jueves, 2 de abril de 2009

Oxigenando neuronas: Tucupido cincuentero

Degnis Romero*


a Simón(†) y Alída(♥)


El denominado “Granero del Guárico”, fundado en 1760 por el Fraile Anselmo Isidro Ardales con el prefijo “Santo Tomás de”, se ubica en la región nororiental de ese estado llanero que conforma el corazón de Venezuela. Llama mucho la atención, a manera de preámbulo, la lista de profesionales de la medicina, gremio altamente contestatario, que han sido gobernadores de dicho estado a lo largo de la historia. Por ello, no se explica la prevalencia de la “mengua” (no registrada en índices de mortalidad). ¡Ampáranos Señor!

Capital del municipio José Félix Ribas; nombrado así en honor al prócer independentista que murió decapitado en esa tierra de gracia, a manos del ejército realista, el 31 de enero de 1815. Puede que tal acontecimiento sangriento haya dado origen a la sombría “Leyenda del jinete sin cabeza”.

Luego de eso, y de que pasara mucha agua debajo del puente “El Caimán” del río Tamanaco “La despensa del llano”; nos ubicamos, valiéndonos del infaltable vehículo intertemporal, allá por los tempranos años cincuenta cuando comenzamos a ver la luz en este mundo. En ese interín, sólo había una vieja planta que suministraba el fluido eléctrico; siendo relevada, poco después, a la llegada de CADAFE.

La mayor parte de esa década, el país estuvo gobernado por el teniente coronel golpista Marcos Pérez Jiménez; luego de haber participado en las escaramuzas contra Medina el 45, Gallegos el 48, Delgado Chalbaud el 50 y de desconocer el triunfo de Villalba el 52. ¡Otra joyita!

La localidad había estado distribuida en dos sectores muchas veces antagónicos: “San Pablo” y “El Jalón”. No había explosión demográfica alguna, por tanto los límites se mantuvieron durante mucho tiempo dentro de una misma poligonal de 4 km. aproximadamente; integrada, a grosso modo, por los siguientes hitos: El Caño, Campo de Béisbol, Ramonote, Rivero, El Molino, El Baño’e Garrapaticida, La Matanza, El Mirador, La “Caja de Agua” en Plaza el Sol y El Cementerio (anexado, solamente, como destino último). Entre tales confines se albergaban las rutas que permitían sofocar la pasión callejera; identificadas, la mayoría, con adalides de la historia patria; vale decir: Bolívar, Páez, Guaicaipuro, Rivas, Miranda, Bermúdez, Madariaga, Monagas, Ayacucho, Salom, Roscio, Sucre (era donde se celebraban las fiestas de San Rafael, desde la esquina c/c Bolívar hasta “La Quinta” y donde se montaba la ‘empalizá’ que servia de manga de coleo), Ricaurte, Gabante, Centeno, San Pablo, Pariaguán, Libertad, Rehabilitación, Zaraza, Trincheras, etc. La Plaza Bolívar, por cierto, continúa flanqueada por la iglesia católica al este, iglesia evangélica al oeste, templo masónico al norte y estación de policía al sur.

Era un lugar tranquilo y apacible (no había aparecido la changa ni el reggaeton); donde el sosiego mañanero sólo era interrumpido por el cantar de los gallos, el trinar de los pájaros y el sonar de algún cuerno; que indicaba la llegada del prematuro sábado para un cochino y que había un caldero repleto con fritura de chicharrón. Por las noches, al tratar de conciliar el sueño reparador, el silencio sólo era rasgado por el cantar de algún grillo, de alguna rana en el tambor del agua o de algún borrachito impertinente y procaz regresando de sus correrías por “El Guatacaro”; que era el recinto de moda donde se daban sus ‘candelazos’ y donde se practicaba el oficio más antiguo del mundo.

