Se sabe que Pedro Manuel Escobar Irazábal casó con doña Obdulia Gutiérrez, teniendo como hijos, entre otros, a Pedro Manuel Escobar Gutiérrez, Benito Escobar Gutiérrez, Ricardo Escobar Gutiérrez y a María Francisca. Don Ricardo Escobar Gutiérrez, muerto en 1904, tío de Pedro Manuel Escobar Ramírez, fue amigo y contertulio del doctor Víctor Manuel Ovalles Carlomán y del presbítero Juan Santiago Guásco, a quienes contaba historias y anécdotas de Valle de la Pascua, donde había nacido en 1828. En la casa familiar se celebraban tenidas literarias a las cuales asistían, además de Ovalles quien era el principal animador; Aarón Benchetrit, judío marroquí, futuro médico, quien se incorporó a las tenidas a partir de 1898 hablando el Castellano conocido como Ladino; Nicasio Camero, periodista contestario que en una ocasión fue preso y le cerraron el periódico que dirigía por el grosor de las denuncias que hacía, del tiro se mudo a Altagracia de Orituco; el profesor caraqueño Dr. Manuel Segura Mijares, director fundador del Colegio Zamora, muerto en La Pascua en 1894, abogado, matemático y orador, se incorporó a las reuniones a partir de enero de 1890; Br. Julio Cedeño Gutiérrez, preceptor de una escuela unitaria a partir de 1884; José Ramón Camejo Sabino, subdirector del Colegio Zamora, a partir de 1892; Presbítero Doctor Pedro José Miserol, vicario local, participó en las veladas a partir de la muerte del padre Guásco a quien sustituyó en 1886; Eugenio Celis, maestro de escuela y poeta; Manuel María Medina, General Pedro Arévalo Oropeza y otros; siendo en ese ambiente de discusiones culturales donde se criaron los muchachos Escobar Ramírez oyendo las intervenciones de género histórico-literario. De allí les venía la vena literaria que siempre cultivaron. La casa solariega de la familia Escobar Gutiérrez estaba ubicada en la llamada esquina de la Torre, cuadrante sur-oeste de la actual plaza Bolívar, antes llamada plaza principal. Era un caserón de dos plantas que fue demolida para construir el edificio donde actualmente está la zapatería Llanera. El último dueño de la misma fue el señor Baudilio Ortiz, a quien se le recuerda en guardacamisa tomando el fresco de la tarde en el balcón de la casona. Los hermanos Escobar Ramírez fueron hijos de Pedro Manuel Escobar Gutiérrez y doña Aquilina Ramírez. Reporta don Lorenzo Rubín Zamora que Pedro Manuel nació en 1876 y casó con la señorita Olegaria Sánchez Prieto, natural de Chaguaramas quien se distinguió como poetisa y oradora. No hubo descendencia de este matrimonio. Pedro Manuel y su hermano Gerónimo recibieron las primeras instrucciones básicas en la escuela privada de don Eugenio Celis.
En esta foto oscura de 1902, tomada por el fotógrafo barinés, de origen francés, F. Avril, se puede ver al fondo la casona de dos plantas heredada por los hermanos Escobar Gutiérrez. Fue allí dónde transcurrió la niñez de los Escobar Ramírez. Puede notarse que la Plaza Principal (todavía el Municipio no le había cambiado el nombre a Plaza Bolívar) era totalmente despejada. No tenía cercas de ningún tipo. La estatua en el centro, que si está cercada, corresponde a una figura monolítica llamada María la Paz, puesta allí en conmemoración de la reunión que en 1831 sostuvieron los generales José Antonio Páez Herrera y José (Judas) Tadeo Monagas Burgos, después de la cual legalmente se intentó cambiar el nombre de la ciudadela de Valle de la Pascua a Villa de la Paz. La foto fue publicada en la famosa revista caraqueña El Cojo Ilustrado, forma parte del conjunto de tomas para la elaboración del plano militar de Venezuela ordenado por Cipriano Castro en 1902, trabajos encomendados al ingeniero Santiago Aguerrevere. En la casona funcionó por muchos años en la planta baja una barbería y una sastrería y otros negocios que no recuerdo. Foto cortesía del Br. Arturo Celestino Soto Loreto.
