jueves, 19 de abril de 2018

CALABOZO EN LA RUTA DE LAS CASAS MUERTAS


Ubaldo Ruiz


    Uno de los rasgos que más ha definido el carácter de los venezolanos, considerados en su conjunto social, desde su cristalización como pueblo en la época de la dominación hispana, y que mantiene invicta su vigencia en esta segunda década del siglo XXI, ha sido aquel que ha tendido a desdeñar las obras construidas por nuestros ascendientes.
    No importa si se trata de instituciones, o de infraestructuras materiales, el afán ha sido edificar sobre ruinas. Ruinas inducidas, provocadas, ocasionadas. Se sospecha que la Historia no es pertinencia sino obsolescencia, que en vez de génesis armónica y fuente de comprensión, lo viejo es antagónico de lo nuevo, estorbo del progreso. Esta actitud ha marchado triunfalmente a pesar (o quizás debido a eso) de la persistencia de un discurso oficial que ha reducido la Historia a un continuado y abyecto culto al héroe, conceptuado como caudillo militarista.
    Por esa vía hemos visto plasmarse sobre la misma página nacional cinco repúblicas, más de veinte constituciones, y una larga sucesión de nombres oficiales del país, de circunscripciones y divisiones político- territoriales, de denominaciones de ámbitos y parajes públicos. Un país convertido en cuartilla borroneada y vuelta a escribir mil veces, en grotesco palimpsesto, en insólita yuxtaposición de cementerios de instituciones.
    Por esa misma vía hemos sido testigos de la desaparición de los más grandes conjuntos arquitectónicos construidos en otros siglos en las principales ciudades históricas de Venezuela. Las casas tradicionales fueron sucumbiendo sistemáticamente, algunas asesinadas impunemente por la pérfida asociación entre lucro y Estado, en las ciudades beneficiadas por la industria y el comercio. En las poblaciones menos afortunadas las dejaron morir la desidia y la ineptitud oficiales.
    Calabozo y Ortiz han compartido muchas cosas a través del tiempo de sus existencias, pues están ubicadas en la misma ruta de los llanos altos, del comercio ganadero y de las montoneras, en la misma carretera troncal. Compartieron la capitalidad del Estado Guárico, así como muchos personajes que realizaron actos destacados en ambas poblaciones. Y han compartido la tragedia de ver morir sus casas históricas. Están en la misma ruta de las casas muertas.
    El caudillo español José Tomás Boves trajinó muchas veces estas rutas, como comerciante de caballos y como jefe de tropas, pero estableció residencia y tienda en Calabozo. La tradición ubica el inmueble en la calle que quizás él oyó mencionar con el nombre “de El Calvario”, pero que después se ha llamado sucesivamente “de Colón”, “Crespo”, y hoy se conoce como calle “cuatro”. Lo que queda de la vieja edificación ha perdido una tapia, demolida hace poco tiempo por orden de un organismo oficial, pese a las denuncias de la comunidad, de instituciones y de personalidades.
    Parafraseando al poeta Andrés Eloy Blanco, podríamos asegurar que hoy en Calabozo “agoniza la tradición”, pues lo que ocurre con la tapia de Boves hace juego con el derrumbe de las tapias de la casa “Juana María”, habitada por el General Páez, y con el estado ruinoso de las casas  ocupadas por el escritor Daniel Mendoza, y de muchas otras edificaciones similares. Quisieron las circunstancias que Calabozo llegara a contar con el casco histórico más extenso del país, pero quien visite hoy esa zona de valor histórico difícilmente podrá evitar horrorizarse ante el espectáculo de sus casas moribundas, y quizás se sienta impulsado a decir con el bardo cumanés “malaya la mano avara” que asesina la Historia en Calabozo.

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