El pueblo exhibía un paisaje bucólico y contaba con unas cinco mil almas que conformaban una amalgama de mestizaje emancipado. Se podía percibir, a la sazón, cierto progreso ya que estaban en proceso de extinción: Curanderos que ‘alentaban’ a lugareños con oraciones, yerbateros con sus pócimas, parteras, y dentistas empíricos que sacaban las muelas aplicando un líquido que las hacía aflojarse; se decía de un individuo que se cepilló con dicho fluido, pensando que también servía para la higiene bucal, resultando que se le cayeran todos los dientes. Se le ganaba la batalla al chipo, causante del mal de chagas, gracias al sabio santamarieño Doctor José Francisco Torrealba; quién, además, luchaba contra otras endemias rurales. Se comenzó a erradicar la tuberculosis (había más de un tísico), dengue, niguas, salpullido, garrapatas, lombrices, culebrilla, pulgas, piojos, orzuelos, uñeros, flatulencias, pestes (hasta el piojillo de las gallinas), mal de ojo, sarna y otras plagas apocalípticas (las enfermeras esgrimían ampolletas a diestra y siniestra). Les tocaba el turno a las tusas y a las insalubres letrinas “El escusao” (algunos chamos cayeron en ellas). Ya no se veía pasar los arreos de burros cargando mercadería desde y hacia otras latitudes, ni a enfermos o (con)finados siendo transportados en chinchorro hacia el dispensario más cercano o hasta la última ‘parada’. Relataban de un fulano flojazo para cocinar que, mientras era trasladado ‘muerto‘e la jambre’, un vecino condolido le ofreció unos frijoles. El tipo preguntó si estaban cocidos y al escuchar un no! como respuesta, ordenó molesto: “¡Que siga el entierro!”.

Por otra parte, quedaban pocas botijas ‘enterrás’ y escasa gente con morocotas; pero relucían los dientes de oro. El peso ya no era moneda de curso legal; en su lugar, circulaban resplandecientes monedas de plata, como la de 25 céntimos (medio o mariquita), comúnmente pegada en las tarjetas de invitación a los bautizos; o la altamente codiciada de 5 bolívares (fuerte o cachete), cuya posesión te hacia sentir dueño de medio mundo. Prevalecían unidades de medida castellanas, algunas ambiguas y ya en desuso como: Legua (~3 millas; “el camino que se anda en una hora a pie o a caballo”. ¿Qué tal?), Vara (33 pulgadas; “meterse en camisa de once…”; “con la que midas…”), Fanega (55,5 litros), Almud (27,75 litros), Quintal (100 libras), Arroba (25 libras), Cuartilla (6,25 libras), Cuarta y Geme, etc.

Entre los valores y atributos persistía un gentilicio pueblerino acogedor, matizado por una idiosincrasia jovial y dicharachera; una capacidad humorística enraizada con intensidad y una muy irreverente chispa original campesina. Prueba de ello es este ejemplo de la poesía inspirada de Modesto Nieves, parado frente a un rosal florido, en horas del mediodía, recitando en tono ecléctico:

No te cojo rosa ahorita

porque no me da la gana

porque las rosas se cogen

de noche y por la mañana (sic)

Evidentemente, algo así era más sencillo, digerible, asequible e hilarante que este serventesio de Rubén Darío:

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana,

en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana

Ya había llegado la compañía petrolera “Venezuela Atlantic Refining Company”, lo que representó una transición notable del modus vivendis en los estratos relacionados directa, indirectamente o por añadidura con sus actividades. Se construyó la actual urbanización “Talon”, que albergaba una serie de servicios jamás vistos por esos lados. Se veía grama por doquier; urbanismo y paisajismo propios de un suburbio en Dallas, Tx. Casas cómodamente configuradas al mejor estilo yankee, excepto que no eran de madera; sin cercas ni muros divisorios (mayormente de cayena y otros arbustos finamente podados). Casa club con piscinas, sala de reuniones, vestuarios, sala de fiesta (y de cine), bowling de 2 líneas (mecanismo manual), fuente de soda, sala de billar, bar-comedor, etc.; edificio de huéspedes (hotel pues); clínica de avanzada; comisare con todos los corotos. Qué maravilla! Sin contar las instalaciones (casas rodantes, etc.) cercanas a pozos y demás operaciones. Encima de eso, se escuchaba a más de un indio decir guasamárayu, guajápen, guachimán, jaguaryú, guayascáo, foquifóqui, laguara, morfor, etc.