Don Pedro Manuel Escobar Gutiérrez y doña Aquilina Ramírez fueron los padres de Pedro Manuel y Gerónimo Escobar Ramírez, ambos distinguidos intelectuales vallepascuenses con obra dispersa en los diferentes periódicos que allí se editaban. Pedro Manuel, de espíritu tranquilo, desarrolló una gran labor pedagógica y fue funcionario, varias veces secretario del Concejo Municipal del Distrito Infante, se recuerda que como Síndico Municipal firmó la concesión que el Municipio dio a los señores Simón Zamora Hernández y Luis Adolfo Melo, para que explotaran el servicio telefónico en toda el área del Distrito Infante; mientras que Gerónimo tuvo una juventud fogosa, bohemio de buena copa y de buen estilo literario, distinguiéndose por su condición de poeta repentista, encendida oratoria y a su conocimiento de leyes y preceptos que le proporcionaban el diario yantar. De ellos escribí largamente en mi libro El Guárico Oriental 3, tomado de unos trabajos del profesor Pedro Díaz Seijas publicados en la prensa caraqueña de los 1940s y principios de los 1950s. No se conoce descendencia de estos dos ilustres ciudadanos. Gerónimo no se casó y Pedro Manuel lo hizo con la literata doña Olegaria Sánchez Prieto originaria de Chaguaramas, sin descendencia como he dicho.
Pedro Manuel Escobar Ramírez nació en Valle de la Pascua en 1876. Estudió primaria en las escuelas unitarias locales fundadas a partir de 1874 por el gobierno del general Antonio (Leocadio) Guzmán Blanco, siendo Secretario de Instrucción Pública Nacional el Dr. Martín J. Sanavria(sic). Su primer maestro fue don Eugenio Celis En 1890 formó parte de los primeros estudiantes que ingresaron al instituto privado de educación secundaria vallepascuense conocido como “Colegio Zamora”. Este colegio debió cerrar sus puertas en 1895 debido a problemas de tipo económico, pues los padres de familia que sufragaban los gastos de la educación de sus hijos no podían seguir soportando ese pesado compromiso, sobre todo si se toma en cuenta que Calabozo, Zaraza y Altagracia de Orituco tenían instituciones secundarias financiadas por el Estado y a pesar de varios pedimentos al gobierno Nacional, a Valle de la Pascua no le fue concedido una institución de este tipo. Al oriente del río Unare ese privilegio lo tenía también Aragua de Barcelona, que además poseía la facultad legal de expedir títulos de bachiller en diferentes opciones.
Una vez cerrado el “Colegio Zamora” el Br. José Ramón Camejo Sabino se llevó a los estudiantes, cuyos padres tenían posibilidades económicas, hasta esa ciudad del estado Anzoátegui para que coronaran sus estudios secundarios. Se recuerda que en ese grupo fueron Anteportam Pedrique, Juan Antonio Padilla, E. Díaz Vargas (futuro médico), Miguel Lorenzo Ron Pedrique (futuro médico), Miguel Ignacio Méndez, Jesús María Istúriz López (futuro médico), Luis Díaz Vargas y Pedro Manuel Escobar Ramírez. Algunos de ellos siguieron carreras universitarias como E. Díaz Vargas, Ron Pedrique e Istúriz. Los otros, tan capaces como aquellos, se quedaron en La Pascua. El Br. Méndez fue un reconocido agrimensor egresado de Aragua de Barcelona con ese título. Ejerció su profesión en La Pascua; Anteportam Pedrique, Juan Antonio Padilla y Pedro Manuel Escobar fueron bachilleres en Filosofía y Letras. Anteportam Pedrique se dedicó al comercio, Juan Antonio Padilla fue educador en La Pascua, Los Teques, San Juan de los Morros y en Nueva York, donde vivió los últimos veinte años de su vida. Pedro Manuel Escobar se dedicó a la educación tanto pública como privada. Fue secretario del Concejo Municipal, escribiente de tribunales, escribiente y redactor de papeles jurídicos para el registro público local, orador de orden en diferentes actos institucionales, Síndico Municipal y cuanta actividad cultural requiriese de su desempeño.
