ARAGUA SE METE EN GUÁRICO
Alberto Hernández
(Periodista, escritor y poeta venezolano. Maracay, estado Aragua)
** El mapa de Aragua se adentra en el cuerpo de Guárico. Una discusión ya olvidada nos recuerda las mudanzas de villas y comunidades que hoy continúan buscando el perfil de un territorio propio en el espíritu.
** Un largo camino hace del hombre de estos pueblos permanente viajero, como si las distancias viviesen en la mirada inocente de los días.
La línea limítrofe entre Aragua y Guárico tropieza con pueblos silenciosos, tristes, tocados por una intemperie abandonada al sol, al polvo y a las largas distancias. Pueblo desnudos.
Todos los caminos regresan con el espejismo. Al final, la ilusión de encontrarnos, pero el horizonte sigue vivo frente a la mirada del viajero. A lomo de carreteras topamos con la sorpresa, los túmulos del suelo inician otro paisaje.
San Juan de los Morros
Desde la última calle de Villa de Cura, como decir un parpadeo, casi se ven los morros de San Juan. Columnas de piedra amurallada. Salpicones del tiempo y pátina vegetal. Un río casi muerto nos orilla. Curvas y meandros que renacen con las lluvias y colocan almohadas verdes en la mirada. Después aparece la comarca. Pesado dinosaurio, accidente geográfico y político: San Juan de los Morros.
Lo primero que nos muerde al llegar es el monumento a las Batallas de La Puerta, donde Bolívar fue vapuleado varias veces por los realistas de Boves.
La avaricia de Garci González de Silva dibuja –por el oro y la maldición del trópico- los primeros ranchos. El latifundio, el latrocinio peninsular, recrea el paisaje y los morros destacan otra identidad, la de aquí. Los Morros son un golpe en el rostro.
La parroquia de San Juan –según el obispo Mariano Martí- se erige antes de su llegada en 1783. Dos pueblos se peleaban el nombre de la patrona: San Sebastián de los Reyes y el ya nombrado San Juan de los Morros. La Virgen de La Caridad viajaba regularmente de un sitio a otro. En la casa de San Juan de Luis Jiménez de Rojas era adorada. En uno de esos paseos se salva milagrosamente del fuego. Pero es San Sebastián el villorrio que lleva la marca de adoración, luego de un largo proceso legal.
Las piedras no olvidan las matanzas de Antoñanza. Una gruesa y larga línea de muerte hasta Calabozo.
Gómez la hace cabeza política administrativa del estado Guárico en 1934, quitándole a la Villa de Todos los Santos de Calabozo el privilegio de llevar el emblema capitalino. Trifulcas estudiantiles, disparos y hasta el rostro del dictador quemado en la plaza Bolívar del pueblo de Lazo Martí. Eran los arrojos contra el de La Mulera. En venganza, Gómez muda la capital a San Juan, previo acuerdo con Aragua. Cambio de pueblos. Guárico se queda con la mejor tajada.
Lo cierto de todo es que San Juan de los Morros tiene sutura limítrofe por el lado este de Aragua, y hasta casi se saludan –o lo hacen- a través del periplo de ambos pueblos, sobre todo de Guárico, para satisfacer una inmigración que ha hecho del “veguero” parte de una cultura en la que la ciudad combina acentos y hasta modos de respirar.
Una estatua inmensa del santo recibe el asombro del visitante. Un dedo hacia arriba apunta al infinito.
El color del tiempo
Desde un punto en el que convergen los morros, podemos ver la cabeza del coloso. Sobresale como entre nubes, con las paredes naturales de fondo. Suerte de milagro logrado por el fotógrafo.
La gigantesca presencia de San Juan se revela en cemento y altura. la corona gira como el tiempo y hace posible la vigilancia del patrono.
Entonces bajamos por esas calles de subidas y bajadas -porque bajar es más cómodo, menos agobiante-, en una mareante peregrinación hacia el corazón de la ciudad.
Un miedo a lo grande se instala en la mirada de quien tuerce el cuello para encontrarle los ojos al monumento colosal. Alguien toca con mano insegura la piel áspera y sorda del gigante que baja los ojos para recriminarlo. El cayado arrea el silencio, se mantiene en el mismo sitio, y como si lo oyéramos: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado…” (Juan 1:1).
Son tantos los años de pasar los párpados por los altos de San de los Morros, en la búsqueda de un signo que atestigüe su quietud, la posición austera, mística y alejada de este mundo.
En san Juan de los Morros habita un gigante semidesnudo, marcado por xerófitas y el polvo del desierto que viene del llano. Vigilante de las noches, protege el sol y las formas visibles. El coloso compite con los cerros, con la nomenclatura que la naturaleza le ha regalado al pueblo. San Juan señala con la mirada perdida el rotar de las estrellas y el paso lento de las horas.
Ha sido testigo de miserias y bondades, de crímenes y bendiciones, porque ha mirado sin mirar. Ha contemplado porque su sabiduría pertenece al silencio.
San Sebastián de los Reyes
Pueblo de accidentes, de mudanzas y círculos en su andar y peregrino es San Sebastián de los Reyes. Límite en el valle y la llanura, hito cicatrizante entre la hondonada y la carrera vertiginosa de la explanada.
Su primer aliento estuvo en Guárico. Mordido por los ríos Caramacate y Pao, su gentilicio es conocido en muchos ámbitos por la pronunciación de hombres y mujeres que lo hablan y lo sueñan.
Región de encanto, mano que marca el sitio. Ríos de cauces distintos albergan su fisonomía, le dan cuerpo entre cerros y soles y lunas tropicales, porque los días y las noches dan al hombre y a la mujer de San Sebastián miradas múltiples de luz bajo la sombra de sus techos de tejas, árboles inmensos, innúmeros, cerca de de las piedras de desaparecidos vómitos volcánicos. Hubo unos que escribían en la dureza de las rocas, y allí están los sonidos, silenciosos, ocultos en la lengua de quienes desaparecieron hace siglos.
Desde esa lejanía, San Sebastián de los Reyes se debate entre las tolvaneras de Guárico y la dilatada fugacidad de los habitantes de Aragua cuando invocan el nombre del resto de la tierra.
Taguay
Una de las pérdidas de Guárico es Taguay. 1934 inicia el cambio en el mapa. Hoy, asentada como comarca en Aragua, es un sitio olvidado, perdido entre voces que casi no se oyen en las oficinas de Maracay.
El obispo Mariano Martí dice que en el mismo sitio que es hoy Taguay estuvo San Sebastián de los Reyes, de acuerdo con el libro Historia del estado Guárico, de José Antonio Armas Chitty. La iglesia que fue de San Sebastián todavía existe en una ruina que contiene una joya colonial (el 27 de marzo de 1997 fue entregada al pueblo, reconstruida, después de muchos dolores).
En 1660 no era Taguay. San Sebastián ocupaba el espacio del preterido y comarcano silencio de la villa. Otros dicen que la fecha marcaba 1626.
Este rincón fronterizo respira un soplo de soledad, alimentado por el descuido, a pesar de haber sido asiento de señoría español desde el siglo XVII.
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