También había llegado la industria automotriz y mucha gente andaba en carro, a pesar de que los accesos eran a través de carreteras de granzón. Esto requería de una especial habilidad y pericia al volante para el tránsito; especialmente durante el invierno; debido a que por causa de las patinadas y coleadas que se producían se corría el riesgo de aterrizar en una cuneta, en la pata de un cují o en un parabrisas ajeno. Además, se oía decir en jerga: “A esa le roncan los motores”, “Ese bota la segunda”, “Zutano se deja medí el aceite”, “Dale chola”. Un acontecimiento trascendente y de inusual algarabía se presentó cuando fue observado, en medio de una gran polvareda, el paso de una competencia nacional de autos de carrera. Tiempo después y luego de muchas peripecias, llegó el asfalto a las vías principales.

En relación a las tradiciones, hay referencias ricas y abundantes que variaban de acuerdo a la época del año y que se fundamentaban, principalmente, en el arraigo cultural exquisito de los pobladores en diferentes facetas artísticas; con énfasis en lo musical como facilitador del bochinche. Se recurre, a modo de pauta, a la guía cronológica que obsequia la canción de alguien que por esos días estaba incipiente con su orquesta: Billo Frómeta y “La flor del trabajo” (sin sugerir apología del delito); comenzando, con lo grueso del asunto, por los carnavales con sus desfiles y comparsas (a que no me conoces!); semana santa con las habituales procesiones y las excursiones a los charcos aledaños (pozo, río, represa, etc.); los velorios de cruz de mayo con los cantos, los juegos de penitencia y los sabrosos condumios que incluían alfeñique, pan de horno, pavo relleno, buñuelo, templón, catalina (qk) rellena y dale que son tamales, además de chicha, carato y otros menjurjes; los escapes, durante vacaciones escolares, a la playa o a caseríos circunvecinos como: Cují Negro, Cerro Grande, San Rafael de Laya (El Ciento 33), y otros montes o rastrojos; las fiestas de octubre en honor a San Rafael Arcángel (el 21 de diciembre le correspondía al patrono Santo Tomás Apóstol; pero, por razones obvias, en esas fechas se celebraba a su jefe); para llegar extenuados a las festividades decembrinas y cerrar el año con broche de hallaca y mirra: Parrandones navideños, misas de aguinaldo con las gustosas arepitas fritas y pare de contar. Todo ello sin tomar en consideración el menudeo, es decir, las innumerables ocasiones que servían para el sano disfrute de las abnegadas almas fiesteras, tales como: terneras (con vegueros de arpa, cuatro, maraca y buche), coleaderas (cacho en la manga!), veladas, ensetes, retretas, serenatas, norias itinerantes (llegó la ruedaaa!!!); funciones nocturnas (matinée y vespertina los fines de semana) en los cines Rivas y América (este último sirvió de escenario, en 1948, para la presentación apoteósica de Pedro Infante, cuando estaba en su apogeo la música mexicana y su cine en black & white); los bailes de golpe tramao en medio de una gran nube de polvo (zapateando, resoplando y sudando copiosamente. ¡Juye monte!) y un larguísimo etcétera en el cuál adjuntamos, a manera de colofón, las n+1 vueltas pateadas alrededor de la adornada (♀), amena y frondosamente bella Plaza Bolívar.

