tales nubarrones. En las aulas, repletas de confiada juventud, resonaban las lecciones de francés, psicología, castellano y otras materias más que mirábamos con aburrimiento sano y juvenil. Yo, con el oído sordo a lo que se decía o explicaba, miraba distraído a través del cristal de los viejos ventanales el verde intenso de lo flora y el amarillo radiante de la flor de araguaney. Horas antes, a eso de la 1:00 de la tarde, salí impecablemente uniformado de la casa, me detuve en el "Restaurant Apure" para tomar dos cervezas (Bs 2,50) y continuar mi camino hasta el liceo, paseando por aulas y pasillos un mal disimulado aliento a alcohol digerido. Mis compañeros de clases me veían como una especie de bohemio afortunado que había logrado establecerme en algún punto cardinal del paraíso, muy lejos del omnipotente ojo escrutador de la autoridad paterna.Una tarde de ¿octubre o noviembre? (observaba absorto la flor de araguaney) irrumpió dentro del salón de clases con un movimiento rectilíneo uniforme de genuina erudición el profesor José Carrero Mejías (el de las clases de Latín y de los poemas indescifrables como jeroglíficos egipcios) con una portentosa noticia. Esa tarde no se le ocurrió disertar acerca de las crípticas declinaciones de su lengua muerta; otra cosa de mayor relevancia captaba y seducía su atención. Se traía entre manos una información tal que le urgía comunicarla al primer año de Humanidades Sección C. "Porque ustedes son los humanistas" nos decía. Se trataba de la última hazaña lograda por el escritor colombiano Gabriel García Márquez: nada más y nada menos que el Premio Nobel de Literatura, por su obra maestra "Cien Años De Soledad". El hoy injustamente olvidado latinista consideraba un logro y un verdadero honor que premio tan prestigioso como el Nobel le hubiese tocado a un país hispanoamericano. Desde ese entonces me he leído la obra unas cuatro veces y confieso que su estilo me atrapó y me enredó en una invisible telaraña de sortilegios.
Hoy, cuando tengo en mis manos la flamante edición conmemorativa de la Real Academia de la Lengua (parece un libro de recetas para hechizar el entendimiento del lector incauto) ¿qué otra cosa se puede decir sin sonar mediocre y repetitivo? Otros lo dirian mejor que yo: "Una crónica exaltante y triste, una prosa sin desmayo, una imaginación liberadora" (Carlos Fuentes) "Al leer Cien Años de Soledad se vive de tal suerte, con el mismo asombro que sintieron los habitantes de Macondo al contemplar una llovizna de flores amarillas, la seducción y el hechizo invencible que suscita la literatura" (Claudio Guillén) Su estilo literario posee tal textura, encanto y personalidad, que es en sí mismo la verdadera trama y el protagonista único de la novela. Yo diría que Macondo y sus alucinantes personajes son una simple excusa o medio de los cuales se vale el autor para difundir y dar a conocer la magia milenaria y prehispánica de su pluma maestra. A la hora de describir y caracterizar situaciones y personajes, su lenguaje, según lo explica cierto autor cuyo nombre olvidé, posee "el don supremo de la poesía: el don de crear un mundo ilusorio, verdadero y total. Un mundo transparente y misterioso, con gentes y sus bestias particulares, con sus afueras y sus adentros, sus metales y sus peces recónditos, con su ley y su libertad".
Quizá el ya lejano profesor José Carrero Mejías (fallecido en 1998) se sentiría un poco defraudado aquel 1982 al ver la fría acogida que su "buena nueva" tuvo en su auditorio juvenil. ¿Que le vamos a hacer? A ciertas cosas se llega solo por la vía de los años y de la madurez adquirida a golpes. Él quería enseñarnos y nosotros no queríamos aprender nada. Hoy otra sería la historia. Yo quisiera poder decirle: "No te sientas triste; este discípulo tuyo leyó y seguirá leyendo la obra, en busca de nuevos secretos" 16 de Julio de 2008
*Bibliotecario y escritor.
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