P. M. Escobar Ramírez fue, además, conferenciante y escritor de obras teatrales, llamadas alegorías, como la que montó en 1924 en Valle de la Pascua con motivo de la celebración de los 100 años de la Batalla de Ayacucho. En esa “Alegoría” los cinco países liberados por Simón Bolívar, incluyendo a Panamá, fueron representados por las señoritas (niñas) Pura Díaz López, Laura Moreán, Eleute Ramírez, Luisa Lasaballet, Amalia Delia Cherubini Díaz, Cleo Celina Álvarez, Lucinda Matos, Tarcicia Manuitt, Cristobalina Ortiz y Yofrina Peraza. Entre los niños dirigidos por Escobar se distinguieron José Isaac Díaz, Carlos Zaá Pérez, José L. Cherubini, Alcibíades Escobar, Porfirio Peraza, Parminio González Arzola, Rumeno Isaac Díaz, Efraín López Istúriz, Manuel Santaella Ledezma y Simón Zamora Hernández. Su esposa Olegaria Sánchez lo acompañó en todos los eventos que le tocó desempeñarse. Ella tuvo la acuciosidad y el verbo siempre dispuesto para dar lo que hoy llamaríamos mítines, especialmente de tipo religioso como los discursos que pronunció en prosa farragosa en 1922, con motivo de la visita pastoral de monseñor Arturo Celestino Álvarez. No tendría nada de extraño que en la intimidad del hogar Pedro Manuel Escobar Ramírez ayudara a su esposa en la redacción de esas alocuciones que desgraciadamente el viento se llevó. Muy poco quedó escrito de esas plegarias de doña Olegaria, pero tampoco de lo escrito por Pedro Manuel. Todo está por allí disperso en espera que alguien pueda emprender la tarea de recopilarlos. Tarea, creo yo, que debería ser encomendada a las Universidades locales. Debemos notar que Escobar Ramírez no pudo dar el discurso de cierre de las fiestas de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1924, por la muerte de su madre. Sus palabras fueron leídas por el concejal López Borges.
Sobre la vida del Br. Pedro Manuel Escobar Ramírez, ilustre vallepascuense, se incluye el presente trabajo del profesor Pedro Díaz Seijas sobre el personaje, aparecido en El Universal del 22/05/1950. Se destaca en letra cursiva para señalar que el mismo se copia textualmente, no hay plagio alguno:
“Bajo generosa y noble iniciativa de la Casa Guárico (de Caracas), institución al servicio de la venezolanidad, se habrá de rendir dentro de muy poco, un homenaje justiciero a Pedro Manuel Escobar Ramírez. Es un hombre del Llano. Del corazón del Guárico. Nativo de Valle de la Pascua. Vivió en el silencio más elocuente en el que pueda vivir un hombre de talento. Muchos recuerdos guardamos los que logramos conocerle. Era un hombre humilde y honesto hasta el extremo. Se pasaba de honesto. Parece que practicaba una filosofía esencialmente escéptica. Frente a su mundo, prefería evadirse. Como que sabía el rumbo de su propio destino. Lo conocí cuando yo tenía pocos años. Era Escobar Ramírez, un hombre entrado en edad, todos admirábamos su entereza moral y su vida retirada. Era silencioso pero admirablemente expresivo. Todavía lo recuerdo, como cuando paseaba por las calles de la población con su actitud de filósofo convencido. Lentamente contemplaba el paisaje. El se había nutrido de las más puras fuentes de la tierra. Se identificaba con ella. Jamás pensó en el éxodo. Estaba abrazado a su geografía, como el hijo los hace con la madre. Nunca denigró de nadie. Prefería evadirse del mundo para no tropezar con nada. Había mansedumbre en su palabra y en su vida. Escobar Ramírez era todo un hombre. Sabía comprender las flaquezas humanas aún cuando él difícilmente flaqueaba. Se conocía muy bien. Tenía noción de su propio valer, había practicado bajo el don de su inteligencia la lapidaria sentencia de Sócrates: “conócete a ti mismo”. Por eso era sencillo. Y amaba las cosas sencillas. Su vida fue simple. Sin ambages. No abusaba de su talento. Siempre permaneció fiel a su concepción de la vida. No ambicionaba glorias efímeras, probablemente, si, glorias eternas. De aquí que su existencia, luminosa en el concepto puro de las cosas, pasara inadvertida para muchos que no alcanzaban las sandalias de oro de ese hombre íntegro y verdaderamente inteligente. En su pueblo, todo el mundo se había acostumbrado a mirarlo con cariño. Ya era algo en su actitud, en su vida misma, Escobar Ramírez reflejaba su propia vida de escritor. Lástima que su obra quedó dispersa en periódicos; casi todos de la provincia. ¿Qué estilo tenía? Todavía recuerdo un pequeño trabajo suyo publicado en un periódico de mi pueblo, donde campeaba las más castiza y elegante prosa. No puedo olvidar jamás ese trabajo publicado en Arte y Labor que destilaba miel fresca, néctar para embriagar al más exigente catador de la literatura castellana. Recuerdo que Escobar citaba a Amicias en su pequeña joya. Nada más justo. El estilo de Escobar era tan noble y transparente como el del escritor italiano. Y no sólo la forma elogiable en la pequeña y dispersa obra literaria de Escobar Ramírez, sino también su densidad. Era pensador aquilatado. Siempre resuenan en mis oídos las alabanzas que un compañero de colegio de Escobar Ramírez prodigaba a un discurso suyo pronunciado en el Colegio Federal de (Aragua de Barcelona) con motivo de su colación como Bachiller en Filosofía y Letras. Nunca –ponderaba mi maestro, Juan Antonio Padilla-, el compañero de Escobar Ramírez, el cual he hecho referencia había oído discurso tan completo y hermoso. Como orador era un portento. Era de la escuela de Cecilio Acosta. Sus claros conceptos los reforzaba con su estilo sencillo y preciso, preñado de belleza. Escobar era un poeta en prosa. Prosa limpia, escrita con el aplomo y desenvolvimiento de un maestro.