Otro elemento tradicional nutrido, era el repertorio de juegos que servían de entretenimiento a los que el papá de Mafalda (la de Quino) llamaba “pibes de ayer”: Metras (con hoyito y todo), Trompo (picar troya), Caída, 31, Tute, Carga la burra, Roba pilón, Trompito (Meta, Saque, Deje, Todo), Pared (con cromos y barajitas de álbumes), Perinola, Papagayo, Ludo, Yoyo (con pata’e gallina), Gurrufio, Zorros y Gallinas, Palito mantequillero, Latas de sardina amarradas con guaral (a modo de carrito), Chapita, Calcomanías Tatu, Dama china, Cuarenta matas, suplementos, cuentos o tiras cómicas (la “Bande Dessinée” de los franceses) y otro holgado etcétera. Tiempo después esos mismos chavales aprendieron a jugar dominó, ajilei, bolas criollas, ruleta, gallos, dupleta, remate, 5 y 6, truco, dados, rojo, etcétera; agregando escapes etílico-ludópatas y jugando “El escondío” (pero de la mujé!). En lo concerniente al refranero y decires populares (algunos no se escuchaban en otras regiones del país), la retahíla rezaba: “¿Quiubo vale?”, “Anda a moniá un corozo”, “Zape gato, ñaragato”, “Límpiate el c. con guaritoto”, “Tienes la troja baja”, “Toy como una pepa”, “No seas basto”, “Estar: Emperifollao, Aventao, Empatucao, Espelucao, Enjorquetao, Embojotao, Esgañotao, Ruchao, Emparamao, Encalamocao, Esmachetao, Aserenao, Barajustao, Empantuflao, Amansao, Amolao, Atascao, Asustao, Purgao, Apechugao, Amorochao, Atarantao, Alzao, Palotiao, Apersogao, Arrebiatao, Atarrillao, Encuerao, Babiao, Apaliao y el resto de ‘aos’ grotescos, Tupío, Molío, Pulío, Jitico, Palo abajo, Hasta los tequeteques, Del timbo al tambo”, "Perencejo sí tiene bolas”, “Qué guarandinga es esa?”, “Cuándo vamos p’al ñemeo?”, “Barajo el tiro”, “Deja la guachafita”, “Mija, ese tipo es un buen tercio”, “Ya empezó a loquiá”, “Ya empezó cristo a padecé”, “Perro viejo late’chao”, “Comai, cómo sigu’el tripón?”, “No entendí un cipote”, “Táita”, “Naiden”, “A bicho bien: Soquete, Lambucio, Maneto, Cerrero, Cachilapo, Mariposo, Espabilao, Macilento, Mañoso, Avispao, Chanchullero, Latoso, Guate, Muérgano, Pataruco, Pendejo, Zángano, Faramallero, Plebe”, “Dígale a su mamá que le de un poquito de tente allá", “Dar un(a): Pescozón, Ramalazo, Ñereñere, Ñapa, Ñinguita, Chorrera, Tatequieto, Mamonazo, Soponcio, Trompá, Lavativa, Garrotazo, Guamazo, Astazo, Pela, Verazo y los demás ‘azos’ indecibles”, “Jaiga”, “Vamo’a dale julepe”, “Jedentina”, “Pásame el(la): Pocillo, Bacinilla, Taturo, Pereto, Garabato, Ponchera, Liniero”, “Te jartates mi guarapo”, “Nojile”, y un montonón más donde se insertan los innombrables vulgares, groseros, escatológicos, chabacanos, ‘tierrúos’; y los que agregaban palabras del gracioso tesauro anatómico tales como: Cuadríl, Güelgüero, Mochilas, Tripa, Maruto, Jarrete, Sobaco, Verija; sin llegar a ‘indignas partes’. Existía gran diversidad en cuanto a la propuesta culinaria y los hábitos gastronómicos, a la hora de ‘los tres platos’, en aquellas mesas vestidas con manteles de hule. Se usaba la ‘mano’e pilón’ para machacar el maíz con el que se preparaban las arepas (eran puestas en un azafate), que luego eran montadas en budare sobre un fogón de leña y tres topias. La dieta diaria contenía arepa, casabe, pan de trigo, variedad en carnes de animales domésticos o de cacería, preparada en modalidades de amplio espectro (horneada, asada, en vara, a la parrilla, salpresa, en pisillo, mechada, frita, etc.), pescado, quesos, plátano o topocho, ‘granos’ o semillas de leguminosas (frijol, caraota, etc.), cereales (maíz, arroz, etc.), verduras o ‘vituallas’ (tubérculos, hortalizas, etc.) y demás yerbas aromáticas para sancochos, guisados y hervidos de ‘patarucas’ y otros especimenes. Mención aparte para la cachapa con queso’e mano, suero y el ‘palo a pique’.

