Fotografías: Arturo Álvarez D'Armas
Una vez llegué a escribir que Camaguán es un pueblo de argonautas. En su orilla es un mitológico puerto de agua dulce, un espejismo muy alejado del salobre aire del oceano. Mas allá de sus arenosas calles buscar el vellocino es una mera excusa, es solo otro modo de velar la eterna lujuria del hombre por el paisaje. Es optar por la absoluta mudez, cortar las ajadas ataduras del lenguaje. Alienarse en la imagen pura del verde. Y más adentro es encontrarse con el óxido de la luz sobre el viejo lienzo de las paredes, una veces desvencijado por el paso poroso del tiempo de los hombres y otras remozado como el crudo rostro de una Penélope entregada a la devoción de la nostalgia. Hoy Arturo Álvarez D'Armas nos presentan estas imágenes tomadas con un pulso ingenuo y acertivo en el acento verdadero del instante. Ancianas puertas y ventanas de Camaguán, serenas muecas que en la cálida metáfora del llano resisten la erosiva presencia de un escandaloso presente.
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