Francisco Rodríguez Sotomayor
I
A
Emilio lo conocí en el 2017, mientras buscaba Cien Años de Soledad. Me había
leído varias obras de García Márquez en un corto lapso de tiempo: El coronel no
tiene quién le escriba, Crónica de una Muerte Anunciada, Relato de un Náufrago
y El Amor en Tiempos del Cólera. Emilio, al escuchar que yo estaba buscando la
obra insigne de Gabo me dijo:
-No
lo tengo, pero no te creo que no la hayas leído todavía. Mi pana yo la leo
todos los años. Lo que es eso y Doña Bárbara mi pana, es lo mejor. Cuando leo Cien
Años de Soledad, leo Doña Bárbara, las dos las he leído 45 veces. No te tengo
la de los rabos de cochino pero ahí me llegó una caja, déjame sacártela.
Sacó
del depósito una caja llena de libros de la colección Bruguera. Recuerdo que
entre esos libros estaban: En el Camino de Jack Keruac, Rojo y Negro de
Stendhal, Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne, y además, vi que estaba
El Otoño del Patriarca de García Márquez. Ese me lo llevé, para seguir con la
lectura de su obra. Emilio me dijo:
-Mi
pana, siempre me están llegando vainas buenas. Pásate por aquí cuando quieras.
Si me llega Cien Años de Soledad, yo te lo guardo.
Me
llevé la edición de la colección Bruguera de aquel libro y allí empezó mi
frecuentación a las escalinatas de la Biblioteca Pública para adquirir libros
de segunda mano.
II
Un
domingo a las 3 de la tarde me dispuse a caminar por el centro de San Juan. Sin
tener nada particular qué hacer, me fui a ver si por casualidad Emilio estaba
allí. En efecto, Emilio estaba colocando sus libros en orden, como
religiosamente lo hacía todas las tardes. Lo saludé y me dijo: “Epa Francisco,
ahí hay vainas buenas, revisa a ver”. Con calma ojeé los libros que estaban
allí, entre los que más me llamaron la atención fueron: Rojo y Negro y El
Túnel. Mientras ojeaba El Túnel, me puse a hablar con Emilio sobre otro libro
que estaba allí: La Metamorfosis de Franz Kafka. Le pregunté si lo había leído
y me respondió:
-Ese
libro me da grima. No paso de las primeras páginas porque me da cosa leer a un
personaje que es una cucaracha. Sé que Kafka tuvo peos con el papá y todo, pero
nunca he podido leer ese libro. En estos días me leí fue su biografía y coño
ese carajo era un genio a pesar de sus traumas. Ahí está, no lo he podido leer
ni vender ¿te lo vas a llevar?
Le
respondí que no porque ya lo tenía, y le comenté sobre mi admiración por la
vida y obra de Kafka. Conversamos largamente sobre los temas de la obra
kafkiana: el absurdo, el padre, la burocracia. En uno de esos intercambios,
Emilio me dice:
-Es
que es así chamo, este mundo quiere que seas parte del sistema, y ahí está ese
carajo, ahora es inmortal. Nunca me gustó eso de tener cuentas bancarias ni
nada de esas vainas. Este mundo es más grande que eso.
Por
mi mente pasó un leve suspiro de admiración por Emilio. Le dije que me quería
llevar Rojo y Negro y El Túnel. Le pagué, me despedí y me fui.
III
Otra
tarde, a las 5, pasé y me dijo: “Epale pana ¿hoy me salvas?”, “Vamos a ver qué
hay”- le dije. Le pregunté qué estaba leyendo y me mostró una revista de
cocina. Emilio me comentó: “Menos mal que viniste, por ahí te tengo una vaina,
ya vengo”. Fue al depósito y me trajo un libro de relatos de Julio Cortázar y
Al Faro de Virginia Woolf. Los tomé y los ojeé ambos, al de Woolf le faltaban
páginas. Me dijo: “Qué cagada chamo, ahora cómo hago para vender esto”. Me
lamenté que estuviese incompleto porque nunca había leído a Virginia Woolf. Le
compré el de Cortázar y me dijo:
-Llévatelo
men, nunca le he entrompado a Cortázar. Esta vida es muy corta para tanto que
hay que leer.