Adicionalmente, era larga la lista de chucherías que hacían las delicias de tirios y troyanos: Bizcochuelos, Conservas, Melcocha, Majarete, Posicle, Coquitos, Suspiros, Gofio, Frunas, Chogüi, Caramelos (Sorpresa, Chocomenta, de coco, de muñequitos, Sacamuela, etc.), Bienmesabe, Ping-Pong, Leche condensada (la latita), Gomitas, Refrescos (Bidú, Pepsicola, Frescolita, Grapette (la botellita), Helados Club (Morochos, Crema real, etc.), Green Spot (la bocona), Orange Crush, Fanta, etc.), Torrejas, Paspalitos, Galletas de soda (la latota), Tabaquitos y Monedas de chocolate, Toddy, Cuàquer, Chiclets (Miniatura, Bolibomba, Papaúpa), Raspaos, los exóticos y abrillantados dulces que traían los reyes magos, arroz con coco o leche, dulces de frutas, jaleas, topocho pasao, flan, quesillo, tortas y déle que son pasteles.

En cuanto a la moda, el caqui era la ‘pinta’ por antonomasia; tanto para el diario como para fines escolares y la brega, incluyendo a la policía. También se confeccionaban prendas de Dacrón, Tafetan, Algodón, Muselina, Liencillo, Popelina, Lana, Lino, Terciopelo y Raso (como el soldadito). Las alpargatas y el sombrero‘e cogollo dominaban la escena; se usaban ‘peloeguama’ checoslovacos, liquiliqui, camisas y guardacamisas, guayaberas y pantalones ‘brincacharcos’; a algunos les tocaban las ‘chivas’ y otros andaban con la ‘pata pelá’. El Bikini había nacido, pero nada que ver; las féminas de vanguardia, acicateadas por revistas y figurines, usaban los camisones y las faldas cuesta abajo’e la rodilla, por lo tanto ver un picón pertenecía al campo de los procesos estocásticos, azarosos o de año por la cuaresma. También se veían estampados, faralaos, fustanes, muchas cotas (pero pocos escotes), etc. En fin, se dejaba mucho a la imaginación. Agregamos una breve reseña relacionada con las infraestructuras que conformaban las sedes principales de la actividad educativa, a saber: Los Grupos Escolares “Narciso López Camacho” (Médico) y “Félix Antonio Saa” (Educador); el Liceo “Víctor Manuel Ovalles” (Farmacéutico) que se ubicaba frente a la Plaza Bolívar y el “María Inmaculada”, colegio de monjas, con su cocina de inconfundible aroma.

