¡Mi abuela Carlota de visita en casa! A esta querida matrona nacida en 1891 teníamos treinta años sin verla. ¿A qué se debió ausencia tan larga? No lo sabemos, pero hoy está aquí, como venida de un remoto pasado, y eso es lo que importa. Tiene la provecta edad de 123 años pero se le nota la reciedumbre en la complexión, seguridad en el andar y claridad en el hablar, como la última vez que la vi, en diciembre de 1980.Cierto: se vio gravemente enferma a consecuencia de una caída que sufrió una tarde lluviosa y fría de mayo, hasta un punto tal que estuvo varios días en coma, en terapia intensiva, en la ciudad de Caracas, pero hela aquí del todo recuperada. Verdaderamente un milagro genético cortesía de los Power, apellido longevo de origen irlandés.
La visita me trajo algo así como una iluminación. "No puedo dejar pasar la oportunidad de entrevista", me dije. "¿Y si se marcha unos treinta años más o no vuelve?" Sabido es por todos como ella, en las tardes, se sienta en el jardín de la casa de mi tía Antonieta, el mismo lugar donde funciona la academia Dr. "José Gregorio Hernández", y le cuenta a las visitas o a todo aquel que quiera oírle historias verídicas y llenas de nostalgia de los día de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. A veces su tono se eleva tanto que parece estar recitando poemas épicos de su propia invención. Esto es algo que heredó de la idiosincrasia irlandesa: contar viejas y desteñidas historias y eventos de los días ya idos y olvidados por otros. Y mi vieja abuela sabe mucho de la San Juan decimonónica, lo que para nosotros los del siglo XXI es sumamente valioso desde el punto de vista historiográfico y de las fuentes orales.
Revisé pues minuciosamente mi habitación, los escritorios, las gavetas, los rincones, la casa entera y no pude hallar mi vieja grabador de periodista al que le falta una tecla. Mientras sudaba la gota gorda buscando el artefacto mi abuela observaba impávida, traslúcida, sentada en la mesa del comedor, con una mirada extraña que parecía observarme no desde este 2012 sino desde un lejano lugar del siglo XX y de aun mucho más atrás: su mirada parecía observarme desde las postrimerías del siglo XIX. Parecía tener deseos de partir al más allá que le aguardaba Sentí cierto estremecimiento y escalofrío, pero no me preste atención de lo atareado que andaba... ¡Ay abuelita cuantos años y años sin verte! ¡Tres decenios! Hasta le sobreviviste a papá que murió de noventa y dos años! Y el dichoso grabador sin aparecer por ningún lado." Estoy cansado de decirles una y otra vez que no me lo presten!" vociferé perdiendo la compostura, cosa rara en mí. "Lo necesito precisamente para estas ocasiones especiales".
En eso apareció mamá, apacible, conciliadora como siempre, con la solución al problema, como siempre. "No te preocupes hijo" intervino. "Entrevista a tu abuela y yo lo anotaré todo taquigráficamente". Cierto. Ya lo había olvidado. ¡Qué torpe soy! Mi madre fue una excelente profesora de mecanografía y taquigrafía, lo que al caso me calza como anillo al dedo. "Gracias mamá" dije un poco avergonzado. Me dirigí entonces a mi abuela apresurado, sintiendo dentro de mí la rara impresión que ese momento era una visión pronto a desvanecerse. La escena perdía sus colores sus texturas, como si el paso del tiempo, impaciente, cambiara las horas por meses. Pregunté:"¡Qué cosas no habrás visto desde 1891 hasta hoy! Háblame de la sociedad y costumbres de los días de Cipriano Castro y de Juan Vicente Gómez". Mi abuela respondió entre suspiros lejanos, reflexivamente, con la voz quebrada por la antigüedad del siglo y medio recorrido:"¡Hijo, ¡no tienes la más mínima idea de lo que he visto y llevo sellado en mi corazón". Dicho lo cual, mi abuela se levantó de la mesa y salió al campo detrás de nuestra casa a conversar con los campesinos que cortaban la leña para la nueva casa de un hato. Mamá se paralizó cual estatua. No se movía lo más mínimo. Se congeló. Parecía la imagen de una fotografía. Me sobresalté nuevamente. Me acerqué y miré la taquigrafía de sus notas pétreas: garabateadas cual jeroglíficos egipcios en grafito, pude ver el vestigio insignificante de las escuetas palabras que mi abuela pronuncio antes de ponerse en pie e irse...
Entonces, como otras veces, me desperté de ese sueño. No ha sido el primero ni tampoco será el último. Parece ya una tradición escribir relatos e historias familiares basándome en los ardides e informes de mi mundo onírico. Es verdad: vi a mi abuela en diciembre de 1980, y sufrió un coma en junio de 1981, pero murió el 27 de ese mismo mes. Jamás se recuperó. Y mamá, maestra de mecanografía y taquigrafía, ya casi un año que murió. Salí de mi habitación, todavía aturdido por la oleada onírica. En la sala la tv encendida: mi cuñada veía un programa de opinión.
"Cuñada: soñé con mi abuela Carlota y mamá"
22 Febrero 2012
1 comentario:
Excelente cuento. Hasta el último párrafo creí que se trataba de una crónica real. Ya Scott había logrado un efecto similar en un cuento donde se refería a su suegro que también es de antología. Por cierto, acerca de ésta última palabra, si me tocara hacer una selección de la cuentistica venezolana contemporánea en una antología, no dudaría en incluir estos dos cuentos
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