Era un hombre de cultura, intensa y extensa. Había asimilado con naturalidad, sin desplantes, las lecturas de su juventud. Había sido educado en la escuela de los Clásicos. Como ellos, poseía el equilibrio, la sobriedad, lo perfecto, lógicamente del estilo. Y tenía cierta arrogancia romana, tanto en su vida como en su obra. Sin duda, conocía a fondo los grandes escritores latinos. Escobar era un latinista consumado. Fue uno de esos casos aislados; pero hermosamente paradójicos de la realidad venezolana. Uno como caso a lo José Luís Ramos, hombre que jamás traspasó los linderos de su suelo nativo; pero que era realmente, sin ser un autodidacto puro era un humanista respetable. Escobar Ramírez era de esa Escuela. Sin embargo un hombre y un escritor formado al calor de “su propia voluntad y de sus propias inquietudes intelectuales”. Pero quizás, la obra fundamental de Pedro Manuel Escobar Ramírez no radica en su producción literaria, que fue escasa y permanece dispersa, sino en su labor de Maestro, de orientador, de guiador intelectual de las más jóvenes generaciones de su pueblo. Él persuadía con su palabra. Era una voz de confianza, la suya, aun cuando hablaba poco lo que decía perduraba como apuntaba Cecilio Acosta de sí mismo.
Su caso, insisto, se puede parangonar exactamente al del José Luis Ramos. Por supuesto, guardando las diferencias correspondientes de generación y de trascendencia nacional de la obra. Como apuntaba Mario Picón Salas, en su Formación y Proceso de la Literatura Venezolana, Ramos ganó más discípulos con su propia enseñanza personal, sus consejos directos, su nutrida biblioteca que con su pura y simple obra literaria. Escobar Ramírez puede ser situado en un ángulo igual. Mas, se le recuerda como hombre que escribió una obra con su vida, que como escritor que escribió en su vida una obra. En muchos de nosotros, perdurará el recuerdo de su filosófica existencia.
Un hermano de Pedro Manuel Escobar Ramírez ha transitado el mismo camino. Nosotros escribimos una vez una semblanza de él. Se llama GERÓNIMO ESCOBAR. Aún vive. A Gerónimo Escobar le sobra talento. Pero el medio, la vorágine de la llanura, el tremedal, reclamo su vida definitivamente. Como Pedro Manuel, su obra permanece dispersa. Permanece a un pasado que es necesario revivir para estímulo y aliento de las nuevas generaciones guariqueñas.
La Casa del Guárico, se propone hacer justicia a ilustres coterráneos. Y allí están la mano generosa que los desempolve. Una Biblioteca llevará el nombre de Pedro Manuel. Nada más justo, nada más de acuerdo con la memoria de aquel que vivió entre libros entregado siempre con un rictus de esperanza en sus labios a la contemplación. (Fin de la cita). Caracas 22.5.1950 El Universal”. Caracas, 22 de marzo de 1950.
Nota: Para mayor información sobre los eventos de 1922, venida de monseñor Álvarez y 1924, centenario de Ayacucho, ver mí libro El Guárico Oriental 3, edición propia, Valle de la Pascua 2006.
MSA. Fax (0212) 285 8957 E-Mail: manuelsotoarbelaez@yahoo.com Los libros El Guárico Oriental 1, 2 y 3, en Librería La Llanera, calle Guásco frente a la plaza Bolívar, Valle de la Pascua.
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