En resumen, todo lo anterior significaba que la felicidad tenía algo más que sutil vigencia en la gente, y que los ayudaba a soportar con estoicismo las vicisitudes que les tocaba atravesar en su duro y humilde trajinar; en la búsqueda permanente de un futuro promisorio. Es por ello que traemos a colación la siguiente cita de Lucio Séneca: “Es feliz, por tanto, el que tiene un juicio recto; es feliz el que está contento con las circunstancias presentes, sean las que quieran, y es amigo de lo que tiene; es feliz aquel para quien la razón es quien da valor a todas las cosas de su vida.”. Ojala que “las que quieran” no tenga nada que ver con apagones, cortes de agua, inseguridad, vandalismo, etc.; y que si “es amigo de lo que tiene” no sea víctima de “amigos de lo ajeno”, malamañosos, encantadores de serpiente, etc. ¡Pare de sufrir! Del querido terruño permanecen latentes en la memoria imágenes de tan lejano tiempo; en particular la astronómica, manifestada en la curiosa observación del universo (esa entelequia infinita) y sus radiaciones cósmicas en las noches de cielo despejado; reflexionando acerca de dilemas existenciales (sintiéndose como gusano) y emulando al personaje del “Grabado Flammarion”. Al concluir tales trances de honda meditación, creyendo ser iluminado de los dioses (como algunos políticos demagogos de nuevo cuño) y haber hallado el lugar en el que el Cielo y la Tierra se encuentran, se oía, persistentemente, una voz interior repitiendo burlona: “¿Ah sííí? ¡Yo te aviso, chirulí!”. ‘Abájense’ de esa nube ‘cuños’ y ‘ajilen’ del codo al caño y más allá.

Cerrando este capítulo de lisonjera remembranza (hasta aquí nos trajo el río), se manifiesta singular apego por la gente (la de mayor popularidad merece crónica especial) y por las buenas costumbres del llano tucupidense. Especial estima por los fajaos “de a caballo”, los “de armas tomar”, los copleros ‘relancinos’ con su innata capacidad para el canto improvisado, y por quienes cultivan la creatividad poética del calaboceño Lazo Martí, el mismo de la “Silva Criolla”:

Has llegado mortal! Mira callado

lo que llaman los hombres maravilla!

adora este coloso encadenado

que viene a suspirar sobre la orilla!

En contraste, ha tocado mantener, con tesón y esmero, desenfrenada lucha contra estorbosas limitaciones del intelecto; así como, permanente búsqueda de la musa extraviada que permitiera, como dice “La barca de oro” de Alejandro Vargas: “cantarle a la tierra que me vio nacer”.

Así y todo, se garrapatea esto con algo de audacia:

Ver a Tucupido la pasión desborda

oler su dulce brisa que besa la cara

beber la calma que su suelo adorna

vibrar del alma cuando el sol aclara.

Pasear su calor de intensa fragancia

estrechar destellos con luces de vida

florecer de afectos de lejana infancia

brotar del aprecio por la gente amiga.

En caso de que, paradójicamente, el dodecasílabo guste algo; entonces favor avisar para llenarse de entusiasmo y echarle cacumen, agitar las agarrotadas fibras nerviosas del hemisferio derecho de la ‘mollera’ y tratar de aplicar algo de sensibilidad extereoceptiva, de algún lado saldrá, para completar los versos de una canción. Luego nos pondremos en contacto con Isao Tomita, para que se luzca poniéndole música acompañada de Fender Electronic Piano, Mellotron, Moog Synthesizer, Roland Phase Shifter, Cítara con Barcus-Berry contact MIC transducer; y utilizando la técnica de melodía de timbres ‘Klangfarbenmelodie’. ¡Majná!

Se hacen cincuenta y siete (57) ejemplares, de un solo tenor y a un mismo efecto. Dado, sellado y firmado, de este lado del páramo, a idénticas primaveras, el veintisiete (27) de Octubre del año de gracia de dos mil ocho (2008).


*Ingeniero, administrador del Blog: Degnis ft. Victoria Secret (http://degnis.blogspot.com/)

Imagen tomada de http://www.flickr.com/photos/7665168@N04/665023936

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tucupido...la despensa del llano...tremendo

AJHC dijo...

Antonio José Hernández Cabeza, la Historia de los hombres del llano adentro que forjaron nuestra tierra, hombre a caballo cabarga sin pausa por sus llanos sin fronteras con la frente marchita y lágrimas del recuerdo, desposeído de sus tierras por voluntad de la misma naturaleza que le ha dejado sin herencia a sus hijos por culpa de una traicionera y cobarde amistad.

El Motor de aire desafía la segunda Ley de la Termodinámica. Invento de un guariqueño.