Palabras de Adolfo Rodríguez
Ante
El 28 de febrero del 2009
Hablar de Enrique Olivo, Manuel Aquino y Félix Manuel Belisario es decir de la condición de cronista en el más exigente grado de esa profesión. Los tres por rumbos distintos, atmósferas distintas, actuaciones distintas, cumplieron a satisfacción este ejercicio de preservar la memoria del espacio natal. Los tres con una formación cultural diferente, temperamentos disímiles, destinos paralelos, aunque participes de una época boyante para el desempeño de su vocación.
Olivo fue abogado y juez, pero temperamentalmente cronista, por esa razón de identidad que impone el lugar de origen, residencia o consubstanciación con una pátina y un humus, que nos acorrala como en una placenta.
Con discreta bonhomía, Olivo toma nota de ese entorno, con más devoción que ciencia, con más desazón que profesionalismo. Y cada hora o lugar va trasmutándose como materia de esa angustia por la ciudad que va dejando de ser y no termina de llegar. Su calendario de fechas históricas fue como un modo de retrasar ese desgaste de la cotidianidad desprendiéndose ante los ojos como un almanaque. Fue su exasperación ante una fatalidad que arrebata afectos, rostros, hábitos, estampas, hasta que uno mismo se hace pasto de esa amarillez de los infolios. No en balde lo veíamos proceloso como refugiándose en las iglesias, los últimos testimonios de una memoria que nos abandona como en un viaje.
Manuel Aquino fue como un foetazo cuyo máximo gozo estuvo en dar el dato preciso acerca de su mundo y los que motivaron su incesante vigilia. Un sentido de exactitud que le marcaba el rostro.
Hizo justicia a cuantos a todos los nombres, todas las fechas, todos los sitios que siguen asaltándonos con su inquietante presencia en El Sombrero. Una temeridad que estuvo atenta al mínimo rumor que le diera cuenta de una realidad que finalmente dio con su vida.
Vocación, pero también deuda con los apellidos, entre otros esa ramazón de Marrero y Aquino, que se apersonan como pivotes fundacionales en El Calvario y echan a andar a todos los vientos sus miradas inquisidoras y contables, para advertir reses, esclavitudes, enemistades, amoríos, descendencias, que se prolongan en la sangre de este tornado que fue quizá el más completo de los cronistas de la historia regional.
Félix Manuel fue el autodidacta empedernido, pero también el único poeta de los tres y quizá el único encendido por una energía demasiado límpida y despejada como para tener mas amigos que libros, más anécdotas que crónicas. Su casa fue albergue, aula, foro y radiante alero. Parapara dejo de ser recodo al margen del camino, para convertirse en referencia nacional y no me harto en pregonar que FMB, secundado por OB, quienes hicieron posible ese milagro guariqueño de los encuentros de historiadores y cronistas por todos los caminos de nuestra polvosa entidad.
Llanero como Aquino, pero llanero de la leyenda, mientras Aquino lo es de la tierra tallada por el dato incontrovertible, casi cerrado a la imaginación. Hay una etapa de la vida de FMB que se hunde en escenarios donde discurre su atrabiliaria juventud en trashumancia que lo perfila de lejanía y octosílabos a los que regresa como si con los que hizo hubiese sido suficiente para conjurar quien sabe qué espantos.
Mientras la llanería de Aquino va forjándose a la sombra de algún rigor de gamonales, cumplimiento de normas y severos mandatos. La llanería de FMB es la del tarambana que pintó Gallegos y que no cesa en deambular por disímiles rumbos y que retorna a Parapara con toda esa nubosidad de tierra adentro.
Siendo Olivo caballero de la ciudad extinta que aquí estuvo y donde hay gasas entretejiendo otras formas de fantasías. Ese romanticismo de la niebla que EO parece haber sorbido de sus aficiones europeizantes y que lo obliga a su vez a cierta prestancia y distinción, que sólo por compasión se aviene con lo marginal. Cronista de un tiempo rezagado que Juan Vicente Gómez hizo suyo para atenuar su otoño y que se desparrama apacible a la vera de esa gracia mítica en forma de castillejos que tantas querencias suscita.
FELIX MANUEL BELISARIO
(Una nota que no leí y que publiqué años ha, acerca de Belisario, estando en vida)
Adolfo Rodríguez.
Félix Manuel Belisario es uno de esos llaneros que no se presentan a sí mismo y que, por lo tanto, siempre corren el riesgo de que lo confundan. Nació en Parapara hacia 1928, pero tiene esa lozanía que otorga la condición de hombre gentil y de poeta. Ha publicado los poemarios: <> (1957) y El errante>: Corrido y mensaje del camino>> (1968), uno de cuyos textos fue seleccionado por el doctor Antonio Arellano Moreno, ex embajador venezolano en Chile, para una antología poética sobre el General José Antonio Páez, editada por el Congreso Nacional. Félix Manuel también es cuentista y lo que salta de la lectura de sus narraciones y versos es la autenticidad de quien vive lo que ha escrito o escribe lo que ha vivido. Reside actualmente en Parapara donde es un curioso factotum de una gestión cultural que como toda buena gestión es suficientemente local para ser universal. Por eso ha sido capaz, Félix Manuel, de convertirse en eje de una inquietud por las cosas del espíritu entre casas desvencijadas, historia de aparecidos y conflictos entre el medio rural y el urbano, llamando la atención de personalidades de todo el país, que desde todos los confines van hasta él en solicitud de esa paz que da su don de gente. Salud!!.
*Historiador
2 comentarios:
Guárico da poetas y escritores tremendos. Lástima que no son reconocidos a nivel nacional como debieran serlo.
Por cierto, quisiera saber mpas acerca de la cuentística de ese insigne parapareño.
Felix Manuel Belisario ... Mi abuelo.
Publicar un comentario