Sonreí
y sentí una especie de tristeza. Nos dimos la mano y me fui.
IV
Una
vez pasé y vi que tenía un vinilo de The Platters y le pregunté que en cuanto
lo tenía. Me dijo el precio y me comentó:
-Nada
como la lectura y la música. Esta vida es bonita por un libro y una canción…
(Pasó una mujer por el frente, Emilio sonrío) y una chica, nada como una chica.
Me
llevé el vinilo y otra gran frase emiliana.
V
Por
los días de este recuerdo, había leído El Viejo y el Mar de Ernest Hemingway.
Mi intención era hablar con Emilio sobre Hemingway y el libro. Me senté y
hablando sobre el escritor me dijo:
-Qué
arrecho ese carajo. Ese tipo lo tenía todo: plata, mujeres, inteligencia y
apariencia y se suicidó. Hay vainas que no entiendo. Los que no tienen nada
como que les gusta vivir más y, por ejemplo, Hemingway con todo en sus manos,
se voló la cabeza.
Cayendo
en el tema del suicidio, le pregunté si había leído a Ramos Sucre, me dijo:
-No
lo he leído, pero leí que tu tío lo leía mucho. Y qué arrecho que se mataron
los dos
Le
recomendé que leyera a Ramos Sucre y en eso llegó un hombre que a veces se
paraba a conversar con Emilio. El hombre, con traje y maletín (era abogado), se
sentó e intervino en la conversación sobre los suicidas. Me recomendó un libro
llamado “El bello suicidio” en que su autor justificaba el suicidio (nunca encontré
el libro). Emilio comenta:
-Eso
es una locura andarse matando. Mírame a mí, tengo son libros, música y
películas y no me ha pasado por la mente suicidarme.
Se
hizo tarde conversando, la calle empezaba a vaciarse, nos despedimos y agarré
camino.
VI
Las
últimas dos veces que me detuve a conversar con Emilio le compré tres libros:
La Cartuja de Parma de Stendhal, las Ficciones de Jorge Luis Borges y el Fausto
de Goethe. La última vez, en enero, fue un sábado por la tarde en que había
bajado de La Morera específicamente a conversar con Emilio. Me senté y caímos
de nuevo en el tema de Kafka, Emilio en ese momento aún no había leído ni
vendido La Metamorfosis. Hablando de la frustrante obra y vida de Kafka, le
pregunto a Emilio súbitamente:
-¿Crees
en Dios?
-Claro,
pero no en las religiones. Dios está en todos lados, las religiones son dogmas
solamente para mantenerte en fila. ¿Cómo explicas lo bello de esos libros y de
ese atardecer? Ahí está Dios.
Por
esos días había leído Crimen y Castigo y le pregunté si había leído a
Dostoievski, me contestó:
-He
leído solamente El Jugador, pero quiero leerme Los Hermanos Karamázov y ese que
me dijiste ahorita.
Le
dije que este año quería leerme Los Hermanos Karamázov y Guerra y Paz de
Tolstoi. Me dijo que no los había leído, que los había tenido en algún momento
pero nunca los leyó. Recordé lo que me había dicho meses atrás: “Esta vida es
muy corta para tanto que hay que leer”.
Salí
de aquella conversación con una especie de melancolía en aquella inhóspita
calle donde solo dos almas conversaban sobre una de las cosas más sublimes de
la vida: la literatura. Ese día le compré aquellos libros que mencioné. Me
despedí y no lo volví a ver desde esa tarde. Tiempo después, en la universidad,
el profesor Pavel Rojas me dice que le había dado un ACV.
VII
Emilio,
espero que puedas leer Los Hermanos Karamázov y Guerra y Paz.
1 comentario:
Excelente articulo... Se pasea por la vida de quienes respetamos la lectura, este es un mundo muy hermoso, felicidades
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